Tuesday, May 28, 2019

El reino de este mundo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Es Evo Morales el nuevo Henri Christophe? ¿Sus yatiris maestros de vudú, sus ministros zombies? Y la mujer esa, la Hiena, la senadora, la sacerdotisa de este aquelarre. Todo puede ser en el palacete indomable del narco. Indomable por ahora. Otros fueron más poderosos y les metieron pistola por la oreja. Nada permanece en este universo dinámico y los achachilas del amo serán desnudados como las momias incas del Coricancha que acabaron por el suelo y en la basura. Nada detuvo a Santiago entonces, debajo de su caballo reventó cabezas indias. Nada detiene la historia, menos un ekeko apellidado Morales y de nombre Eva.

Que Almagro con su sonrisa izquierdista vendiera sus nalgas al narco poco importa. Es obvio, ante la ausencia de oposición, que el individuo se quedará algo más en la presidencia de Bolivia, que pensará que es propiedad de la delincuencia inmunda chapareña ad eternum. Hasta que les tiren agente naranja en la cabezota y paran sus hembras cocaleros de dos cabezas. Mundo cruel, mundo enfermo. Un sonriente Linerita frota sus delicadas manitas porque el negocio marcha. No se da cuenta de que es peón de un monstruo gigantesco, que su destino bien puede jugarse en Calabria y que lo ahorquen con su corbata. Pero ¿qué se le puede pedir a un idiota sino que sonría? Sonríe, Dios te ama, y si no Dios, te aman los mafiosos que te poseen.

La soberbia del masismo, su versatilidad para manejar los hilos con recursos mal habidos, su mesianismo entre la tercermundista intelectualidad del país parecieran garantizarle larga vida. Larga ya la ha tenido para los patrones bolivianos. Intenta ahora reconstruir la fatídica enseñanza de los hermanos Castro Ruz, la de enriquecerse sobre el lomo de la patria. No se ha llegado a lo de Cuba y nunca se llegará porque hay una burguesía chola que lo mantiene en el poder y que lo destronaría de inmediato si sus intereses se ven afectados. No es Venezuela tampoco. Lo sabe Morales y es bastante astuto como para saber sus límites. Lejos quedó su revolución de boca para afuera, hace mucho se descubrieron como lo que básicamente son: primero delincuentes comunes, luego comerciantes. La guerrilla aymarista es un pretexto útil para lucrar con todo lo que destruye a un país: narcotráfico, corrupción, contrabando, y un sinfín de listados necesarios para caracterizar un país como criminal.

Ahora las culpas no recaen solo sobre esta cáfila de bandidos sino también sobre quienes se les oponen, gente que no ha sabido enfocar su mirada en los asuntos de importancia y que pendula alrededor sin detenerse a marcar la hora fija. De nada sirve una retórica que ha demostrado ser feble ante las arremetidas del curaca, que no ha logrado siquiera convencer al secretario de la OEA para que no viniera a ejercitar genuflexiones. Caro les ha de costar, y a todos, para soportar los desmanes del mandarín.

¿Cuánto ha de durar el reinado de Evo I, príncipe de Orinoca y de la tola? Durará lo que les cueste a los gringos frenar los aviones nocturnos de Chimoré. Que todo se sabe, seguro, pero con los norteamericanos eso no garantiza nada. Primero velarán por sus intereses y cuando los vean afectados actuarán. Contar con la oposición implica perder el tiempo. La carencia de líderes es enorme. Lo que hay es, lo menos, borroso sino es mancha. Y así ningún cambio resulta. Tómbola, es a lo que jugamos. Evo Morales solo juega suerte sin blanca. Pero un día no ganará un país, sino un monito de peluche y una patada en el trasero que lo ponga entre rejas junto a su compinche. Ya aparecerán fiscales tipo Perú, aunque Bolivia se caracteriza por ser especialmente permisible. Pero también por ser traidora. Y si hablamos del ejército, peor. Que aparte de saber correr en desbandada en la guerra son duchos en deslealtad y traición.
26/05/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 28/05/2019

Imagen: Zombie haitiano 

Sunday, May 26, 2019

Café con pizza fría


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Despierta lentamente el barrio rico. No existe la dinámica de lugar de trabajadores cuando los ruidos de la gente preparándose para el trabajo vienen antes que el canto de los pájaros. Las portentosas muchachas agilizan las piernas, se ponen shorts con escote, tenis de moda, y a trotar por el parque Cheesman. Los perros llevan una vida que nunca se vio en África.

Tengo un limón petrificado. Era para el ron de Barbados que aún no he abierto. Falta de tiempo, sí, y adecuarse a la nueva vida, ya sin Marco, mi perrito compañero, cuya muerte me mostró quién valía en casa y quién no. Hablemos de lealtad.

Domingo. Extrañamente no he recibido llamadas, fuera de una querida a las dos de la mañana que contó cosas aclaradoras del pasado con ánimo de futuro. Para eso debe servir la experiencia, para mejorar, para remover los escollos que nosotros mismos plantamos.

Silencio.

Absoluto silencio.

Digamos paz exterior. Veo en la mesa los remanentes de un moscatel rosado que tuve antes de echarme a dormir, luego de un sábado pesado con pensamientos de veinte kilos y recuerdos de cincuenta. Todavía resisten estos hombros obreros el frenesí stajanovista que no me abandona y que debo dejar de lado, como otras cosas personas.

Si algo me encanta, si algo le gusta al encantador de serpientes que fui, es la pizza fría. Con café caliente y dulce, a pesar de que abandoné el azúcar en el café hace un par de años. Pero todos merecemos últimos deseos. Marco comió y bebió de mis manos antes de morir. Su lengua se quedó en mis poros, tan palpable y real como nunca fue lengua de mujer. Pues recuerdo, en el café, todo, cada momento, que el don del recuerdo se me ha otorgado y puedo ser el Homero de mi propia existencia con combates, secuestros, luchas singulares y desbocados Escamandros. Recuerdo mientras devoro el pan con ajo y queso derretido. Hago mi lista de deberes igual a cuando era niño, que incluyen lavandería y comprar arroz, con asteriscos en peluquería y dos botellas de vino. Lecturas, escritos, trabajar en el blog, ejercicios que un caído no puede hacer pero sí un hombre de pie. Ya hay novedad en el frente, los obuses se han cargado, los que matan y los que dan vida, los de fuego y los de carne (pensando en el divino Apollinaire). Falta una mujer que saldrá de un listado ojalá exhaustivo. Pero viene, tan seguro como esta pizza que sabe a especias, a pimentón verde y cebolla.

Afilo cuchillos. La gastronomía abandoné, amante falso. Retorno a ella, al arte de conjugar colores como en mi fotografía, y sabores.

Iba a poner según es usual en domingo, Mozart. No lo hice. Hubo una casa cerca de la Aniceto Arce, ha mucho, donde Mozart era Bach y domingo, domingo. En medio hay mucho pero en realidad nada. Mientras no palpe los músculos de mi espalda y me asegure que soy yo, la realidad ha sido solo aprendizaje, caídas y levantadas. Nunca es tarde. Tus músculos, tu sangre, no te van a engañar; fallar quizá, no traición.

Llega carta de Veliky Novgorod. Quiero ir, al principio de la historia, en las fronteras del fin del mundo.

Escribo con piernas desnudas, calzoncillo azul, polera guinda. Las ventanas que traen luz no tienen ojos. No me preocupa. Renuevo el café y se acaba la pizza. Añado un par de especias a la lista de necesidades. Clavos para colgar pinturas de mis hijas. En la mesa del televisor dos filmes sin ver: Colette y Cold War, regalos de Maurizio, así como José María Arguedas que comprime el mundo a dualidades contradictorias que observo en mis brazos. Con Colette pienso en Schwob, en los textos sobre Villon que leía en París. La vida ha pasado, la muerte siega alrededor. Y la estupidez humana continúa con operetas, con divas de cartón y ejemplos de madre leves como plumas de pavo real. Pobre gente, alguna, de escaso entendimiento y tremendo drama. Hay que alejarse de ello, del show de las vanidades, del humo y de la niebla. Lo concreto: café caliente, pizza fría. Síntesis de la conjunción, esencia del colectivo.

Un awayo rojo de Leque cuelga de la chimenea. Hay por lo menos veinte animales retratados, unos cuantos míticos, o irreales, o pesadillas o sueños. Tejido en las alturas del altiplano cochabambino, curtido por la intemperie y teñido a hierba. El silencio se presta a la música; el silencio atrae las palabras. Queda escribir, tratar de conseguir la sustancia, desarrollar lo sólido luego de cuarenta años de práctica. Toma una vida, o dos, pero la segunda no tenemos y a conformarnos con lo que quede: uno, cinco, diez o veinte. Longevos son los años, no nosotros. Hay que enterrar a los muertos, pero también conviene enterrar a los vivos, a algunos…
26/05/19

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Fotografía: Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Friday, May 24, 2019

De hombres y lauchones


JORGE MUZAM

La única forma que tengo de seguir existiendo, de no perderme, de palpar mi propia existencia, de bullir, de patalear, de quemar cartuchos, es escribiendo, pero escribiendo lo mío. El resto es basura. Mera diplomacia, adulación de maricones, de lauchitas y lauchones que no pueden dormir tranquilos sin que le adosen un don. Reyezuelos del orto que se endilgan plumitas y charreteras sin haber saboreado batalla.

Necesito reencontrarme con Pessoa en la hoja 72 de un viejo bar empolvado; mirarnos a los ojos; leernos a Quignard como quien brinda con oporto de mil años; y en el mesón, a la derecha, bajo la luz parpadeante, Zizek empinándose un whisky, uno solo, porque espera a Onfray y no quiere estar borracho. El viejo Badiou juega cartas con Chomsky. Hrabal se ha mandado al buche cinco cervezas. Le apuesta la sexta a Raymond Carver. Philip Roth lleva media hora en la ducha. Cervantes no ha dormido bien. El cantinero le prepara agüita de culén. Tiene la panza hinchada, dolores reumáticos, una muela aproblemada. Pero porfía en la Galatea. El tintero está vacío. La pluma adosa columnas sin relieve, sin color, sin luz, porque así lo demanda la no historia, el espíritu, la sinrazón. Stefan Zweig y Joseph Roth roncan sobre hamacas levitantes. Nabokov traduce chistes rusos, melancolías alemanas, chismes franceses. Bashevis Singer carcajea. Puto cabrón, masculla. Invocación por defecto que despierta a Bukowski. 

He invitado al batallón de Pablo Cingolani. Aparecen desde el túnel de los sueños de Kurosawa. Vienen cantando. La revolución es alegre. Han aspirado el oxígeno de la historia. Han sido verdaderamente Hombres. Ferrufino y Sánchez-Ostiz beben despreocupados, como en un barco pirata que recién se adentra en el Pacífico. En mi mano un vaso de greda con tinto de Portezuelo. Subo a una silla y les hablo fuerte y claro, solo para que atiendan, que este brindis es por ellos, por la compañía, por la hermandad, por la admiración mutua. Guardaespaldas recíprocos, rufianes estéticos de la historia. Siempre estaremos por ahí, en algún lado, porque la inmortalidad no nos será esquiva.

Anochece sin brisa, descanso de perros, lechuzas con licencia. Persiste una lluvia tan suave como estornudo de mariposa.

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De CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor

Imagen: Stefan Zweig y Joseph Roth


Tuesday, May 21, 2019

Almagro y la guirnalda de coca/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Los nuevos césares no llevan olivo, llevan hojas de coca. Y Luis Almagro, que en su momento pareció sobrio, ha perecido ante la baba verde del imperio cocalero.

Hay un vocablo que la izquierda ha borrado de su léxico: vergüenza. Almagro viene de la izquierda uruguaya, con su mística de valor y de tormento. Recuerdo, sin embargo, mi desazón al leer ha mucho las Actas Tupamaras. En aquella gloria había mucho de infancia y también de vanidad. Así es por lo general la revolución de los niños bien. Y el santón Mujica, bonachón y no confiable, indica a ese movimiento juvenil que envejeció, las pautas de los nuevos paradigmas. Y señaló el profeta a Bolivia, y a la desastrosa figura del curaca Morales, como el moderno camino de la rebelión de las masas, la Patria Grande de pueblos indios… y de caciques. La verticalidad india, no la ilusión volteriana o roussoniana del esplendor y el paraíso.

La contradicción es que el secretario de la OEA ataca a Nicolás Maduro y ahora impulsa a otra dictadura sui géneris pero dictadura igual. Ya no hay decencia en la izquierda. La hubo, aunque es término casi siempre mal utilizado, cuando se ponían los muertos, las violadas y los asesinados. Como si hubiera servido de algo, para ver a un macaco dice que marxista encaramado en el urinario de los Somoza y con el mismo prurito de poder y angurria. En Nicaragua.

No solo se desvirtuó la revolución con esta maraña de malentretenidos sino también la palabra. Vergonzante ponerse a rebuznar sobre ella a no ser que se la trate de manera histórica. Esta es la feria de Alasitas, el ekeko y sus miniaturas. El agigantarse de estas, el toque de Midas que convierte el yeso en oro, la cerámica en diamantes. ¿Los muertos? Bien nomás se están descansándose, gracias.

Mientras tanto luces de naves espaciales, ovnis, sobrevuelan los cielos de Chimoré, donde músicos de renombre y otros fabrican cocaína en criaderos de chanchos. Claro que este es octubre, la gran marcha china, la revolución de los guaraches, las bicicletas de Ho Chi Minh. Si el poeta eres tú, Evo Morales, y lo que sigue de aquella preciosa canción que resultó también mentira. Como dijo el profeta, si el que ha plantado estrellas eres tú. Ovnis salen y entran del cielo empapado de Chimoré. Millonarios absorben cristal puro en Wall Street; los pobres mueren con tóxicos de pasta base y detergente.

Si es de no creer. Debieran redactarse escrituras sobre la propiedad de los países y cederlas ya a los personajes mencionados. Que incluya heredad para los que les siguen del núcleo de su singular orgía familiar. Si el poeta eres tú, por supuesto y el segundo es el Bécquer de la nueva poética boliviana, con versos apabullantes como un upper cut. Knock out técnico. Ganaron ellos y quedamos el resto afuera. O desempolvamos las arcas donde duerme la mítica palabra que despertó la Historia: Revolución, o nos morimos, que costumbre es, según Borges, que suele tener la gente. Pero, ahí cabe la pregunta ¿o estamos ante una dinastía de inmortales? ¿O la ciencia ficción se ha hecho real, concreta, presente, y superhéroes atraviesan los cielos de Orinoca y Chimoré? ¿Es Superman? No, es Evo Morales yendo al trabajo porque no descansa. Y su uno no descansa, enflaquece. Y este engorda. Lo dicho, estamos ante la presencia palpable de extraterrestres, ni se parecen a nosotros. El jefe máximo tiene algo de Sandro, de Beethoven y un poco de Manco Inca, pero es solo un disfraz, un recurso interplanetario para que no se descubra –todavía- lo que los seres estelares han traído, de bien, para nosotros. En su momento será. Por ahora, el curaca ha salido volando, disparado. ¿Superman? No, Evo Morales.
19/05/19
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 20/05/2019

Sunday, May 19, 2019

Madrid-Cochabamba… blues, beat, be bop y punk


MAURIZIO BAGATIN

“Si la literatura tiene un sentido, en una realidad cada vez más caótica, es que al menos alguien ve y entiende que diablo está ocurriendo.” - Hanif Kureishi -

Sí, lo sé, es solo rock and roll, pero me gusta…

Un hilo conduce la trama, parece el puente de plata que pudo unir Bolivia a España, hoy a distancia de muchos siglos y bajo muchas ruinas, es el rock… escucho Joni Mitchell, Blue… ella, tan sensual, pintora y voz de la noche, pinceladas por un Pollock urbano: “Todo el mundo está diciendo que el infierno es el más moderno camino a seguir…”.                                                     Y llega un grito, lo leo en la poesía de Ginsberg y lo veo en el cuadro de Munch, lo escucho en el grito de Demetrio Stratos, un chillido capaz de alcanzar 7,000 Hz con su voz.                                          

Mudo es el mundo. De oro es el silencio.                                                                                                                     El hilo conductor es el kaluyo, que es rock, andino, pero rock al fin.                                                             Pantagruélicas comidas y atroces muertes… una de Lou Reed, tal vez la divina Perfect day, y otra de Marianne Faithfull, seguro Sister Morphine, y perfumes, aromas, mierda y rosas, olores para todos los sentidos. Ciudades que son matrioshkas, una encierra otra, y otra que encierra otra y otra, al infinito: un Lazarillo de Tormes y un fantasma, miles demonios de la puta vida que nos tocó, a pesar de, o por suerte, vivir; borrachos adornados con perejil y ajo, taxistas para nada Travis, putas, rufianes. Toda la prosa urbana que recuerda lo que fue una ciudad. Y sexo, el sexo apresurado y adolescente, maduro y traidor, el sexo siempre imposible. Amor encadenado al destino: una película de Almodóvar con músicas de Grateful Dead… un relato de Víctor Hugo Viscarra con toda la psicodelia de Hendrix, sí de Jimi Hendrix… Danger in the dark with charango…                                                                                                                                                                    

Vida y muerte. Vivos y muertos. Libertad y esclavitud. Neil Young entra al Winterland Ballroom con su versión de luna de miel de Helpless en el pathos Cult, The Last Waltz y canta, toca divinamente su Gibson y sonríe, el pavo frío está ahí en su espalda, en su cuerpo… el rock es la ciudad, sus infinitas transgresiones… una poesía de Baudelaire y una barricada parisina, la reforma de Haussmann y luego la modernité… vicios y voluptuosidades. London calling.                                Amor y odio, opuestos históricos, Caín y Abel, alma y cuerpo del hombre. Anarquía. A veces, nobleza, otras muchas veces, miseria. Siempre polis, ciudades consumidas, escombros de historia, fracasos y logros, perversiones y bellezas… unas flores sembradas en el asfalto.

Madrid-Cochabamba, una ciudad es la Finis terrae, la Ultima Thule, todo lo vivible, todos los insoportables mapeos de todos los desastres humanos. Lo insufrible y lo indigerible. Una catarsis.                                                                                                                                                                                    Es aún la Muerta ciudad viva que no quiere y no puede deshacerse de sí misma, una metamorfosis y un relámpago de luz… un sueño y una pesadilla; es burocracia y corrupción, herencias coloniales y viveza criollas. Periferias pobres de miles riquezas, el k’epiri, el indio y el invasor… un libro cerrado y otro aún abierto: millones de palabras en busca de un destino, un esperanto en búsqueda de una Babel humana, de su luz y de sus sombras, en búsqueda de la noche. Dance me to the end of love.                                                                                                                                                                              
Es Goya y es Zurbarán… tierra y libertad. “Muchos creíamos que después de Alemania los aliados atacarían España para defenestrar cualquier rastro de extrema derecha. Pero los aliados se cagaron en España, cosa que habían hecho todo el tiempo, por demás. Y Franco tardó en morirse cuarenta años” (Santiago Roncagliolo).                                                                                            Es el paso del tiempo, con todos sus sistemas de frenos, que a veces enreda los nudos de la existencia en lugar de disolverlos de la misma verdad: todo es una ocasión única y la réplica no siempre está prevista.

Ya digo, es solo rock and roll, pero ¡cuánto me gusta!  
Abril 2019

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Fotografía: Casa fauve/Claudio Ferrufino-Coqueugniot, 2019


Saturday, May 18, 2019

Escribo para sacudir los fantasmas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

10 de la noche. Carmina Burana. Pensé ir a una barra a saborear cerveza amarga, a conversar con las divorciadas. Preferí quedarme, música y martillo, arreglando unos muebles en esta construcción de mi cuarto.

Desde Sumy escriben notas de amor. Pienso en Chejov, en la campiña rusa. Debiera decir Leskov. El nombre de Zoia Andreevna suena a tren. Lo descubrí en Cuba, en tarde de La Habana vieja, recién salidos del hotel en el Vedado, con los fantasmas de Juan Ramón y la Zenobia. Reconciliados, yo y ella, después de años de disgusto y labores de mano. Un ron basto, de Santiago, para probar fuera del mercado. Y café espeso, el mejor de la vida, diría ella cuando todavía hablaba, cuando no le cayó el tejado en la cabeza y quedó muda.

Observo el sábado norteamericano. Hay presión, coacción, control vecinal. El sábado es de dedicarlo al jardín. Para los perros son todos los días. Creo que si uno rehusara perder su sábado cortando el pasto, si prefiriera escuchar a Arvo Pärt, mirar cine, tener sexo, quedaría mal con los otros. Existe una estética tácita que requiere cumplimiento de horarios y normas. No lo manda nadie pero es notorio, pesado. A primera vista da la impresión de habitantes entusiasmados con el trabajo. Hablo de gente pudiente, que entre pobres no hay miramientos y a nadie le interesa arrinconar la basura. Me imagino yo en medio de gringos, leyendo el pabellón número 6 mientras los otros protestan que no quité la maleza, que el pasto excede el límite de tamaño que la decencia obliga. Ah, no, ahí estaría con la puteada como flor de labio, porque nadie me vendrá a decir qué hago con mi tiempo y cómo lo hago. Pero es una sociedad mediocre, de pensamientos siniestros y manufactura similar. Contemplo un par de negros, otro de latinos, chinos y filipinos todos podando, deshierbando, abonando para beneplácito anglosajón. Quien sale del cauce merece castigo y hay recursos sociales para hacerlo sentir. La sociedad uniforme, contenta, sonriente, armada con ametralladoras, asustada, regida por falsas normas y una más falsa comunidad. Se mueren por la comuna y no saben qué es. Ella no pasa por la obligación de ser todos iguales, de disfrazarse igual, de utilizar las mismas máquinas. La estética y, claro una supuesta ética. El ser buen ciudadano pasa por que desfiles al unísono con los demás. Pasa por Donald Trump que a pesar de la crítica es quien mejor representa a esta población de jardineros.

Me imagino, sentado en calzoncillos, y por la ventana abierta Tom Waits a todo volumen. Da para persignarse, supongo, para visitar la church y cargar las pistolas. Tocan la puerta y preguntan: ¿Vecino, no va a trabajar en su jardín? No, respondo, mientras Chopin golpea las teclas de su Eroica y se erizan los pocos vellos indios de esta piel morena. Hoy debo leer, mirar desnudos, poner cine noruego en el devedé. Pero, dicen, su casa va a desentonar con el barrio. Así me gusta, respondo, porque yo no soy como usted, labriego sin solaz. Y cierro la puerta empolvada, que olvidé quitarle el polvo. Entonces los pilgrims conversan entre ellos, conjuran para expulsarme, para plantar cruces ígneas en mi patio. Mientras cambio el disco y pongo la Varsoviana, y leo a Paul Avrich cuando cuenta que aquel día, un día, explotaron bombas en cafés de Odessa y de Varsovia. ¿Qué hacer? Nada, esperar la hora para emigrar de nuevo, para descabezar los sueños y recomenzar otros. Hasta que nos toque y el barquero nos arrastre a la laguna y entone cánticos de bajo profundo, creyéndose que en lugar de recojemuertos es un barquero del Volga. Siempre quise ir a Kazán. Siempre.
18/05/19

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Imagen: James Ensor



Control


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Control, Anton Corbijn/Reino Unido, 2007 

Tomó un director holandés para retratar a uno de los últimos grandes y trágicos iconos del rock and roll: Ian Curtis, vocalista de The Joy Divison. Eso da la pauta de la extensión inusual de la música de este grupo inglés, en el sentido de que su falta de ubicación precisa entre los movimientos musicales le presta universalidad. Joy Division surge en las postrimerías del punk, dándole quizá categoría post-punk; sin embargo, ya muerto Curtis, y en un plazo inmediato, Joy Division se convierte en New Order, grupo inaugural de lo que vino a llamarse el New Wave.

A decir del propio Corbijn, Joy Division no pertenece a los setentas ni a los ochentas, pero su música simple -y hermosa- se arraiga en ese espacio ubicuo de los momentos predispuestos a la inmortalidad. Aparte que las letras de Ian Curtis son poesía de un nivel que se ha perdido ya en el multitudinario espectro del rock.

El actor Sam Riley, que hacía poco doblaba camisas como dependiente, logra una magnífica interpretación del personaje, mientras que los músicos, que recrean en vivo al grupo, dan un inusual espaldarazo de solidez y poder a la cinta. Basada en el libro de la viuda de Curtis, Touching from a Distance, la película carece de la gran parafernalia de los trabajos dedicados a este tipo de arte. Es más bien sencilla y melancólica, como fuera Ian Curtis, quien desecha el rol de estrella para continuar siendo un muchacho normal, aunque triste, de cierta pequeña geografía británica: Macclesfield.

El rodaje comienza con un joven introvertido de 17 años y la aparición de una muchacha que se convertirá pronto en su esposa. Curtis se encierra en su dormitorio, agobiado por la monotonía de semejante lugar y la austeridad de la sociedad inglesa. En su encierro, que algunos han llegado a pensar muestra naciente de futura depresión, Ian escucha la música de David Bowie, elemento primordial y singular del rock; uno de sus grandes letristas también. En un concierto de los Sex Pistols encuentra a los miembros de una banda en busca de vocalista. De allí saldrá Warsaw, el nombre original de los Joy Division.

A medida que se adentra en la formación del grupo, y en la creatividad que exige el arte para descollar, el personaje olvida por decirlo así su trabajo y a su joven embarazada esposa. Con el éxito viene un encuentro con una amateur periodista belga que se convertirá en su amante, motivo que desencadenará la tragedia del film, con el suicidio, por ahorcamiento, del músico (escena presupuesta, no filmada). Corbijn intenta, a pesar de su presentación casi coloquial de este efímero drama, dejar pendientes las razones de la autodestrucción tan común en el arte. Aunque un affaire extramarital puede derivar en situaciones tales, la idea es que existe mucho más que la simpleza de un adulterio en la mente del artista para decidir su muerte. Obviemos la lacra sicologista que intenta reducir todo a una problemática de paranoia y enfermedad y quedemos con la casi glorificación del derecho del hombre a vivir o morir por decisión propia en un mundo impropio. No es, no se malentienda, apología del suicidio. No hay tal, son derivaciones personales mías de un asunto delicado y demasiado común en la historia del arte.

El título: Control, viene supuestamente de la historia de una cliente de Ian Curtis, siendo funcionario gubernamental, que tiene un ataque epiléptico mientras se entrevista con él. Epiléptico él mismo, el instante lo marcará profundamente y se convertirá en la letra de una notable canción: She's Lost Control.

El control es prerrogativa de los imbéciles; el caos, de los dementes y los genios.
22/10/08

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre del 2008
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 25/03/2014

Imagen: Ian Curtis

El tiempo pasa


Claudio Ferrufino-Coqueuugniot

La tecnología ha avanzado con desenfreno. También el arte. Si pienso en la música, creo que me volví obsoleto. Pareciera que la aparición de artistas con trazas de cambiar la historia ya se acabó. Posiblemente es un prejuicio de la edad que crea cánones a veces ya insalvables. Me creo moderno en cuanto a música y sin embargo mis alcances no avanzan más lejos de Nirvana y Pearl Jam. ¿Y hace cuánto que murió Kurt Cobain? Catorce años: todo un espacio.

Por las mañanas, mientras manejo, escucho un programa llamado Breakfast with the Beatles. Un desayuno muy antiguo diría yo. Cruzando la avenida Havana tocaban en la radio "My Sweet Lord", de George Harrison. Aumenté el volumen, y en el signo de "pare" un grupo de colegiales me miró como algo antediluviano. Pensarían qué mierda son Hare Krishna y el dulce señor. Con los pantalones en medio del ano se alejaron, caminando apenas porque debe de ser difícil caminar vestido así.


En 1975 traje de Córdoba, Argentina, un casete de los Doors. Tenía 15 años y aquello era nuevo. Lector de "Pelo", conocía la historia nebulosa del cantante Jim Morrison. Entonces escuchábamos sobre todo a los Beatles, a Crosby, Stills, Nash & Young (mi madre trajo un disco del cuarteto desde el centro del KKK en Alabama: Tuscaloosa), Pink Floyd y, en las fiestas, bailábamos "Chico Puntual" de Deep Purple o guardábamos copias de Uriah Heep y Ten Years After. En otros lados ya había explosionado el punk, pero a Bolivia llegó cuando perecía, exceptuando quizá una canción de los Clash.
La música, como la literatura, en términos de novedad, llegó tarde a nuestra juventud. Quizá por ello nos formamos con los clásicos. Aún hoy cuesta ponerse al día con los libros. Esporádicamente recurro a algún novísimo pero mis lecturas trashuman todavía por los años cincuenta (Christopher Isherwood) o, detrás aún, por las bellas novelas de Joseph Roth en los campos de guerra de la Ucrania revolucionaria. Eso si, no pierdo el rastro en la gran novelística del siglo XIX.

Las miles de canciones que guardo en la computadora van desde cantigas medievales hasta un máximo cronológico que señalaría a Violent Femmes. Anhelo todavía llenar el vacío de mi ignorancia de lo que se produce hoy. En parte lo debo a que en el exilio voluntario de los Estados Unidos, tal vez por la distancia pero más por la diversidad encontrada, me incliné con fervor hacia la música de América Latina y, en menor grado pero con igual expectativa, a cualquier tipo de música ‘étnica’ que me privó de seguir el tranco violento del rock and roll.
No era raro que manejáramos ebrios por el Distrito de Columbia, con Fernando Vargas, en un viejo y grande veocho Cadillac. Atronábamos la mañana entonces con "Born to be Wild" o, cuando llegaba el tiempo de reflexión y el crepúsculo se ceñía a las adustas hojas de los plátanos de la ciudad, cambiamos el estruendo de Steppenwolf por las líneas de Leonard Cohen.  

Pero luego de aquellos años de "Hotel Chelsea #10", donde Cohen le canta con nostalgia al espectro de Janis Joplin, aparecieron Rubén Blades, Aymara, Los Fronterizos, que se embriagaron con los amigos en casa. El rock se estancó. Luego, ya ido yo de la comunidad boliviana -andaba en amores con Norteamérica en piel y en cultura-, me arrimé a los últimos resabios del punk, no sólo en sus nombres ilustres sino en el punk local que funcionó como una gigantesca base redentora de la música moderna en el país. Pete Townshend -de los Who- decía que el punk había salvado al rock. Murió Ian Curtis, vocalista de Joy Division, y quienes le sobrevivieron crearon New Order: había nacido el New Wave, antecesor del rock alternativo que hoy, primera década del siglo XXI, aún aletea en simulacros de vida. El epitafio de Ian Curtis reza: “Love Will Tear Us Apart”, tal vez premonitorio, una secuela al fin del Flower Power que terminó en Altamont.
Había cerveza negra, en vasos de pinta, en El Gallo Negro, bar seudo-punk donde no sólo la cerveza era oscura: también los trajes de las muchachas. Buzzcocks, las sesiones Peel de The Cure, The Gang of Four, los recién aparecidos Mekons, The Pogues, The Pixies. Y siempre retornaba al Rey, Elvis, aunque ahora me gusta descubrir las canciones que cantaba y que eran composiciones de otros ni tan famosos del añejo R and B, sin quitarle mérito a Presley. También lo hicieron -esta suerte de copia- los Beatles y los Stones y de allí nació Bob Dylan, de la gran herencia negra, entre las muchas cosas que su talento cargaba.

Corté la lectura de Rolling Stone, que no sólo es una magnífica revista de música. El tiempo avasalla y resulta imposible perseguir ningún sueño de erudición en campo alguno. No sé siquiera si otra revista excelente del mismo estilo, Spin, sobrevivió al tiempo. La dirigía el hijo de Bob Guccione, de Penthouse y fracasos célebres como Calígula, pero hermosas e inolvidables mujeres: Janine Lindemulder, Leslie Glass que fue arrebatada de su desnudez y de su existencia por el cáncer. Spin denunció los crímenes de Roberto D'Aubuisson cuando aún la guerra civil destrozaba a El Salvador.


Escribo. Lo malo de un texto con tantas entradas es que se llena de digresiones. Cómo no hacerlo si en cinco mil caracteres tratamos de concentrar una vida, o parte importante de ella. El tema, que fue el del avance inexorable -e imposible de seguir- de la música moderna se diluye en los entreactos de un cambio de ritmo a otro: Blues, R&B, Rock and Roll, la música progresiva, el rock metálico, el Punk, el New Wave, Alternativo, y también las fechas de la historia personal con sus dosis de trabajo, de amor, de concentración, de sexo y de cansancio. Una mixtura que más parece maraña, pero que aún con su complejidad y sus austeros minutos vale la pena de vivir y recordar.
05/05/08
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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 10/05/2008

Imagen: Poster de Bonnie MacLean para el Fillmore West de San Francisco. Conciertos de los Yardbirds, los Doors, James Cotton & Richie Havens.

Thursday, May 16, 2019

María Cristina Botelho, la complicidad y el absurdo

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Juego de palabras? ¿Ejercitar retórica con ánimo de lujo y brillantez? Podría jugarse con las páginas de este libro breve y delicioso. De horas, diría mi madre, recordando a Rilke. Un trashumar por la infancia, la ilusión, el desasosiego, la soledad, todos sustantivos que se resumen en el fatídico aquel del absurdo, del indagar hacia atrás y ver (quizá no sentir) que huellas no quedaron. De nada. Por  eso las inventamos, articulamos y reproducimos, porque sin ser rebeldes no somos; fantasmas si no hay pasión; el yermo permanece yermo hasta que lo excavamos.

Dos pintores me vienen a la cabeza en los textos de María Cristina: De Chirico y Magritte. Hay un mundo de sueño entre ellos dos. Un péndulo entre la ausencia y lo presente aunque suene a lugar común. A veces, situaciones y personajes se nos presentan con esa colorida y estática muerte del italiano. Otras, viene el vaho de lluvia de Magritte y el cielo poblado. ¿Qué quiere de nosotros la autora, aparte de expandir sus propias dudas, el amor, la frustración de lo que no trasciende? Quiere un rictus que en instantes pueda convertirse en carcajada. Está el peso gris del medio oeste norteamericano lavado de cuando en cuando por un lluvioso Macondo. Vive en Indiana; sueña en La Paz. Conduce sin destino por la inmensidad de la pradera mientras bate con cucharilla dorada la manzanilla de ayer.

“Jóvenes del siglo pasado”, dice por ahí en las microletras, refiriéndose a los parroquianos obligados de un asilo de ancianos. Pues, bien, ahí hay un resquicio por el que penetramos al libro: el optimista por encima del triste, los textos que a pesar de tiznarse de sepias, refulgen por instantes en carmesí.
06/2018

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Publicado como contratapa del libro

Imagen: María Cristina Botelho

Wednesday, May 15, 2019

La vuelta al mundo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escucho a Juan Nepomuceno Hummel. Salve Regina. Pareciera que viviera en otro país y sin embargo es la misma ciudad. Tan diferente, sin embargo. Tan distinta. Ni mejor ni peor, otra. Aurora era una ciudad de trabajadores, villa inmigrante. Desde el amanecer salían latinoamericanos, africanos, árabes hacia el trabajo. Botas, cascos, martillos y pistolas de aire. Cajas de almuerzo, el lunch que se convirtió en lonche. En Denver, Capitol Hill, a dos cuadras del Charlie Brown, el bar favorito de Jack Kerouac, la dinámica es otra. Acá pasean los perros, trotan, las mujeres sin límite de edad sudan por los pasadizos de la calle 7. Barbados gay, el hombre y la mujer, andan tomados de la mano. El aire ha cambiado, la luz, los árboles. Existe en las calles viejas la sensación de ciudad, no esa villa de paso donde se duerme entre los intervalos del trabajo.

Ni mejor ni peor, distinto.

Hummel, misa. Cocino puerco en jerez para la llegada de mi sobrina Zara. De Bolivia llegan noticias de que murió su abuela. Se van desgajando, de a poco, todos; del bosque va quedando nada. Hasta los brotes desaparecen y las muchachas que de niñas manejaron bicicleta mientras sostenías la parrilla van cediendo los cabellos al cáncer.

Un amigo me habla de Chatwin, de la Patagonia. Dice que de Bolivia saldrá alguien siguiendo la ruta del inglés. Ya estamos viejos para ello. De adolescentes trepábamos las laderas de Liriuni y nos metíamos a las aguas termales por la noche. Con los años llegó Francine y se bañaba desnuda en la piscina caliente. Se veían sus ojos como luceros azules bajo el foco de 50. Llegó otra con su amante y la vida se puso difícil. Los lugares de placer niño se hicieron lugares de goce adulto. Como un cambio de sustancia. No solo entretenimiento, filosofía. O cachonda desidia sin imaginar el paso del tiempo, el futuro que atrae y que fallece.

Conduzco el Subaru blanco en domingo de mañana, por calles que transité mucho y que hoy vivo. Viajo en la misma ciudad, que había sido escondida, oculta, feble y engañera. Nunca pensé que la noche tendría otro matiz, que en lugar de escuchar a las matronas latinas o el rítmico golpeteo simple de la música mexica, escucharía el silencio. Pongo algo de jazz, son cubano, Leonard Cohen. Me digo que soy el único vivo en un mundo de muertos. Los perros, animales fieles y comprendo solidarios, viven en este barrio como príncipes de Brunei. Pasan los camiones gris azul de las entregas de Amazon. Ya nadie compra libros, ahora los repartidores cargan pesada comida para perros. Y cajas pequeñas que o son comida de gato o municiones de un estado que adora las armas, sin reconocer que su adoración se debe al miedo.

Día de la madre en los Estados Unidos. Todos mis días son de mi madre. Me habla, me regaña, me aconseja, me cuida, me despierta y se desvela hasta que abra los ojos. A diario, no solo este día de mayo, o el otro día de mayo, esos que el poeta negro Nicomedes Santa Cruz rechazaba: “este domingo de mayo, vergüenza debiera darme”.

La soledad se cubre de nombres: Anna, Milana, Irina, Elena, Olena, Alina, hoy Ksenia. De algo hay que vivir fuera del pan. Y labios de mujer y cabellos de mujer saben a hierbas aromáticas. A este viaje, incluso si se reduce a las pocas paredes de una habitación, hay que traerle voces. Unas ya se enterraron y quedan mustias: Victoria, Tatiana, pero el mundo se renueva en instantes, o se muere en instantes. No hay que parar, seguir moviéndose. Y si el tempranillo se terminó, con un merlot se podrá continuar el camino.
12/05/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 14/05/2019

Fotografía: Puerta/CFC/2019

Sunday, May 12, 2019

Zona íntima/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El mundo político delincuencial pareciera haberse consolidado. Nada es lo que parece. Nadie creería que Plinio habría de perecer bajo el volcán. El tiempo está contado para todos. No me arriesgo a hablar de destino porque eso nos quitaría el libre albedrío y nos convertiría en jugarreta de un dios o varios dioses, en héroes argivos y troyanos siendo engañados por divinidades jugando a ser hombres, o toros, o cisnes.

Dejemos que la historia mueva su rodillo a su propio paso. Suele a veces tardar o desembocarse. Está fuera de nosotros decidirlo, pero viene, ella no es la amante que abandona en definitivo: siempre regresa, renovada, briosa, vengativa y terrible. El amor de la historia, a veces, arriba rodeado de muerte.

Hay que enroscarse en uno mismo, salir del dolor ajeno para entretenerte con el tuyo. Una silla, una mesa, tú y tus reflexiones. Desactivarse del entorno, dejar, por un rato, que los mariscales de la política supongan haber alcanzado la vida eterna. Nunca lo harán, ni tú tampoco. Hacer la pausa, marcar uno a uno los puntos suspensivos, el espacio justo para hacer eso que los psicólogos repiten como lugar común: encontrarse.

Es necesario, justo. Imprescindible, para que el otro, los otros, no crean tenerte en la red y que decidan que dejaste de ser pez para convertirte en pescado. No.

Pues en eso he abierto un vino, el primero de un rincón vacío que comienza a pertenecerme. Un pequeño sirah, aromático, suave, distinto al vino de casa que bebí ayer en un bar y que sin ser malo tenía la rudeza de lo tosco. Este californiano llenó la sala de olor a chocolate y fruta negra. Además era mío, solo, sin interferencias, él, el vaso y yo, tan simple como un tríptico de Max Beckmann, tan colorido.

Al vino siguió la noche, el sueño todavía poblado de espectros, de ballenas horrorosas como las que Béla Tarr pasea por los pueblos de la puszta. Luego el arte, los cuadros a colgarse en la pared, el afiche del festival de cine de Rotterdam, del 2015, enviado por una lujuria pasajera, un placer de mujer aromático y suave como el vino, blanco, sí, no oscuro, de piernas y vellos rojizos como pastos del atardecer. El mapa asiático del siglo XVIII, del que tanto he hablado, con bandas de cosacos errantes y países que ya no son… volvemos a lo efímero.

Arte, música, cocina. Libros. Una gran crónica norteamericana sobre un comerciante de fósiles de dinosaurio. Uno que fue por lo grande a vender el esqueleto completo de un tiranosaurio mongol, del Gobi, de las profundas arenas del Taklamakan. Me lo regaló mi hija Emily, por otro cumpleaños solo, de los cuatro, o cinco, que cuentan en los últimos veinte años.

¿La primera música en la calle Clarkson? Hoy que saqué del escondite el tocador de discos y lo armé sobre un mueble chino de imitación antigua… Sidney Bechet: Summertime. Muy suave, me dice Anna Volskaya, para un sexo fuerte. Lo sabrá ella, supongo, que nunca estuve en piernas con Bechet de fondo.

Así pasó el domingo. Las noticias cuentan que ningún tirano cuelga hoy de un árbol. Día apacible, entonces, a aprovecharlo. Encuentro entre el revoltijo de ropas y papeles, mi pasaje en bus desde el Mar Negro hasta la frontera rusa, cómo me desenvolví en un país donde nadie hablaba inglés, las noches en que bajaba desde mi sombrío apartamento de Kiev en el 22 de la calle de León Tolstoi para ir a comer arenques fríos y pepinillos en escabeche con cerveza blanca ucraniana o negra irlandesa. Era libre ese octubre, noviembre; soy libre ahora. Otra vez, por el momento.
05/05/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 07/05/2019

Fotografía: Ventana/Claudio Ferrufino-Coqueugniot/2019

El suicidio de los políticos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La trágica mascarada del suicido de Alan García solo confirma que estamos metidos en la boca del lobo. Del chacal, mejor dicho, el de la risa cobarde y la pasión por el latrocinio.

¿Qué pasó? Se suponía que la política era un arte. Ligada al intelecto, conocimiento, olfato, astucia, visión y perspectiva. De pronto, arriba, se entronizaron rateros de poca monta, Garcilineras que hasta roban en los bocadillos que se entregan en el avión. ¿Capaces de crear ideología, de fundar escuela? Si lo único que saben es lo más sencillo que existe: alargar la mano para robar tanto como para limpiarse el culo. Ni hablemos de derecha o izquierda, de Lula o Alan García, truhanes de mala muerte que jamás fueron lo que desearon ser y quisieron alcanzarlo como majaderos y delincuentes.

No sé, tal vez me equivoco –o nunca se puede leer tanto como para afirmar-, pero ha habido en la historia gente que se dedicó a ello con fervor. No cuento de los muertos útiles, por miles o millones, que en nombre de habladurías con tinte de ideas se hicieron matar. ¿Para qué?, me pregunto, para engrosar el abono en beneficio de los maleantes. El ser humano… buena mierda, con excepciones. Leo, de pasada, hoy, que Johnny Rotten, el más radical del movimiento punk, se queja que los mendigos invadieron su exclusivo barrio angelino. Mejor morirse, y razón que tenían Hendrix, Morrison y Joplin, para no caer en la demencia genital y general que nos transforma en macacos adornados de lentejuelas, con acciones que ahogan la voz, matan la palabra.

Suicido es lo menos que pueden cometer. Sabido es que ni a cielo ni infierno nadie se lleva nada, y que en aquellos supuestos espacios de bienaventuranza y castigo cabe exhaustiva selección. Club exclusivo. A los que se deja de lado, pues purgan por ahí, en lamentación eterna. Que si existen, los espacios estos, sabemos que al señor Morales, inca con alma de conquistador, le espera mortificación medieval. Achachilas y demás patrañas perecerán ante la patraña mayor. O, peor castigo, ahí en la tierra se hacen polvo y no existe memoria, ni recuerdo, ni nada. Entonces, dada esa posibilidad, a robar, a robar que el mundo se va a acabar. Pero a veces se termina antes de lo pensado, caso presidente peruano, o son manos ajenas las que se encargan de acortar la vida de los amos. Que no quepa duda que siempre hay, y muchos, quienes por motivos diversos, incluida la envidia, se desviven por ajustar la cuerda de los mandamases.

Parece que en el Perú, y Brasil, a la presidencia le sucede la cárcel. Sana costumbre que hay que imponer en Bolivia. Aunque más expeditivo, claro y limpio, sería el paredón para los que hacen usufructo del Estado. Estaría el dificultoso factor numérico en nuestro país, porque para acabar con los galardonados masistas habría que instalar ametralladoras en cuatro esquinas y apretar el gatillo. Este club de violadores y cuarenta mil ladrones, masivos como son, necesitan solución masiva. El riesgo en está en caer en una suerte de “solución final” nazi que no le haría bien a nadie, pero que estaríamos mejor sin este forraje inútil, por supuesto que sí.

Ojalá que lo sucedido con García en el Perú se convierta en síndrome de los gobernantes de América Latina, con clases especiales para que no yerren el tiro y se vuelen las cabezotas inútiles sin costo para los contribuyentes. Eso, o alistar una generación de verdugos, y hasta sicarios si se diera la necesidad, que barran con la escoria y dejen los zócalos limpios. Otra vez, caemos en una especie de fascismo desenfrenado. Pero ¿a alguien le importa ya, en el muladar en que habitamos, la forma y la destreza con que nos liberemos de esto?
28/04/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/04/2019

Imagen: Jan Saudek