Thursday, December 26, 2019

Sola Navidad


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Que es linda la vida de pareja? Claro. Pero mejor es la independencia. Teme el morirte solo, aconsejan. Solos moriremos. No somos reyes egipcios para enterrar otros, a la fuerza, con nosotros.

25 de diciembre. Brahms, Schumann, Rossini. Filmes, caminatas en el viento frío. Fotografía, lectura, panetón italiano y puerco al horno en receta de mamá. Algunas mujeres en el chat. Hablan de fiesta y solitud. Hombres que cuentan de la ausencia de un femenino en su cama. Yo tiro tranquilo los zapatos a un lado, calcetines al otro. Preparo un baño de tina y me hundo en ella como Séneca, sin la muerte. Cuando salgo, dejo música tocando para los fantasmas que pueblan la casa de 1920. Para su tranquilidad.

En el Messenger de Facebook aparece la mujer que caminó cerca por veinte años. Raro el tiempo, el hombre, como si nunca hubiera pasado, igual a huesos roídos sin gusto y con desdén. No me vengan con nostalgia. Ese es atributo al que no alcanza la mayoría. Mundo de ventajas, de aprovechamientos, de ganancia aunque para ello se arriesgue pérdida, pequeña o grande. ¿Despecho? No puede haberlo a pesar del dolor. Ahora ella, la otra, es un punto verde en el mundo virtual, como un granito de molle. Nada más. Pero no hay que entristecerse. El amor suele ser tan banal como el mundo. Palabra falaz, que si está presente de veras llega a ser el regalo perfecto. Casi inexistente por ello. ¿Dónde están esas mujeres? ¿Y esos hombres para ellas? A veces la felicidad se toca con poco; a veces con un plato de comida, o un hogar. Si bailamos canciones haitianas, eso fue. Bailamos, en pretérito. Simple, nada complicado. El espíritu inventa cosas que no son. Que existen, seguro, pero vuelve la pregunta ¿dónde están? Por lo general morimos con la carga de las malas elecciones, de las decisiones pésimas.

Soltar. Soltar la rienda. La propia, porque a los demás no los tenemos domados. No hay por qué. La felicidad vive dentro de casa, en los coros de Hugo Wolf que suenan ahora, a las 6:55 de la tarde. He leído, y compartido, a Mamani Magne, a Averanga, a Cerezal. Breve el tiempo que queda. Las hijas aprenden a vivir y se debe aprender de ellas, observar la existencia que se agranda, que crece en los nuevos, dejando atrás porquería inentendible.

Tiempo de café. Aroma que inunda, calor de caldera y de radiadores antiguos por los que corre agua hirviente. Así tenía la casa de Bulevar Chacabuco, en Córdoba, donde se conocieron mis padres. Esparzo por el pan blanco mermelada polaca de cereza amarga. Me gustan los mercados étnicos, distraerme y conocer el universo humano tan variado, cercano y distante: harina de mandioca de Togo, que hermana África al Brasil; delicias croatas; adobos indonesios; galletas de té bosnias, pasta italiana.

Discutimos, no conversamos, con alguien masculino (adjetivo engañoso), del por qué no me traigo a dormir al departamento una mujer cada semana en mi libre sábado. Lo básico de esta pregunta, lo elemental, es la ausencia del darse valor personal. Eso se adquiere con experiencia, no en los libros de autoayuda que son pasto de tontos (perdón si insulto). Si visito bares, si bebo cerveza negra, si observo mujeres y me deleito con culos, no implica que mi presencia allí se deba a eso, o no en exclusiva. Voy, me quito la chamarra, me siento, como papa frita, tomo Guinness y alterno un bourbon. Mi placer. El retorno también lo produce. Abrir la puerta, hacer lo que quiero o quiera sin necesidad de servir a nadie, de agasajar, quizá inútilmente, a la que visita. Llegará el tiempo. Si no viene no hay problema. El secreto, escribí treinta años atrás, radica en estar solo. Dana se me acerca pero es casada. Eludo el drama por más que me guste mucho y saber que entre pieles me pondría contento. Nadia me dice de “mi” carisma, pregunta si estoy casado. Ella sí. Otra vez, le hago el quite al drama, al llanto de destrucción de hogares, penas, tragedias innecesarias. La paz pesa más que la belleza. Mujeres muchas hay, como hombres, en un asunto que no debe, no puede, ser desesperado. Enseña el silencio. La soledad juega de imprescindible maestro.

Salí ayer, 25, a capturar imágenes y jugar con mi teléfono. Hacía frío y luego de sentarme en la avenida abandonada, preferí retornar. Sin música no vivo, y los discos se sucedieron. No soy descreído del amor, pero me parece que las situaciones pecan de ambigüedades y somos fácilmente corrompidos por el fraude. No se trata de andar con pies de plomo sino de sensatez, muy esquiva esta, difícil de aprehender, pero aparece, se presenta y se acompaña de calma. ¿Por qué destruirla? Si a la vuelta de la esquina está la Mujer, pues la disposición no mermó; solo que ahora se hizo ausente el niño desesperado, el cantante de rancheras que a pesar de los pistolones y las cananas llora como magdaleno.

¿Sola Navidad? Para nada, si estoy conmigo. Y Haydn.
26/12/19


Wednesday, December 25, 2019

El frágil fantasma de Evo Morales/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Es tan profundo el trauma que esta gente dejó en el país, que cunde el temor, que se presume el regreso, que se teme la venganza. Claro, todo puede ser; no es un mundo perfecto. Pero pensemos en los detalles.

Los asambleístas del MAS, y por lo general la totalidad del esputo masista, siguen conspirando. Son, también, atolondrados, además de maleantes y viciosos. Encandilados con la tosca figura del inventado líder, del construido, bastante burdo, por los gringos de las oenegés. Ayuda su presencia cercana, en Salta. Pero no ayuda, mirando con realismo, que apenas llegado a Orán, Morales se dedicara al narcotráfico, con su “cónsul”. Cierto que los Fernández, ella y él, reciben dividendos de la droga, y esa debe ser una de las cláusulas del asilo/refugio del llamero allí. Frágil negocio que les traerá problemas. El tonto se cree intocable, pero sabe que no lo es, por eso corre.

Que vuelve, que no vuelve. Gallo rojo y gallo negro. Rojinegro en esta ilusoria guerra ideológica. No existe tal. Hay cocaína y producción y venta de cocaína, nada más. Que Evo, que Andrónico, pronto pelearán por las tajadas. Ni Añez ni nadie tendrá que mover nada para ello. Ya vetó Morales al discípulo infecto, diciendo que es demasiado joven. ¿Celos, señor? Debe tenerlos, porque aunque se haya acercado, no está, y quien corrió una vez, corre siempre. El correcaminos no se convierte en león. Y si lo hiciera, siempre hay un imprevisto Hércules que le abre la boca y rompe la mandíbula, como al de Nemea, si leen.

El contexto de Evo Morales en Argentina esconde su segunda fuga en un mes. Se ha aclarado que el divo correteó de nuevo cuando supo que el Procurador General de los Estados Unidos había llegado a México. Y para USA, Morales es persona de interés. Muy particular. Dejó pagando al imbécil de AMLO, que balbuceó disculpas con cansina voz de tarado, y se fugó a Cuba acompañado de sus eternas parejas, la troika sexual del plurinacionalismo, nacionalsocialismo, recalcitrante.

¿Qué vendría a pedir el gringo? México no tiene la capacidad de negarse –cada vez menos- a los Estados Unidos. Entregar al expresidente y delincuente permanente hubiera sido atroz para la “izquierda” mexicana. Al final, lo único que dejó el cacique allí fueron sábanas hediondas del hediondo amor. Romea y Julieto, digan lo que digan los politólogos argentinos y su venal opinión.

Entonces viene la pregunta: ¿Por qué temer? Los gringos están detrás de Evo Morales. Deben tener voluminosos legajos para que cualquier juez condene al tirano a cadena perpetua. Tardan los norteamericanos porque se aseguran. La situación va volviéndose perfecta. Los “progres” pusieron el escollo argentino para evitar que lo atrapen. Esos son terrones de greda; la cacería está en marcha y no cesará hasta el castigo. Al déspota lo espera, para siempre, una prisión federal. No distinguirá entre el día y la noche, solo por timbres. Luz artificial veinticuatro horas. No sabrá de frío ni calor. No lo amamantará la ministr(a). ¿Por qué temer? Sus pasos y días están contados. Hasta en el reloj de Choquehuanca. Por un lado o por el otro lo agarrarán, de este lado del espejo o en el de Alicia. Se terminó el país de las maravillas.

Los asnos, los camisas azules, sueñan con un imposible. Se hace, el Asno Mayor, demasiado visible. No acepta los consejos del Chapo de un perfil bajo (de nada le sirvió). Es el estridente de las dos urracas parlanchinas, Tuco y Tico, Evo y Álvaro. Al otro, al delicado, pareciera que lo olvidaron, pero no. Las blancas mazmorras, o las altiplánicas, se le preparan también. No perdamos tiempo con el miedo. El miedo es para él, y ellos.
22/12/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 24/12/2019

Imagen: Franz Sedlacek, circa 1926

Tuesday, December 17, 2019

Golpistas/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Los campesinos rusos, según Bakunin, esperaban que llegase Garibaldoff para salvarlos. Garibaldi no llegaría. Amparo Ochoa cantaba que “dicen que Zapata no ha muerto, que Zapata ha de volver”. Mucho dolor y sangre en la historia. Hasta épica si queremos llamarla así. Epopeya. Los tiempos cambiaron, ahora cualquier delincuente común, dícese Evo Morales, ansía volver desde su cercanía argentina. Las hordas alcoholizadas, dopadas con chicha y pasta base de cocaína, en el aberrante fin del mundo del Chapare, la Sodoma y Gomorra del trópico, abyecto como en las páginas de La vorágine, lo reclaman. No hay Tierra y Libertad, ni Unidad ni Igualdad. Aquí, en este reclamo de un porcentaje mínimo de la población, enriquecido en el antro del vicio, eyaculación obligada sobre mujeres inermes, asesinato, tortura, un verticalismo infame abusador, no existen atisbos ideológicos, idearios, idealismos. Acá hay droga y dinero sucio, y nada más. El cacique quiere regresar a su cama de cuatro metros por tres para violentar menores, manejar su avioncito y despachar droga. Duele no ser ya emperador. Duele perder el derecho de pernada. ¿Para qué lo quiere, si tiene a su hetaira incondicional, la Montaño? ¿O tampoco allí existe nada? ¿Amor o narco? ¿Dinero y jale o sentimiento? Lo sabrán ellos; finalmente hasta entre convictos nace apego al arrumaco.

Aseguran que el falso indio se trasladó cercano a la frontera. La misma que pasó Lavalle deshuesado, o triste el montonero Felipe Varela para, otra vez comentan, hacer las delicias de Melgarejo. El imbécil López Obrador se prestó a ser usado como puta por el insaciable, traidor y cobarde ex presidente de Bolivia. De nada le sirvió darle honores, documentos, guardias, propaganda sin fin. El infalible Evo lo dejó pagando. Se fue con dos cueros a Cuba. Se rumora que se casó con la Hiena allí. La noche de bodas sería el triángulo isósceles de la parodia marxista del indito.  

Pero allá ellos con sus apetencias sexuales. Habrán llevado, según sugiere el malicioso pueblo, al gaucho marido de la ministro para que les sirviera de colchón. Lo que importa acá es el plan macabro cuyas instrucciones fueron a recibir en La Habana, la preparación del golpe de estado seguramente diseñado por los Linera que afirman que son guerrilleros siendo en realidad ases de los cien metros planos.

No olvidar que en la isla del caimán se fraguó la estupidez guevarista. Esa hecatombe producto tanto de la vanidad como de la estulticia. Terminó mal como terminará también esta aventura. No han sabido leer que lo que sucedió, por lo que corrieron como galgos, fue un levantamiento popular, mayormente joven y multiétnico. No como dijo el asno argentino Graña, excremento del excremental peronismo. Ni Camacho, ni Pumari, menos Mesa, a quienes supongo se pretende eliminar, fueron los artífices de lo sucedido. Catalizadores, es posible, como aparecen en toda revolución. El retorno de su majestad solo produciría otra reacción esta vez doble, una cuyas consecuencias bien podrían mirarse en los faroles de la plaza Murillo. En intento tal, casi seguro que no habría escape. Y, ya fuera del control (en cierta manera) de dirigencias, el masismo en todos sus niveles sería ahogado en sangre. Esta correría de ambos lados. Pero en uno hay unas decenas de miles de cocaleros y otra de delincuentes pagados. Al frente, millones. Basta un agitador, uno que faltó en la marcha por el TIPNIS, para que se suelte la tragedia. Si desean arriesgar, adelante. La opinión de los secuaces argentinos, otra banda de rateros y madres que lucraron de sus hijos muertos (y abuelas), no cuenta. El izquierdismo vive plagado de ceguera. Cuenta el dinero de la droga, que correrá a montones, pero volvemos al mito del rey Midas cuya moraleja enseña que el oro y el poder no alcanzan, que son pobres objetos para alcanzar futuro.

“Volveremos a los laboratorios de cocaína” es la nueva consigna de la revolución. Pues de esta vuelta vendrá una estampida cuyo fondo se tocará en el barranco. Probemos.
15/12/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra(, 18/12/2019


Imagen: George Grosz

Wednesday, December 11, 2019

Un año: Kharkov


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una figura agazapada en la penuria boliviana, en la sombra del mal, impidió el paso de las letras de tinte hermoso. No puede la melancolía adueñarse en tiempos de crisis. No podría escribirse ni los más tristes ni los más felices versos en circunstancias así. Cuando el hombre aúlla y las huestes fantasmales se rodean de sangre, hay que alertarse, agarrar un palo, un martillo, una hoz para decapitar al monstruo. Ahora escribo. No es que pasó, la hiena sigue escondida y jadeante, las fauces babosas, la baba espumosa, la droga amontonada, la desesperación del olvido. Y era Ucrania, un año atrás, mientras el engendro en Bolivia anunciaba hace poco otro Holomodor, esta vez local: matar de hambre, dar comida a los gusanos. La lógica la misma: el poder, la imposición, la magia negra de ser perdonavidas, o acabavidas.

He puesto Couperin en el tocadiscos, órgano de la basílica de Saint-Maximin. Paz de prepararse una kanka en olla, tirar los zapatos sin distinción política, a cualquier lado, acabar con el último trago de vino del valle de Colchaga. ¿Solo? Sí, acompañado de tanto, del awayo de Leque que cuelga de la chimenea, de aquel Leque que caminaba por las noches mirando los agujeros del cerro que eran minas personales de azufre, de recuerdos portugueses y ucranios, de un magneto en el refrigerador con la estatua de la gran Catalina, tan cerca del Mar Negro, el negro ponto. En el parque Gorky, Ekaterina me alcanzaba la mano de finos largos dedos para que no me perdiera en el laberinto de espejos. Veníamos de un desayuno con ostras en una bandeja de hielo. Si hubo sofisticación en mis años fue en Ucrania, donde aprendí que a pesar de todo, de donde vengas, hay tiempo para la elegancia. No sabía mucho ella de Chejov, pero estábamos en un establecimiento que llevaba su nombre, lleno de excentricidades, sobrecargado, absorto espacio de la literatura rusa, en los ricos de provincia de Gogol y de Leskov. Un mundo ajeno al practicismo sajón, a la desidia latina. Aquello era el universo concentrado, y en cada detalle de estuco sin duda convivían siglos de razas e historia. La mano de Ekaterina estaba fría, delgada como su cuerpo alto y el cabello negro, sentada frente a mí en la rueda Chicago que pasaba por encima de los árboles y espantaba las aves que todavía quedaban antes del invierno. Kharkov, Kharkiv, Jarkov, la que fuera capital, la industria, la guerra civil, la otra guerra, la bandera azulamarilla del país que decidió liberarse de Rusia, que de protectora se volvió asesina y dominante.

Apareciste con tu traductora. Al frente del caro lugar de desayunos, tanques de guerra. Rusia está cerca; los separatistas también. No importa, me besas la mejilla y te mides conmigo para ver si eres más alta. Me pasas por debajo un papel con tu correo y tu nombre: Ekaterina Martinenko. Todavía hablamos, pero se ha perdido aquel impulso del frío que te hacía temblar mientras buscábamos un abrigo por las movidas calles de Jarkov. Luego regresé al hotel, en el tercer piso de un edificio de negocios, raro. Cinco piezas, nada más, y una bella rubia que era la encargada, Anna, a quien prometí un café que jamás se va a cumplir.

A la mañana siguiente tomé una cerveza en vaso plástico. De esas cervecerías al paso con pilas en la pared y un nombre que dice el tipo de cerveza. Comí al lado una suerte de tortilla que no recuerdo si era kazaja o turcomana, de carne encebollada. Anduve por entre los edificios de apartamentos en decadencia. Bancos y árboles guardaban la esencia del recuerdo. Todas las páginas se me vinieron encima, con ellas, árboles de hoja caduca, hermosas mujeres eslavas de ojos mongoles. No mucho tártaro como pululan en Odessa. De aquí los arrearían al sur, luego de su larga estadía y de las pocas espadas que en Ryazán se les enfrentaron. Ahora los tártaros venden comida popular, y hasta gourmet, en las principales avenidas de Kiev.

Los ojos de sus mujeres vienen de la violencia de siglos, donde siempre es el femenino el que pierde todo. Los hombres solo la vida, que en serio no vale nada. La mujer aguanta, permanece, soporta la demencia invasora.

Es solo una introducción a Kharkiv. Ha venido la noche y toca la puerta de mis párpados. Quisiera soñar, volver al día en que leí Almas muertas. De mi ventana se ve la gran ciudad de luces titilantes. Ekaterina dormirá en casa. Por la tarde se cubrió el cabello en las iglesias ortodoxas, como el resto de ellas, como las musulmanas. No recuerdo su voz, sí los largos dedos de sus manos frías.
11/12/19

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Imagen: CFC



Wednesday, December 4, 2019

Soldaditos de juguete/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No recuerdo el contexto porque no es importante. García Linera hablando que él era hombre de guerra; supongo que su hermanito también. Que no se sentía a gusto en la paz, y así. No había tal. El pollo escapó. Mirando hacia atrás, nadie los perseguía. Bien podían quedarse en el Chapare y combatir. Pero, claro, niños ricos, para qué ensuciarse en algo que no era de ellos. Huevos allí, no hay.

¿El pollo mayor? ¿El curaca? Ese no esperó para salir corriendo. Contaba con aeropuerto, territorio amplio y quizá autosuficiente. Con miles de narcos, llamados cocaleros, dispuestos por unos pesos, alcohol, pasta base, a asesinar, violar, robar. Esa es la gente que torturó y mató a los esposos Andrade, la turba inmunda, criminal. ¿Qué otra cosa necesitaba el niño travieso, y avieso, Evo Morales para quedarse y combatir? No posee la crin de potro para hacerlo; este supuesto indígena tiene los pruritos de un caniche hembra. Perra que no presidente; rata que no estadista. Desde lejos rebuzna, como lo hacen los cobardes que me insultan por lo que escribo, los que me amenazan con romperme “las caderas” cuando vaya con “mis libritos”. Veríamos qué dirían con un caño en la boca sucia. Al dispararse no balbucearían mucho ni perderíamos nada. Hay gente vegetal, maleza que se arranca y punto. ¿No era momento para una lucha armada, para una épica guerrillera? Pero no, había que huir con carga de cocaína y montón de pañales, huir con dos amantes el comandante ambidextro. Para eso sirven, personajes de letrina.

¿Y el otro? ¿El Quintana? Temí verlo aparecer vestido de negro, con el característico sombrero redondo del vietcong. Que apareciera en bicicleta con bolsita de arroz, ametralladora, y desatara la ofensiva del Tet. ¿Y qué pasó? El ratón carecía de traje negro y había dudas sobre su virilidad. Una cosa es andar en puestos de frontera con putas y guardaespaldas, otra es combatir. La guerra, guerrilla, resistencia es una; el poder es otro. Macho bragado y comprobado, no; putañero sí, y asesino de espalda ¿pero vietcong? Ni siquiera nuera del vietcong. Culebra de arrozal que tampoco se enfrentó a los hechos. Se escondió debajo de las faldas de la embajadora mexicana, tal vez para que lo disfrazara de Adelita, como lo hicieran los federales en la toma de Zacatecas (o Torreón) cuando se vistieron de viejas para escapar de la ira del Centauro del Norte, Pancho Villa.

Si estamos entre puro guerreros. Parecen sacados de Game of Thrones, de espada y hacha. Tal vez la Montaño, hembra del caudillo, tenga más vigor y fortaleza que los otros cuatro: las dos Linera, la Morales y la Quintana, el renombrado cuarteto Las Jilguerillas para un público mexicano que adora el corrido. Y estos corren bárbaro, más rápido que cualquier corrido popular. Conste que esto es insultar injustamente a las mujeres. Lástima que en español no existe el “it” para nombrarlos: el coso, el nabo…

Liebres, galgos, jerbos, a ver cuál más rápido.

Río (es bueno reír) porque un amigo me envía una nota de El Universal donde cuenta que la recaudación pro-Evo de los representantes mexicanos en el congreso da un monto bien redondo de 0 pesos. Otro amigo desde Santa Cruz me dice que habrá que organizar una kermesse en su beneficio. Poner unos muñequitos cabezones con las cerdas del Imprescindible y bajarlos a pedradas por un premio y un pago destinado a que Gabrielita y él no perezcan de hambre en la urbe del fin del mundo. Porque entre jale y jale, un choricito no viene mal…
01/12/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 03/12/2019