Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El Sixty Nine, por ahí cerca, putero en que jóvenes íbamos a perder tiempo, 10 de nosotros metidos en el jeep UAZ de Chino Murillo. Penumbra, muchachas de acento camba, alguna brasilera, chilenas, streep tease, enclavado en un barrio mugroso, lejos de cualquier modernidad y cerca de lo rural pesado, en transformación. Cerca también del infame, y famoso, Bombo Huasi, llamado así porque embarazar en la jerga local es “poner en bombo”, y de la chichería aquella salían las empleadas domésticas, de asueto en domingo, embarazadas y con los rostros destrozados por la golpiza. Violación a puñetes, “desfile”, como en también la jerga se dice cuando más de uno hace fila para penetrar y eyacular fuera de cualquier contexto erótico. Sexo color marrón, de adobe, revolcado en polvo de sequía y excremento. La Casa del Bombo, el Bombo Huasi de falsas victorias masculinas, de hombres que necesitaban paredón para solucionar una presencia innecesaria.
Cuento en El señor don Rómulo las vigilias de los
hombres de familia para abusar de la novel empleada. Sigo, en el siglo XXI,
escuchando que tipejos infectos “se chantaban” a las empleadas el primer día.
Si por desgracia había embarazo, la expulsión de la casa patronal por
ignominia, “por puta”; qué común era eso. Y debe seguir.
En el
cruce, dentro del bosque que ha muerto, la Ciudad de los Niños. Padre Berta el
creador. No sé los detalles y no apologizo a nadie. Pero estaba ahí. En un
momento de crisis amorosa (qué malas parecen las mujeres siendo cobardes los
machos) me acerqué a ofrecer voluntariado. Berta exclamó: ¡é que viva la
juventude!, algo similar venido del italiano. Hice fichas en la biblioteca de
la casa hasta que me arrastró el jugo de la garapiña, y el amor retornó con
cincuenta por ciento de goce y cincuenta de dolor. Tanto hemos sufrido que no
importa lo que venga. Más que eso, la muerte, dichoso descanso. De voluntario a
voluntarioso amante, dolido ebrio sin nave ni timón.
Motel
Paradiso. No he sido conocedor de moteles sino de pastizales y zanjas,
acostados sobre bosta de vacas por accidente, acariciados por sol y alfalfa.
Cuestión de principios; y de dinero. Pues al Paradiso me llevaron, a cama
blanca con sábana abajo y arriba. Fantasía tropical, nombres estrambóticos
señalaban las puertas de garaje donde se escondía el placer. Hasta una concha
que emulaba a Botticelli, de burdo concreto gris y que helaba el trasero, para
supuestamente dar sofisticación a la cópula traviesa, engañera, nochera y
borrachera.
En este
momento canta Nina Simone un danzón. Mecánicamente pongo mis brazos a bailar,
casi sin moverse, pasos breves, sensuales. Hasta hace un momento cantaba sobre
los cuerpos negros mecidos en los robles, en Mississippí, en frutos que se
llaman ahorcado. Espectros que atormentaron a Billie Holiday y que todavía
habitan la psiquis de blancos y afroamericanos. Un mundo que pareció haberse superado
y estaba escondido. Universo del delincuente Donald Trump, del llamado a las
turbas trabajadoras y otras bajo el llamado del miedo. El retorno del mal; si
nunca se fue.
Del Cruce
que ya se secaba entonces, se bajaba a Linde, todavía un vergel. No he ido más.
Un querido amigo de mi padre, Pepe González, tenía una granja allí. Pollos y
gladiolos, bulbos de tulipán que le trajeron de Holanda. Verdes impresionistas.
Cebolla de cabellos verdes y cebolla florecida para semilla. Colinas de la “cama”
que se ponía en los galpones para criar aves, aserrín que mezclado con el
despojo animal hacían el perfecto abono. Lo sé porque con Julio trabajamos para
mi hermano Armando. Miles de muertes de gallinas en nuestro haber. Y hasta tuve
mis trescientos “machitos” personales que crié, amé, sacrifiqué, vendí y
devoré. Vida esta…
Corría el
agua. Ahora creo que solo riachos secos. El río de la caca por donde bajábamos
sunchu para arderlo en San Juan. Chorizos a la brasa, con mostaza y pan largo.
El recuerdo es tiempo de muchos tiempos.
El Cruce
hacía de suerte de frontera entre lo urbano y el campo. Tiquipaya era un pueblo
blanco y lejano, con su tonto particular que hacía muecas en la plaza principal
y que envejeció casi igual a mí, hasta veinte años atrás. Si sigue
contorneándose por las veredas, tal vez. Su imagen bamboleante, calle abajo,
nunca se ha ido. Tiquipaya y la bifurcación apenas salidos del pueblo con un
camino que llevaba a El Paso y otro a la falda del cerro donde había una
hermosa línea de ceibos floridos plantados por los gamonales Salamanca y que ya
habrán sido pasto de los hornos campesinos. No hago valoraciones morales,
recuerdo…
Cuando
Maurizio Bagatin escribió sobre este lugar, hito fronterizo, se agolparon
muchas cosas y épocas en mi cerebro. Los mezclo, como uno rememora por cierto
el pasado, donde la cronología no importa tanto como la imagen. Hay mucho más
pero aquí me quedo, robándole el nombre a otra chichería que de antológica no
tenía nada pero es memoria: Aquí me quedo… muerto o vivo quién sabe.
Domingo de
Ramos. Cómo me gustaban los verdes tejidos de plantas en la plaza Colón.
28/03/2021