Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Rolando Klein: un nombre que no me decía nada; una desconocida película con un tema interesante si se ha leído el Popol Vuh.
Klein, director chileno con estudios en Estados Unidos, vivió durante dos
años en un poblado nativo, Tejepán, de la región chiapaneca, en México. Una
rara atmósfera envuelve la realización del filme en 1976. Presentado al
público, tuvo inexistosa y efímera vida en la pantalla, terminada con la
bancarrota de la productora. Luego desapareció por veinticinco años hasta que
en 2001 una empresa norteamericana lo recuperó y lo puso en DVD.
De argumento simple -Klein quería que incluso sus hijos pequeños la
entendiesen sin saber leer los subtítulos-, la cinta despierta sin embargo
conflictivas sensaciones que como semi occidentales tenemos ante mundos
extraños. Rodada en dialecto tzeltal, hoy con subtítulos en inglés, se la
considera un hito de la fílmica mundial, un "objeto de culto". La
presentación de contratapa la hermana al Aguirre,
la ira de Dios, de Herzog, a El Topo,
de Jodorowsky y a Walkabout de
Nicolas Roeg. Quizá la temática de perseguir un imposible, la búsqueda de la
lluvia para aliviar la sequía del poblado en Chac, facilita estas similitudes. También la poética, oral o
silenciosa, que la circunda. Hay en los mitos mayas una riqueza literaria
excepcional, que sobrepasa sus posibilidades religiosas y que impulsa la
imaginación. La sencillez argumental no se interpone entre el auditor y el
suspenso que esa extraordinaria mítica aviva. La presencia de lo sobrenatural,
que no necesita sino de algo de efectos especiales para subyugar, es más tácita
que explícita y si bien no se concreta en figuras deja la sensación de haber
estado ante un misterio que augura sombras, aves de rapiña, jaguares,
transformaciones inesperadas que se dan únicamente en la cabeza del espectador.
La creación del mundo, o la definición del día y la noche que vendría a
ser lo mismo, nacen, en la tradición cristiana, como efecto del deseo
megalomaníaco del ser supremo de fundar la base de su devoción. Es unilateral.
En la visión maya, el mundo antiguo se hallaba bajo el dominio de nueve señores
de la oscuridad, falsos dioses que se alternaban el poder y mantenían al hombre
maya en perpetua sombra, hasta que dos mellizos hechiceros logran con su magia
seducir a los señores oscuros e inducirlos al sacrificio prometiéndoles una
resurrección que jamás ocurrirá. La aparición del día para los mayas sobreviene
a causa de aquel hábil truco. No otra cosa resulta ser el shamanismo que tratar
de engañar al amo del universo, señores del fuego o del agua, con complicados
ritos que aparentan tener como meta conseguir su gracia.
En Chac, los pobladores de la
aldea recurren al auxilio del brujo local primero y luego al de un anacoreta de
la montaña. Hay una brega subconsciente entre el pragmatismo -moderno en cierta
manera- y la tradición con su gama de complicada teatralidad. El propósito es
traer la lluvia que fecunde la mies, asunto que se logra al final cuando ya el
cacique busca ejecutar al adivino por su supuesto fracaso. En ese instante se
ha roto el delicado cordón que unía al poblado con las creencias ancestrales y
lo pone ante una nueva y más difícil realidad en un campo ajeno y hostil.
Chac,
catalogada como película más para el "interés de estudiantes de antropología"
en la guía de cine Penguin 2004, donde además se confunde Chiapas con "un
lago en Sudamérica", marca en verdad un punto que filmes incluso como El señor de los anillos explorarán
dentro de otras culturas.
El negro cielo de Colorado anuncia lluvia. Quizá tengan razón los quichés
y sea Chac que sobrevuela el espacio con su trompa elefantiaca, más calabazas
llenas de líquido desde donde se desborda la lluvia.
29/06/2004
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Publicado en Lecturas (Los
Tiempos/Cochabamba), 06/2004
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La
Paz), 2004
Publicado en ECLÉCTICA, Editorial 3600, 2019
Imagen: Chac, dios de la lluvia
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