Thursday, July 3, 2025

Noches del Paraguay


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Vaslav Nijinski salta hacia el vacío. Vuelo de ave rapaz, de paloma asesinada. Leo un extracto de su diario en la página de Julia. Y comento aparte de aquella generación del ballet ruso de Diaghilev. Buenos Aires de adoquines brillosos...

 

¿Por qué comenzar un texto con imágenes tristes? Homenaje a mi modo a semejante artista. Asunción de tierra roja, a orillas del gran río. Un tipoy azul que irá supuestamente a Alemania, arpas paraguayas como ensueño, suaves, apenas perceptibles, iguales al negro cabello abundante sobre la almohada de la memoria, muchas veces falaz y a ratos concreta. De fondo, eterna, Ramona Galarza cantando la vieja canción que fue mítica en mi primera novela: Noches del Paraguay. De ahí, imágenes superpuestas, épocas de cabeza y en puzzle, pescadores del Paraná deambulando solitarios y ebrios por la avenida Barrientos, entre el Cero y la estación de trenes. Hay polvo. Lo había cuarenta años atrás y sigue girando en tiovivo fatal, más hoy que ayer me parece.

 

Islas de yararacusús. Camalotes, tierra falsa, sin asidero real. He visto las noches del Paraguay y eran como las describían los prisioneros pilas de la Guerra del Chaco encerrados en el Convento de Tarata. No propiamente los claroscuros brutales de Piranesi pero cárcel de todos modos. Otra vez me pregunto el porqué de la tristeza si un mar de cabellos se extendía por sobre la playa gris. Sería la sombra nefasta de Stroessner, ese sentirse observado de manera permanente. Y eso que fue antes de que ejecutaran a Somoza en sus calles, con un bazooka se alejó flotando hacia el infierno.

 

Imagino tantas cosas, la blancura de sus muslos, o eran nimbos en las aguas del río Paraguay, historias fantasmas de los últimos conquistadores en Villarrica del Espíritu Santo aguardando escondidos la llegada de los bandeirantes. Ni cómo fue ni cuándo importan, pero que fueron dos noches en que descansaron los grandes y terribles nombres: Ayolas, Irala, Cabeza de Vaca, el doctor Francia mucho después y solo quedaba el aroma de azahar luego de la victoria en Cerro Porteño, que otros llaman Paraguarí. Antes de la debacle, del fin del mundo, ¡ea, acostémonos que mañana no trae estrellas ni la noche alba! La liviandad de su rostro, más queda que la sandalia de Empedocles a orillas de la boca del volcán, dormía, ajena a mil Vesubios cerniéndose en tormenta. El avión calentaba en pista con destino a Madrid. La zamba reza: “agitando pañuelos te vi”. No alcancé a contemplar las lágrimas, gotearon dos como fuentes de sediento desierto y yo terminé en Atocha esperando el tren nocturno a París.

 

Frágil instante de vasos que se entrechocan. La canción menciona el Guairá pero no reconozco que se relacione contigo tal tierra. Solo la noche del Paraguay, suelo rojo y crepúsculo de profundo bermellón. Me ayudas a elegir el vestido color índigo sabiendo que adornará a otra mujer. No lo comentas, apenas acerca de los bellos detalles de la vestimenta india. Se arrastra la tarde, cansina pero febril, se diría que carga aire de mortaja pero nada más lejos de lo real.

 

Noches del Paraguay, en voz de Ramona Galarza, me recuerda a Ligia. Esta historia sucede con mucho en un pasado sin su presencia. Pero, sin embargo, mientras redacto El señor don Rómulo ella cambia el disco de antiguas cuecas en piano y batería por las canciones anotadas, por trasnochados espineles que aparecerán en las páginas de una novela del Valle Alto cochabambino. Esta misma ciudad que muestra con el Tunari atrás la soledad de las almohadas. Hierve el agua para café hasta que se evapora. Desaparece el agudo silbido anunciante. Chocan salud un par de tazas agitadas en el vacío. Suena el ascensor, abre sus puertas, tiempo de los nombres secretos. Los libros escritos y publicados se llenan de polvo; las noches paraguayas también. Alguna radio a lo lejos toca bachata, los perros están hoy extrañamente mudos, tal vez un mal egipcio ha corrido por las calles de esta villa veleidosa, del adobe deleznable. No lo puedo decir.

 

Cuánto pesó en la escritura de aquel largo y primerizo libro plagado de errores. Me hizo acordar el sueño inquieto, al regresar de Europa, en aquel hotel de Asunción esperando que patearan la puerta abajo y me llevaran a los refugios del dolor por los libros que traía, de las comunas ácratas de Aragón, de la gesta majnovista, los exabruptos herejes de Oskar Panizza, los afiches anarquistas de Amsterdam, ejemplares de Senza Patria y material de la Federación Anarquista Ibérica al lado de corridos zapatistas y canciones revolucionarias en yiddish de los guerrilleros de Vilna. Siempre fui un hombre de suerte a pesar de que no me faltaron golpes ni sobraron heridas. La puerta no cayó y dormí entre la pesadez tórrida del río en verano. Soñé con diminutos pin metálicos del Che Guevara que escondía en la solapa de la chamarra. Soñé con mi perro Choki, de marrón casi amarillo. Con Julius Fučík y Joseph Roth. Ella ya no estaba cuando retorné y nadie podía darme razón de su ser porque jamás conocí a alguien otro cercano. Al amanecer un bus de la compañía aérea nos llevó al aeropuerto y aterricé en Santa Cruz de la Sierra como última escala hacia destino. Más que nostalgia tenía cansancio. Madrid, París, Arras, Lille, el bosque de Compiègne. Orléans, el Larzac, Perpignan, Figueras, Gerona, Barcelona, Tarragona, Valencia y Castellón. Cuenca…

 

Quién sabe el porqué de una cita con el pasado como esta. Influencia de los libros que producen locura, un documental acerca de la guerra de la Triple Alianza y la tragedia del genocidio paraguayo. Reminiscencias de momentos en que creí tener en manos un libro ambicioso. Aire, humo, delirios. Tu voz que decía: te veo a las nueve, corazón; el tiempo detenido entonces, tieso, denso, reloj que no marca las horas, huérfano de tictacs, de cucús de la selva oscura germánica a la que jamás llegué. Ajusto un abrigo y salgo. No he entrado hace mucho pero olvidé detalles de la vida diaria. Un alto a la lírica, dar cuerda para que las manillas comiencen de nuevo a girar.

 

Pasó una estrella fugaz o era Nijinski en un segundo salto arriesgado. En el delicioso pan tostado de La Coruña extiendo la mantequilla casi derretida. Ni observo a los parroquianos, me concentro en el pan casero y su consistencia, en los sabores sutiles. Fluye la vida, hay que permitirle fluir.

03/07/2025

 

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Imagen: © Roberto Dam