Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Vaslav Nijinski salta hacia el vacío. Vuelo de ave rapaz, de paloma asesinada. Leo un extracto de su diario en la página de Julia. Y comento aparte de aquella generación del ballet ruso de Diaghilev. Buenos Aires de adoquines brillosos...
¿Por qué
comenzar un texto con imágenes tristes? Homenaje a mi modo a semejante artista.
Asunción de tierra roja, a orillas del gran río. Un tipoy azul que irá supuestamente
a Alemania, arpas paraguayas como ensueño, suaves, apenas perceptibles, iguales
al negro cabello abundante sobre la almohada de la memoria, muchas veces falaz
y a ratos concreta. De fondo, eterna, Ramona Galarza cantando la vieja canción
que fue mítica en mi primera novela: Noches
del Paraguay. De ahí, imágenes superpuestas, épocas de cabeza y en puzzle,
pescadores del Paraná deambulando solitarios y ebrios por la avenida
Barrientos, entre el Cero y la estación de trenes. Hay polvo. Lo había cuarenta
años atrás y sigue girando en tiovivo fatal, más hoy que ayer me parece.
Islas de
yararacusús. Camalotes, tierra falsa, sin asidero real. He visto las noches del
Paraguay y eran como las describían los prisioneros pilas de la Guerra del
Chaco encerrados en el Convento de Tarata. No propiamente los claroscuros brutales
de Piranesi pero cárcel de todos modos. Otra vez me pregunto el porqué de la
tristeza si un mar de cabellos se extendía por sobre la playa gris. Sería la
sombra nefasta de Stroessner, ese sentirse observado de manera permanente. Y
eso que fue antes de que ejecutaran a Somoza en sus calles, con un bazooka se
alejó flotando hacia el infierno.
Imagino
tantas cosas, la blancura de sus muslos, o eran nimbos en las aguas del río
Paraguay, historias fantasmas de los últimos conquistadores en Villarrica del
Espíritu Santo aguardando escondidos la llegada de los bandeirantes. Ni cómo
fue ni cuándo importan, pero que fueron dos noches en que descansaron los
grandes y terribles nombres: Ayolas, Irala, Cabeza de Vaca, el doctor Francia
mucho después y solo quedaba el aroma de azahar luego de la victoria en Cerro
Porteño, que otros llaman Paraguarí. Antes de la debacle, del fin del mundo, ¡ea,
acostémonos que mañana no trae estrellas ni la noche alba! La liviandad de su
rostro, más queda que la sandalia de Empedocles a orillas de la boca del volcán,
dormía, ajena a mil Vesubios cerniéndose en tormenta. El avión calentaba en
pista con destino a Madrid. La zamba reza: “agitando pañuelos te vi”. No
alcancé a contemplar las lágrimas, gotearon dos como fuentes de sediento
desierto y yo terminé en Atocha esperando el tren nocturno a París.
Frágil
instante de vasos que se entrechocan. La canción menciona el Guairá pero no
reconozco que se relacione contigo tal tierra. Solo la noche del Paraguay,
suelo rojo y crepúsculo de profundo bermellón. Me ayudas a elegir el vestido
color índigo sabiendo que adornará a otra mujer. No lo comentas, apenas acerca
de los bellos detalles de la vestimenta india. Se arrastra la tarde, cansina
pero febril, se diría que carga aire de mortaja pero nada más lejos de lo real.
Noches del Paraguay, en voz de Ramona Galarza, me recuerda a
Ligia. Esta historia sucede con mucho en un pasado sin su presencia. Pero, sin
embargo, mientras redacto El señor don
Rómulo ella cambia el disco de antiguas cuecas en piano y batería por las
canciones anotadas, por trasnochados espineles que aparecerán en las páginas de
una novela del Valle Alto cochabambino. Esta misma ciudad que muestra con el
Tunari atrás la soledad de las almohadas. Hierve el agua para café hasta que se
evapora. Desaparece el agudo silbido anunciante. Chocan salud un par de tazas
agitadas en el vacío. Suena el ascensor, abre sus puertas, tiempo de los
nombres secretos. Los libros escritos y publicados se llenan de polvo; las
noches paraguayas también. Alguna radio a lo lejos toca bachata, los perros
están hoy extrañamente mudos, tal vez un mal egipcio ha corrido por las calles
de esta villa veleidosa, del adobe deleznable. No lo puedo decir.
Cuánto pesó
en la escritura de aquel largo y primerizo libro plagado de errores. Me hizo
acordar el sueño inquieto, al regresar de Europa, en aquel hotel de Asunción
esperando que patearan la puerta abajo y me llevaran a los refugios del dolor
por los libros que traía, de las comunas ácratas de Aragón, de la gesta
majnovista, los exabruptos herejes de Oskar Panizza, los afiches anarquistas de
Amsterdam, ejemplares de Senza Patria y material de la Federación Anarquista
Ibérica al lado de corridos zapatistas y canciones revolucionarias en yiddish
de los guerrilleros de Vilna. Siempre fui un hombre de suerte a pesar de que no
me faltaron golpes ni sobraron heridas. La puerta no cayó y dormí entre la
pesadez tórrida del río en verano. Soñé con diminutos pin metálicos del Che
Guevara que escondía en la solapa de la chamarra. Soñé con mi perro Choki, de marrón
casi amarillo. Con Julius Fučík y Joseph Roth. Ella ya no estaba cuando retorné
y nadie podía darme razón de su ser porque jamás conocí a alguien otro cercano.
Al amanecer un bus de la compañía aérea nos llevó al aeropuerto y aterricé en
Santa Cruz de la Sierra como última escala hacia destino. Más que nostalgia
tenía cansancio. Madrid, París, Arras, Lille, el bosque de Compiègne. Orléans,
el Larzac, Perpignan, Figueras, Gerona, Barcelona, Tarragona, Valencia y Castellón.
Cuenca…
Quién sabe
el porqué de una cita con el pasado como esta. Influencia de los libros que
producen locura, un documental acerca de la guerra de la Triple Alianza y la
tragedia del genocidio paraguayo. Reminiscencias de momentos en que creí tener
en manos un libro ambicioso. Aire, humo, delirios. Tu voz que decía: te veo a
las nueve, corazón; el tiempo detenido entonces, tieso, denso, reloj que no
marca las horas, huérfano de tictacs, de cucús de la selva oscura germánica a
la que jamás llegué. Ajusto un abrigo y salgo. No he entrado hace mucho pero
olvidé detalles de la vida diaria. Un alto a la lírica, dar cuerda para que las
manillas comiencen de nuevo a girar.
Pasó una
estrella fugaz o era Nijinski en un segundo salto arriesgado. En el delicioso
pan tostado de La Coruña extiendo la mantequilla casi derretida. Ni observo a
los parroquianos, me concentro en el pan casero y su consistencia, en los
sabores sutiles. Fluye la vida, hay que permitirle fluir.
03/07/2025
_____
Imagen: © Roberto Dam
No comments:
Post a Comment