Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Manu Chao canta: “Si yo fuera Maradona”. Si fuéramos tantas cosas. Misteriosos caminos estos de la España primigenia: molinos, botes pintados y estáticos, extraños polvos o felpa blancos encima del agua estancada. Un cormorán oscuro abre las grandes alas y nos mira. Diría que sonríe, parece estatua con rictus. Ruido de jabalíes corriendo en la floresta y el solitario lobo que captas, gris oscuro sobre gris claro. Aquí el crepúsculo se pinta de inenarrable y los seres celtas de piedra acostados de frente a las estrellas se levantan y crecen cabellos y sólidas piernas atléticas capaces de alcanzar las entrañas de la tierra.
Galicia en
bruma, aspas de viento con sonidos guturales sordos pero a la vez estridentes.
Galicia que no se ve pero siento. Acantilados escondidos a la vista humana,
cómo volver atrás si no se puede. Los pasos de viaje son sin retorno. Sentado
debajo del Obelisco de La Coruña contemplo altos edificios que albergan museos,
músicas y algo más. Nada que no sea normal y perfecto en este vaivén de tiempos
y días. Exhibición de Irving Penn; había visto sus retratos del Cuzco y aquí
estaban de nuevo, al lado del mar. Mi acompañante explica detalles técnicos que
desconozco. Me prometo llevarme el afiche de la exhibición y al final no lo
hago, un periplo demasiado largo me espera como para cargarme más. Los niños
del Cuzco pobres y sonrientes, dientes como perlas chafas, ropa que ya entonces
era mísera y que con el paso de las décadas se ha convertido en trapos que dan
a la fotografía ánimo de sepelio.
Crosby, Stills, Nash & Young están con Our House. Quiero creer que era parte del filme Melody (Waris Hussein, 1971). Escribo en
un ambiente de estridencia imposible, de referencias sexuales y gente contando
historias que pueden o no ser ciertas pero que no debiesen ser habladas. Me
cuesta concentrarme. Pienso en Wild
Horses, de los Stones, en el poema de Nezval que decía: “El beso, el
pañuelo, la sirena, la campana marina, tres o cuatro sonrisas, para luego
quedarme solo”, cosas que me permitan distraer el intelecto de la bazofia. No
me he quedado solo después de dos semanas; por el contrario, muy acompañado y
eso sirve para ir levantando babilonias, jardines flotantes, jardines de edenes
entre plantas acuáticas en los pantanos de Basora. Pero recupero a Vítězslav
Nezval a quien leía a mi gentil amante francesa que cedía el aliento al aroma
de eucaliptos, hojas lanceoladas que atravesaban tus senos sin tú querer emular
siquiera al santo Sebastián.
Vaya si he
recorrido Galicia, como nunca lo hubiera imaginado. Jamás habría sido mejor que
cómo pasó. Hay detalles de viajes que merecen ser recordados y sin embargo no
ser contados. No son los de acá fantasmas balcánicos según Robert D. Kaplan; no,
los de Galicia huelen a flores amarillas de al menos dos nombres distintos
aunque parezcan iguales. Me dieron los detalles pero si no anoto ya tanto que
veo lo olvido. En realidad no lo olvido, oblivion es palabra que no cabe en lo
vivido en este lugar. En la cama de hotel rememoro. Al no haber luces
exteriores no sé si el día ha llegado o la noche vino. Me recuerda las cinco
cárceles en las cuales intenté pasar la cabeza entre gélidos barrotes frotados
con desinfectante. Miro el teléfono y descubro la hora. Me apresuro al bus a
Betanzos. Por cinco euros tomo desde el Obelisco un taxi hasta la estación. Del
carril 11 partimos. Ya conozco los recodos, hasta la gente que toma el
vehículo, dónde sube y desciende. Masco una barrita de chocolate rellena de
mora y al ver los eucaliptos sé que comenzamos a bajar al bello pueblo.
Creedence Clearwater
Revival. Últimas semanas en Denver, otra vez. Quiero leer a Álvaro Campos que
me recomendaron con creces, codo a codo con fraternidad de autores de los que
no había oído hablar. Riqueza de los viajes, de ulular de búhos y sonido de
ruedas bajando a Betanzos casi cada día. Una maleta vacía que necesita llenarse
de volúmenes anotados y conversados. Estas canciones de viejos westerns me
recuerdan a ella que prometió aparecerse en Denver con altísimas botas rosadas.
Sería un sueño, que no he hallado huellas de aquellos puntiagudos zapatos, delgados
rastros de pies de mujer ilusoria y real como tornado del callejón de Oklahoma.
Guitarra de
Jimi Hendrix. Neil Young agacha la cabeza en su guitarra con un pin del maestro
negro. Homenaje entre grandes. ¿Qué tocaba Neil Young entonces? Quizá
acompañado de Crazy Horse. Norteamérica que se agita ahorita en medio de
cervezas ligeras y otras amber que no bebo pero huelo. Asocio estas memorias
con las recientes de La Coruña, Betanzos, Cariño, la Torre de Hércules. Listado
largo y enriquecedor. Debo organizar los papeles si quiero ser fiel al
recuerdo. Lo haré, pronto, antes de que octubre llegue y los aviones de nuevo
vuelen a destino conocido. Esta vez viajaré sin maletas, apenas el bulto que va
en la espalda, unos libros de encargo, quinua, amaranto.
Cien años
de Irving Penn en La Coruña, costa de mar bravío. Estoy en Sarajevo y converso
contigo. Cuentas que has visitado de nuevo la muestra. Casi casi pido que
adquieras el afiche para mí pero callo. Las rutas de los Balcanes no diré que
van tornándose polvosas porque mentiría. Pavimento por doquier, no ha lugar la
lírica de tórridas tardes en polvareda detrás de la caballería del rey Petar.
Esta es ciudad moderna y modernos los pañuelos que cubren el cabello de las
hermosas. Petar era serbio, por si acaso, no deseo confundir, me refiero a esta
región como un todo.
Estuve en
Vigo hace mucho, arropado por Julio Verne. Esta parte de Galicia me era
desconocida y se me hace de mayor belleza. ¿Cuántos kilómetros condujimos? De
la parte central hacia la costa, de esa a colinas y montañas, lugares
atractivos y señeros. Vuelta al pueblo, al bus de las diez y media, el último. Ya
los choferes me conocen. Cuento las monedas para dos euros treintaicinco. Guardo
los pequeños recibos en algunos de los libros que cargo. O en mi billetera.
Diez años de acá los observaré pensando en el vuelo aquel que llevó a un hombre
a Betanzos, al fin de la tierra para iniciar un inmenso recorrido en mar
abierto, tierra se presupone, valles y montañas. Debí haber sido previsor y
saber modificar los esquemas débilmente predispuestos del trayecto. No supe
evaluar circunstancias y hacer cambios urgentes en el preciso momento. Me lo
sugirió mi amiga Paola en Belgrado cuando con sabiduría de mujer dijo que había
errado en los pasos tomados, que la lógica indicaba otra cosa. Tozudo y tonto
como buen masculino ni siquiera oí consejos de una conciencia extinguida. Y
seguí. Tomé sobre los hombros lluvia en Lyon y niebla en los recovecos bosnios.
Vengo de retorno, no vencido ni victorioso, algo más cauto y sabedor. Con miedo
de caer en opiniones cursis afirmaré que los días de Galicia no han de pasar al
archivo. Tanta geografía, narraciones, frías piedras medievales. Cosas que
según los proyectos europeos han de desaparecer de a poco. Semejante campiña no
será más. Hay protestas; ya no creo en las protestas. O son otras estas, de un
mundo desconocido y de nuevo cuño. Veremos. Hay todavía bastante por ver y el
reloj se ha detenido a las diez treintainueve del jueves 15 de mayo. Contando
en calendario no se recorrió demasiado. En emociones, ni hablar…
15/05/2025
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Imagen: Claudio Ferrufino-Coqueugniot/Betanzos, 2025