Monday, September 28, 2009

La hoja maldita/MIRANDO DE ARRIBA


Lo que sucede hoy en el Parque Machía, y en el conflicto
entre indígenas yuracarés y cocaleros en parques nacionales,
es sólo parte de una trama macabra que Evo Morales ayudó a
crear, la del país cocalero -y narcotraficante- por
excelencia.
Este individuo de escasa educación pero de inusual viveza -
que podría haber significado mucho en un país racista como
Bolivia- cree tanto en su omnipotencia que imagina situarse
por encima de la política internacional y de la mafia del
narcotráfico. Esta, y basta ver lo que sucede en México, lo
apoya porque es instrumental para su comercio, no por otra
cosa. Muchos políticos que en México se creyeron por arriba
de los carteles terminaron acribillados en la calle. No sé
si es íntimo suyo, o si su entorno de demagogos y rateros se
lo hace creer, Morales se supone inca -o dios- redivivo. Si
supiera que en la prensa norteamericana, por citar un
ejemplo, no pesa en absoluto, jamás se lo nombra, excepto en
algunos arrebatos de folklorismo absurdo.
A quien se presta atención, por sus posibilidades de causar
estragos gracias a su potencial económico, es a Hugo Chávez.
Es verdad no dicha que Morales no sobrevive un instante si
cae el muñeco en Caracas y, diciéndolo con cautela incluso,
Chávez está minándose el piso más y más. Su descalabro está
ya decidido. El tiempo que tome lo arreglarán en las
secretas oficinas de los imperios. La situación de Irán en
este momento no colabora a la permanencia del coronel, y si
Israel lo cuestiona -peor si lo marca- su suerte está
echada. No hay petróleo ni oro que lo vaya a sostener.
Volviendo a la inusitada, increíble situación del Parque
Machía, en quien mucha gente creyó y cree, qué se puede
deducir, que el problema boliviano radica en esa bendita
magnificencia natural que es la coca, y en la desgraciada,
delincuente, actitud de quienes no desean un país de
progreso y de trabajo ¿Para qué trabajar si podemos plantar
coca? En primer lugar hay que descalificarla como hoja
sagrada. No hay nada sagrado en este mundo -ni lo que se
esconde debajo de las inmundas sotanas de los curas-
Bolivia no necesita la facilidad de plantar, cosechar la
coca y entregarla a los narcotraficantes. Ese es un riesgo
alucinante que destruirá el país. Basta de mitos, de
curacas y hojas sagradas, de vicepresidentes que dicen haber
leído la biblioteca de Alejandría o de ministros que leen
las arrugas de su mujer. Vamos por el camino errado.
Me alegra que los yuracarés hayan resistido. Hay que
desalojar a los cocaleros al menos de las tierras
aborígenes. Y si no quieren salir, a meter bala. Esto ya
sobrepasa la imaginación. 28/9/09

Publicado en Opinión (Cochabamba), 29/09/09

Imagen: Plantación de coca/Grabado de P.S. Duval sobre dibujo de L. Gibbon, Washington, 1854

Sunday, September 27, 2009

La novela omnipresente de Ferrufino-Coqueugniot/LITERATURA


de FONDO NEGRO (La Prensa, La Paz)

Por:Martín Zelaya Sánchez

Alcohol y sexo, nostalgia e incertidumbre, comida y dilemas de un inmigrante, los componentes esenciales de la soberbia y premiada El exilio voluntario

"Las hojas del árbol están verdes. Dos semanas atrás no había hojas y más bien, semillas. Extraño país éste, donde las plantas paren antes de madurar”.

Reflexiones en voz alta. Pensamientos íntimos, pero con contundente validez colectiva. Divagaciones, coherentes flashes, sueños, delirios de alcohol. Posturas, crítica ácida y directa, y confesión, sobre todo confesión sincera, inocente, maléfica y ambigua a la vez.

Así es El exilo voluntario, una cautivante novela en la que además —con una prosa rocambolesca, pero fluida y elegante— Claudio Ferrufino-Coqueugniot narra una historia entretenida y dramática; a ratos profunda pero descarnada, a ratos fútil pero asombrosa: la vida (¿la suya?) de un inmigrante boliviano en Estados Unidos y su lenta y dolorosa metamorfosis de paria social a una ficha más, aunque legal

—léase con visa, con papeles— en una sociedad vorágine.

La osadía, inventiva y valentía en el manejo del lenguaje, y por contar lo que cuenta —el autor confesó que hay mucho de autobiográfico—, son otros tres rasgos a destacar de entrada en esta obra con la que el cochabambino ganó el Premio de Novela Casa de las Américas, otorgado en Cuba.

Cocina: verduras, recetas, fideos y hambre; alcohol: chicha cochabambina y cerveza mexicana; sexo: prostitutas, negras drogadictas y latinas inmigrantes, y dolor: de espalda por tanto cargar cajas, y del alma, de tanto porfiar en humillarse y envejecer por un american dream, a todas luces infernal, son los componentes temáticos de la trama de 217 páginas en la extraordinaria primera edición de El País de Santa Cruz.

(Extraordinaria por el logro que significó el conseguir licencia exclusiva para Bolivia antes de la salida de la edición oficial, que no por las poco prolijas diagramación y corrección de estilo).

“Gustavo me da los detalles del trabajo. Seis noches por semana, la del sábado libre. Consiste en cargar y descargar camiones a lomo, ayudado por un carrito de mano donde hay que acomodar las cajas y las bolsas, muchas, según la habilidad que tengas de ponerlas una sobre otra. En Washington, en el barrio noreste, los mercados, cerca de la famosa universidad Gallaudet para sordomudos. Debes aprender el nombre inglés de por los menos quinientos ítems diferentes. Y yo que no fui en Bolivia dado a la cocina, apenas me los sé en mi lengua”.

Generalmente en primera persona, aunque a veces desde un narrador omnisciente, Carlos Flores (¿Ferrufino-Coqueugniot?) cuenta su vida desde su azarosa sobrevivencia en la “Llajta” hasta sus periplos como cargador en un mercado de Estados Unidos y su paulatino “acomodo” en la sociedad yanqui; recalando en remembranzas de anteriores intentos frustrados de emigración a Europa.

En el ínterin: hambre, frío, nostalgia; borrachera y carcajada también, pero sobre todo incertidumbre, esa helada carga que pesa como un yunque en la nuca: ¿Habrá dónde comer, dónde dormir mañana? ¿Me pillará la “migra” y me deportarán? ¿No habría sido mejor quedarme en Bolivia?

“Uvas chilenas sin pepa, rosadas y blancas; dos cajas de avocados californianos, tres cajas de espárragos comunes, dos delgados uno grueso, y una más de espárragos blancos para el Sheraton Washington. Además de las consabidas papas, bolsas de cebolla según el detalle: dos amarillas, una roja, una blanca y una de cebollas vidalia del Estado de Georgia, dulces y aplanadas”.

Vale detenerse en dos ejes implícitos y explícitos a la vez, esenciales en el avance de la obra: el sexo y el alcohol. Emigrante como tantos miles, pero culto, leído y muy perspicaz, Carlos Flores parece entregarse —para no desfallecer ante la cruel maquinaria— a las mieles del epicureísmo.

La desenfrenada costumbre de beber cuánto, cuándo, lo que sea y con quién sea, que describe de su juventud en las periferias cochabambinas, se traduce en una desesperada búsqueda de alivio, ayuda, adormecimiento de la realidad, en el exilio.

Escenas de borracheras con compatriotas, gringos novatos y amantes ocasionales; detalles de encuentros carnales entre cajones en el piso de un helado depósito o en miserables habitaciones de pensión o motel remiten directamente a Charles Bukowski y Henry Miller.

“Las muchachas se alternan sobre mí. Soy un Cristo yaciente al que crucifican con sexos. Mientras una mueve el cuerpo rítmicamente y sonríe, blancos sus dientes en la penumbra, la otra acaricia el cabello, acerca una teta, hunde las tetas en los ojos, frota los pezones sobre el pecho sin pelo, sangre india que no puedo evitar ni quiero”.

Y más como Miller que como el viejo “Buk”, alterna con tino ideas políticas, sociales; pertinente e ineludible arreglo de cuentas con el país que lo acoge, lo explota, lo utiliza.

“La guerra de Irak no ha terminado. Hace un año, desde la proa de un barco, Georgie Bush declaraba que sí. Hoy se apilan los muertos en féretros embanderados, y los presos iraquíes, desnudos uno sobre el otro, se apilan también para las delicias perversas de los soldados de la democracia”.

Ramón Rocha Monrroy calificó a El exilio voluntario como una novela “vertiginosa”, y la escritora mexicana Carmen Boullosa, presidenta del jurado que la premió, dijo en la reciente feria del libro en La Paz: “Recuerdo la obra con mucha precisión. Me pareció maravillosa, es una aventura de la lengua, muy bien escrita y sin fórmulas; pura exploración e innovación. El autor va rastreando por toda la novela el desarrollo de su personaje, un joven brillante que cambia esa su vida en Bolivia por un ‘exilio’ humillante en Estados Unidos”.

Y es que la habilidad de Ferrufino-Coqueugniot para manejar la prosa y los cambios de plano narrativo, para innovar diálogos y secuencias y hasta para proponer neologismos es notable:

“El autor sugiere a Carlos un alto. Hay momentos de charla y otros de ocupación. Ya se me pegan los cojones de estar sentado, Carlos, y he de tomarme una ducha. Grab a Heineken downstairs and wait for me. Ajusta play en el CD player y ‘un hombre tan valeroso y a Montilla lo han matado’, joropo venezolano…”.

El exilio voluntario se lee rápido, se piensa, se disfruta, se ríe. Sabe a poco y deja con gusto a salteña, chanka de pollo o chairo paceño, pero también a pizza, sopa para microondas y six pack.

“En una sartén, principios de diciembre, en absoluta soledad, tuesto repollitos bruseleños cuarteados con trozos de puerco adobados en comino y pimienta negra. Sal a gusto, una cerveza Harp, de Irlanda, un plato sobre las rodillas, abrigado, en el patio, donde penetra el sol, y almuerzo con mis manías y mi sapiencia de frutas, verduras y legumbres…”.

Publicado en La Prensa (La Paz), 27/9/09

Imagen: Cubierta de "El exilio voluntario", Cochabamba, 2009

Saturday, September 26, 2009

Transparencia/NADA QUE DECIR


 Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿A quién creer? ¿Las noticias de la prensa y las estadísticas, o las maniobras mefistofélicas del gobierno para mostrar una Bolivia corriendo rauda hacia el Primer Mundo?


Harry Truman no fue individuo de mis predilectos, por cierto, pero hay algo extraordinario en su ascetismo sajón.El hombre que gobernó los destinos del mundo, que autorizó Hiroshima, salió de la Casa Blanca tan pobre como había entrado. Hazaña tal sería inconcebible en Bolivia, donde el erario público es botín de entrada y el resto para quien busque y encuentre, para quien sea tan vivo de quedarse con él.


La administración Morales continúa con la triste tradición nacional, y no pasa desapercibido el hecho de que el enriquecimiento ilícito es tarea prioritaria de la revolución. Quedaron en la nebulosa los camiones de Pando; se los reemplazó por la "humanitaria" grandeza del régimen, con la dotación de tierras a los pobres instituida desde arriba y manejada por asnos notables como Alejandro Almaraz y concubinos. Pareciera transparente lo noble de esta actitud si no estuviera viciado el entorno de principio, con una verticalidad asiática que mezcla extrañamente doctrinarios indígenas con indigenoides, blanco y negro, hombría y pederastia, día y noche, como si fuese el país del yin yang, pero, en su caso, del yin yang ruidoso de una cama casi desmantelada -Bolivia- donde no sabemos si los amantes aman o se pelean.


El simbolismo casi mágico que otrora tuviera la revolución se ha perdido por completo. Es palabra inaplicable a la realidad boliviana, para la cual habrá que buscar nuevos conceptos, ajenos a la lógica occidental o a cualquiera. Aquí, y lastimosamente son viñetas folklóricas, los "revolucionarios" degüellan perros en Achacachi. En unos días los mismos elementos de esa masa embriagada por alcohol, coca y aditamentos diversos donde priman la ignorancia y la brutalidad, se lanzarán a bloquear caminos en contra del Apu Mallku, porque éste no quiere concederles suficientes representaciones.


Cada cual por su lado, haciendo lo que le venga en gana, sin dar cuenta de nada a nadie, tergiversando, cambiando, traicionando sus propias inquisiciones según el temporal, despotricando contra España por el genocidio de las etnias americanas y, después, deslumbrados por la platería que los reyes ofrecen con viandas, lamiendo las alfombras del Borbón y asegurando el olvido. Ya no cuentan para un perro las patadas que el amo da si, en algún momento, este amo acaricia la hirsuta pelambre original de su mascota. En instante tal se borra la historia de los pueblos, porque en la Bolivia de hoy, y en la de siempre por desgracia, ha sido la vanidad, no el talento ni la razón ni el conocimiento, el plato de cada día.


¿Qué transparencia puede existir en cielo cargado de nubarrones? ¿Cuál en una febril república que traduce como cambio la dimisión de ladrones como Sánchez de Lozada y Sánchez Berzaín por la subida de dudosamente juiciosos latapukus y tamborileros de cuartel?


¿Y qué decir de las listas de senados y diputaciones? Eso ya es como alguna vez lo dije: un cuadro de Hieronymus Bosch, con un jardín de delicias mayor que todas las tentaciones de San Antonio, donde los políticos de turno ante preguntas políticas responden con el colorido de la culinaria valluna poniéndose a mugir acerca de la venta de charques (¿?).


Habrá que encomendarse a San Expedito, patrono de las causas urgentes, como la única, expedita solución.

26/09/09

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 27/09/09
Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra)

Imagen: Alfred Kubin/Ojo por ojo, 1905-1910

Wednesday, September 23, 2009

El mundo secreto de las dictaduras/NADA QUE DECIR


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cada uno de estos insectos importantes llamados dictadores ha pertenecido a, creado y mantenido, un oscuro mundo de vicio y de maldad.

La lectura del libro "Stalin: la corte del zar rojo", de Simón Sebag Montefiore, describe el fatídico mundo del georgiano y su aterrado entorno con anécdotas difíciles de creer -aun más difíciles de explicar-.


Un país dominado por una telaraña de intrigas, denuncias, traiciones, emboscadas, ese fue el fin de la república de los soviets. Y, por sobre este entretejido nefasto, la figura y presencia del semidios: Stalin, habilísimo conocedor del alma humana, prestidigitador de memoria fabulosa, que sabía conjugar este don con el de gran organizador y perfecto divisionista, quien en el ajedrez personal que fueron sus décadas al frente de la URSS, movía las fichas para que aquel juego se hiciese interminable, con riesgo de perecer los elementos en contiendas inventadas o reales, donde el juego del amo sobrepasaba cualquier interés colectivo.


A la manera del Rey Sol, Stalin era el Estado, así perorara que era el Partido. Corrupto, pero no en el sentido de enriquecimiento ilícito. No lo necesitaba; su propiedad se extendía desde el Báltico hasta el Asia, terrenos a los que, luego de la guerra, añadió aquellos de su esfera de influencia: la Europa oriental, sacrificada por los aliados al vencedor.


Luego del lapidario testamento de Lenin, que sugería deshacerse de Stalin, éste se afianzó en el poder mediante alianzas que lo ponían en la derecha y luego en la izquierda. Utilizó a sus "compañeros" de lucha, a quienes ejecutaría con pantomimas de juicios, aprovechando la generalizada y usual cobardía de los intelectuales de izquierda (no importa dónde), que antes de ir al matadero rogaban por sus vidas y reconocían la magnificencia del camarada Stalin, luz que iluminaba sus ojos traidores.


Su estrecho círculo, que incluyó -según la época- a Yezhov, Malenkov, Molotov, Khrushev, Zhdanov, Beria, Yagoda, Kalinin, Vorochilov, Kaganovich, Mikoyan, etc. era juguete en sus manos, servil y ferviente ante las rabietas o travesuras del señor, travesuras que incluían interminables cenas y alcohol, donde para divertirse Yosif hacía bailar a sus secuaces entre ellos, cantar, poner huevos en los bolsillos de los sacos, comida en los asientos, sal en la bebida, como niños malcriados y casi inocentes ajenos al mar de sangre y hambre que los rodeaba.


Un círculo de burócratas con escaso desempeño en las jornadas de febrero u octubre 17, ideales para un individuo que no dejaba de ser brillante a su manera, pero que carecía de las dotes intelectuales de rivales como Kamenev o Trotsky.


A pesar de nunca dejar de haber sido un georgiano, Stalin tuvo la intuición de hacer de Rusia, los rusos, el alma rusa, el elixir de la revolución. Rusia era la tea por la que el proletariado soviético se guiaba, a pesar de que el Politburó lo conformaban ucranianos, judíos, armenios, georgianos, macedonios...


Punto estremecedor en el libro es la historia de las esposas de esa nomenklatura. Una a una fueron siendo eliminadas, con la venia o el silencio de sus maridos que aceptaban su muerte, violación, tortura en nombre del bolchevismo y del Supremo. Los huérfanos recibían diferentes destinos, supuestamente lo mejor para ellos, y los divorciados, separados, viudos eran prontamente casados con la bendición del tirano.


Alucinación colectiva. Terror. Miedo. Cobardía. Interés.


Poder.

19/9/09

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 20/09/09


Imagen: Honoré Daumier/Gargantúa, 1931