Monday, January 18, 2010
El corto verano
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Pedro Vargas dice tú sólo tú eres causa de todo mi llanto y desesperación. E Ives Montand. La tarde ni decir que se cae porque se ha colgado de nuestros árboles enfrente. Hemos de salir. John Shanahan nos espera con un café florentino caliente para tomarlo con tortas de queso.
Ella y yo. Ella de blanco y yo desvestido, con calzones azules, sentado ante el computador cuya imagen hace arcoirises continuos (así lo creen mis hijas).
Dos meses se han ido sin prisa pero tan rápido que no nos dimos cuenta. Que si me quieres; sí te quiero. Y el calor un sol amarillo.
Un miércoles, y por deseo inútil y tropical mío de ver serpientes, nos ubicamos en un cine vacío aunque con millares de luces azules en el techo de callejones que parecen cámaras de tortura. La película, una atroz anaconda, fugaz como un hilo de zapato, no deja más que un par de imágenes sórdidas de selva en putrefacción. En cine hemos visto éste, otro filme basado en un libro de Kurt Vonegut y uno más de un mago centroeuropeo que predice la cancillería para Adolf Hitler y no consigue vislumbrar su propia muerte en los bosques, según Szabó...
Te quiero porque te quiero dice una mexicana de voz de hombre y tan hembra. Los corridos se suceden. Aceves Mejía, Jorge Negrete, y el cielo rojo que creamos cerrando las persianas y haciendo como dormir.
La pasividad de las ventanas, mirar las hojas torcerse en el viento. Ella lee a José María Arguedas y yo una biografía de los césares, de Suetonio. Sol y luna se confunden. El tiempo se difumina. La neblina de vivir tranquilos cubre hasta la cama del piso, azul, casi como si hubiesen extendido una frazada para recostarse allí. Ahora ella está pronta a partir. Nostalgia con León Gieco. Por su pueblo de niña, por este momento. Al fondo, como Velázquez en Las Meninas, mis hijas se adormilan. El cabello de Emily brilla bajo la luz indirecta del dormitorio. Ella, de la que hablaba antes, se levanta y su cabello negro se sitúa casi a la altura de los anteojos de Emma Goldman, en amarillo y azul, en la pared.
Hoy ha sido un miércoles cualquiera. Almorzamos con una amiga colombiana. Después en casa a retomar la realidad gringa, el paraíso de policías, abogados, jueces y pillos permitidos. Ella no sabe cómo puedo vivir acá. Si uno habla está mal, si camina está mal, si baila peor. Pero esas son nimiedades. Más importa el automóvil blanco que corre hacia Boulder. Y por el río caminamos, mirando el fin de la inundación.
Un avión llegaba de Miami. Pero otro de Baltimore habíase adelantado. Entonces no la esperaba y leía. Veo una falda negra que se acerca. Subo la vista y es blanca blusa. Y resulta que se hallaba frente a mí, sonreída. El aeropuerto de Denver tiene puntas de helado hacia el cielo. Y por sus escaleras encontramos la salida hacia dos meses.
Era una puerta. Dos meses. Y se agotan ya, en otros tres días. Aquella noche de llegada cenamos mariscos cocidos en leche de coco, con cervezas británicas que, lástima, no estaban muy frías. Los vallenatos se suceden en el tocadiscos. Hace calor pero se puede oler la venida del otoño. Los jardineros van alistando las plantas para el invierno. Mi casa se cerrará.
La nieve ha de cubrir la puerta. Por las paredes estará su memoria, en la cocina que jamás estuvo tan limpia. Y, sobre todo, en el español que mis dos niñas hablan desde ella, como si un influjo mágico les hubiese dado el verbo. Hasta pronto.
Aurora, agosto 1997
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Inédito
Imagen: Colleen Browning/Odalisque, 1971
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