Tuesday, August 3, 2010
A 40 años de Woodstock
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El programa de radio toca San Franciscan Nights, por Eric Burdon and The Animals. Fuera de la controversia acerca de si realmente las noches franciscanas son calientes, la lírica habla de una ciudad de inmensa belleza, donde incluso, y a pesar de que el comercio se apropió del ‘Summer of Love’, se pueden aún sentir los aromas de lo que fue un sueño.
Caminé por North Beach, cargado de ilusión. Cruzando la entrada de City Lights, la librería de los poetas beat, preferí no entrar. Busqué, con quien venía conmigo, la calidez del pub, de una negra y profunda Guinness irlandesa, y trasmuté los bordes entre Italia y China, en sus barrios más representativos, como miembro también, como quisieron ser entonces, de una contracultura. Solitaria la mía.
¿Qué significó Woodstock para un chico boliviano de 9 años? No recuerdo ni cuánto se habló en el momento. Mis padres, que lindaban los cuarenta, eran hijos del tango y, aparte de unas dulces canciones de los Beatles, el rock no se representaría en nuestras calles hasta años después. Marcados eran los individuos que habían sido tocados por la varita de la música moderna. Había, a la vuelta de casa, uno barbado que difundió a Ten Years After primero y luego a Pink Floyd. Su destino fue aquel del rock, y el de Woodstock. En la universidad se volvió mirista, cuando ser miembro de aquella asociación tenía aires subversivos; luego se hizo gobierno, se enternó, apareció en televisión, se construyó una mansión en Las Trojes y hoy debe ser ferviente abuelo de niños que aprenden inglés, no para aprender las canciones de los Doors, o para sentir la nostalgia -mía- de las noches de San Francisco con los Animals. No, sus nietos aprenden inglés porque se juega en ello futuro con estatus.
Los rebeldes murieron, felizmente. Como Durruti, como Villa y Zapata, Sandino y Farabundo Martí y el Che, Jimi Hendrix y Janis, Jim Morrison y hasta Brian Jones, lo acepto, dejaron un mundo que les arrebataría su música, que subastaría su angustia en coloridas poleras, que utilizaría sus versos para vender carros y etcéteras. Dicen que la época murió en Altamont, en el asesinato de Meredith Hunter a manos de los Hell Angels que protegían a los Stones (el 6 de diciembre de 1969), pero no, pereció antes, ya en el desbande pacífico que sucedió a Woodstock, cuando los mercaderes del capital notaron que había dinero para hacer en aquella rebeldía confusa de los jóvenes. Fue el capital el que arrasó con el verano del amor.
Pero desliguémonos del ánimo de pesadumbre que sobreviene con la derrota. En la música apareció el punk, que ‘torpedeó’, como dice Jon Pareles, el escenario de un movimiento que se momificaba y se ofrecía en el mercado. Pete Townshend, guitarrista de los Who, en una entrevista décadas más tarde, reconocía que el punk fue la salvación del rock.
Nos queda de Woodstock, aparte de la música, el aura de esperanza que traen las grandes concentraciones humanas. No importa que quienes se desnudaron en el lodo de esa colina en el estado de New York lleven hoy trajes en Wall Street. Mucho ha cambiado el mundo, para bien, desde entonces. Por supuesto que para mal lo ha hecho mejor... pero así como Martin Luther King abrió las puertas de una incompleta igualdad racial, así Woodstock expandió un augurio de paz, que aunque en apariencia duró un instante, en realidad transformó ideas de manera profunda: en el arte, el sexo, la música, la sociedad (con interrogantes)... Al menos, para quien escribe, es un referente de nostalgia. Si bien llegué a Woodstock con veinte años de retraso, creo que mantengo dentro mío chispas que se encendieron allí. Cierta vez, haciendo línea para obtener autógrafos de los actores de SLC Punk, filme magnífico, era yo personaje discordante vestido con mi usual formalidad cochabambina. Compartía espacio con extravagantes cabelleras, tatuajes, aretes en lenguas, anillos en narices, teñidos. Mientras firmaba mis dos afiches -que precio- el actor principal me preguntó de dónde venía. Yo vengo del espíritu de la rebelión, le contesté, del desacuerdo y la anarquía. Pero soy de Cochabamba, Bolivia.
"No nací allí/Quizá allí moriré" canta Eric Burdon. Mientras en Woodstock, Hendrix atruena la guitarra y las cuerdas lloran como bombas sobre Vietnam.
25/08/09
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), septiembre 2009
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 30/08/09
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 30/08/09
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 17/10/09
Imagen: Afiche conmemorativo del festival
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