Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Los últimos acontecimientos de Sucre están siendo vistos por ambos lados de manera unilateral. Es oprobioso lo que se hizo con aquel grupo campesino en la capital, desnudando, quemando vestiduras, humillando, lo que no implica que las víctimas del momento no hubiesen hecho lo mismo con los victimarios, en papeles revertidos. El asunto no radica en mostrar lo malo de uno y lo bueno del otro, sino en reconocer que en Bolivia las cosas van llegando a un límite que en algún momento explotará. Límite que alimenta un gobierno cuyo programa es mescolanza de irreconocible ideología y cuyo único fin es preservar un poder por mero arbitrio de vanidad.
Cuando se opta por la violencia desenfrenada de la turba, los resultados pueden inclinarse de cualquier lado. Evo Morales tendría que saber que un país no es un sindicato y que la verticalidad a la que está acostumbrado entre cocaleros no se aplica de forma automática a cualquier otro aspecto de la sociedad. Su prédica de intolerancia, de desafío a la vez que cobarde concesión cuando lo ve necesario, su agresión permanente y las contradicciones en que recae, muestran un feble esquema, un castillo de naipes con príncipes de opereta.
Violencia en sí misma, y su indiscriminado uso, no significan nada, menos revolución. Tanto los adláteres del presidente como los grupos de derecha surgidos (resucitados) como contraparte del gobierno, apuestan por la próxima balcanización del país, y no me refiero a las autonomías regionales como tales, sino a la absurda pretensión de unos y otros de disputarse un país convaleciente, con discursos de insulso patriotismo y poca idea de lo que se necesita para avanzar.
Lo que ocurrió en Chuquisaca es lamentable, como lamentables son los linchamientos, no importa si de gente inocente o culpable. En Bolivia, más hoy con la impericia de los gobernantes, todos están por encima de la ley. Y para aceptar eso, para reconocerlo como razonable y justo, se inventan patrañas explicativas, se aducen historias inverosímiles, pasados y tradiciones sin documentación.
Bolivia es el país de la chacota, aunque no, porque chacota implicaría diversión, y ni pizca de divertido hay en lo que sucede. Más bien vivimos en un país trágico, marcado por la violación y el estupro, por la incomprensión y el racismo, por la falta de reconocer que en la variedad abunda la riqueza. Y, sobre ello, sobre estos escombros rotulados "país", un idiota vanidoso quiere agitar el bastón de mando de su angurria.
02/06/08
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Publicado en
Opinión (Cochabamba), junio 2008
Imagen: Autor desconocido
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