Tuesday, August 24, 2010
Lugares escondidos/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En las cosas simples está el secreto de vivir. En la historia de una amiga que me cuenta que le gustaba hacer el amor en los amaneceres de Cochabamba, en escondrijos como garajes, o hendiduras, o paredes de adobe sobre el canal de la Angostura. Contemplar el alba amándose, mientras en la cercana lejanía se oye el pausado ruido de las barrenderas y en los pocos paraísos que quedan despiertan las aves.
Amarse con ropa a medias, descubriendo el silencio y burlando las convenciones de iglesia y estado, porque fornicar, así dulcemente, lo prohíben las bulas de los adalides del vicio, los patrones de la corrupción, los que mandan... los que no trabajan para ganarse el sustento.
Eso, o algo más simple aún, que por décadas ha permanecido invariable: una tostada, o un "agua de la vida", en la puerta que se abre en la inmensa pared del convento de las Carmelitas descalzas. Tomarse un vaso en la oscuridad interior, donde la frescura viene de siglos en que el adobe y la piedra se han concentrado para hacerse refugio. Y no me refiero a la paz de Dios, que su paz por lo general es de muerte, de guerra, de castigo; me refiero a la calma de un espacio que ha adquirido personalidad propia, tranquilidad perenne, ajeno a quienes lo habitaron o habitan, a quienes venden o compran. Tomarse una tostada de maíz con la profunda satisfacción de sentirse incógnitos, ignotos, ignorantes, felices.
O quizá, también, entre los cientos de ejemplos que se podrían enumerar, algo que el poeta Jorge Zabala sabía hacer bien: sentarse en un banco de la Plaza Constitución, y simplemente permitir al sol o a la sombra, lluvia o frío, calor o misericordia, ceñirse sobre uno, con sus secretos y la difícil sabiduría de apreciarse solo ante el universo.
Cuando pasaba por allí, el poeta miraba la ciudad ¿la miraba? y discurseaba ante la muchedumbre de sombras de cosas muchas que uno tiene que decirse. ¿Habitaba bajo el embrujo de Cioran, o Paul Celan le murmuraba cosas terribles, bellas a su vez?
En la misma plazuela de las monjas de pies desnudos, cuando era niño, apoyadas en el muro pedregal, mujeres vendían api nocturno, sangre púrpura del Ande, o blanco, o mezclado. Casi en la oscuridad, en la penumbra de aquella Cochabamba "antigua", el hervor de los buñuelos contrastaba con la hosca heredad del edificio. Era América nueva, viva ante el despojo muerto de la vieja España.
Ya fuere un orgasmo subversivo, un poeta que contempla, un vaso rosado de refresco de flores, un brebaje poderoso y misterioso, todas cosas simples y a mano, la intensidad de vivir se encuentra allí donde se quiere.
16/6/08
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Publicado en Opinión (Cochabamba), junio 2008
Imagen: Convento de Santa Teresa, Cochabamba
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