Tuesday, October 19, 2010
El paso del tiempo/NADA QUE DECIR
Me pregunto a veces si éste es el mismo país al que llegué. Digo que no.
Desde enero de 1989 hasta hoy, febrero de 2009, pasaron 20 años. Una vida, tres guerras, cuatro presidentes. Los Estados Unidos eran otros; era, en verdad, un lugar distinto al nuestro. Ahora salir a la calle, caminar entre los barrios, mirar las tiendas, la fisonomía de la gente, es casi pasearse por cualquier ciudad de Bolivia, de América Latina.
El idioma español ha sobrellevado la derrota de España y son sus otrora sirvientes y esclavos -nosotros- los que reconquistamos la tierra para que hable el Quijote. Pienso, cuando pienso en los inmigrantes de América que van hacia el maltrato en la península madre, que la envergadura mayor, más fuerte del idioma está fuera de España, habita en los taciturnos indígenas oaxaqueños que utilizan el castellano como medio de supervivencia en el norte y mantienen el zapoteco o el mixteco en casa. El idioma no tiene aquí la rubicunda faz de algún peninsular, ni siquiera la chata reciedumbre de Sancho. Aquí el español pervive, crece y domina en los barbilampiños mayas guatemaltecos, en los más claros, aunque ni tan castizos, pastusos de Colombia, en el mestizaje de las mujeres de Sombrerete, de Vinto, de Barranquilla, del Darién, del valle de San Luis en Colorado. Pienso y digo cómo se le ocurre a España conservar su altivez, su presunción, si es en estos oscuros y pequeños nativos y mezclados -a ellos gracias- que su idioma es referente de poder.
No es mérito de España el ya bilingüismo de los Estados Unidos, sino de los silenciosos trabajadores que con olvido y exilio de su lugar natural, acarrearon consigo una lengua que se expande rápido y con potente vitalidad. La derrota que infligieran los ingleses a los españoles, se la van cobrando día a día con sus descendientes los menesterosos del sur, cuya única fortaleza muchas veces es su lengua común.
Y hay que comprender que esta situación no sólo está, aunque es mayoritaria, en la inmigración mexicana; también los rubios argentinos y las ardientes venezolanas, como los rítmicos caribeños echan una pizca que añade al montón. Trabajo de hormiga y labor en conjunto que crea no sólo un bilingüismo sino un biculturalismo interesante, bueno en lo más, erróneo o malo también.
Cuando en 1989 buscaba en la capital de los Estados Unidos música en español era asunto de dificultad. Con suerte, una tarde de domingo, en el segundo piso de Union Station, detrás del Capitolio, encontré "20 éxitos de Gardel". El Zorzal destacaba como el único vínculo de las dos Américas en aquel crudo invierno. Hoy la marea lo cubre todo. Sólo en "bandas", en su vertiente mexicana, fácil distinguir entre varias decenas. E incluso muertos notables del tiempo, Sandro y Favio entre ellos (aunque estén vivos), resucitan en copias hechas en Miami.
Otro país desfila ante mis ojos. Perdió tal vez cierta melancolía que se escurría por las viejas calles de Georgetown; tal vez se "tropicalizó", pero es el destino, la desgracia y la alegría del dinamismo de la historia. La transformación, no la desaparición como recalcaba un veterano profesor de Química en el colegio, citando al decapitado Antonio Lavoisier: "En la naturaleza nada se crea ni se destruye, lo único que hace es transformarse".
14/2/09
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 15/02/2009
Imagen: Estadísticas de la población hispana en los Estados Unidos, 2006
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