Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Nos sentábamos, los dos hijos varones y mi padre, en nuestro pequeño escritorio iluminado por una lámpara que le daba las características de un ring de boxeo. Generalmente el fin de semana, a no ser que la insistencia del campeonato necesitara fechas extraordinarias. El juego era hacer pelear tapas de cerveza con un nombre en perfecta caligrafía paterna pegado al través, y que representaba a los grandes boxeadores de la historia, y a algunos menores, todos de peso completo.
La mayoría de las tapas eran de cerveza Taquiña, por su peso y consistencia. Las de refrescos: Fanta, Coca Cola, no servían por demasiado livianas. Las peleas duraban diez o doce rounds y había knock outs o victorias por puntos, igual a la realidad. Mi padre llevaba fichas para cada boxeador con su historial completo y, como en la vida misma, algunos descollaban para hacerse campeones mientras otros pululaban el resto. La única discrepancia era histórica, porque al sortearlas solían enfrentarse hombres de épocas distintas: Ringo Bonavena contra Gentleman Jim Corbett, Sam McVey y Max Baer; otras daba la casualidad que el azar rememoraba combates ocurridos, aunque el desenlace del escritorio y el monótono choque de las tapas diera a veces a Sonny Liston noqueando a Cassius Clay, o a Jack Johnson propinando a Jess Willard -como debió ser- inolvidable paliza.
Mi madre pasaba por la puerta del cuarto y movía la cabeza escondiendo su sonrisa. Así crecimos, con una parafernalia boxística de casi erudición y supimos los nombres de los boxeadores internacionales antes que aquellos de los dichosos presidentes de Bolivia.
Esto viene a introducir el tema del texto que es la vida de Mike Tyson, por él mismo, en un filme de James Toback (2008). Tyson ha sido tal vez el más furibundo guerrero que dio el ring, el más desalmado y peor despiadado, el come orejas, lo que no impide en mi opinión una relevante posición entre los más grandes (Alí-Clay, Louis, Dempsey, Marciano).
El filme, donde el director suelta a Mike Tyson a contar su historia no diría
que peca de candidez. Su honestidad hace que un documental que debiese ser
aburrido para alguien no interesado en el box, se torne en historia humana con
ribetes de dulzura, en los que el violento boxeador afro-americano alcanza a
ratos la profundidad del filósofo y el lirismo del poeta. Aquí como en la buena
cinta de El luchador, con Mickey Rourke, los hombres rudos -y valientes-
muestran una faceta que les es característica: la sinceridad para enfrentarse a
sí mismos, la placidez, incluso en medio del dolor, de aceptar lo que son, de
reconocer errores, de superarse y, por encima de todo, de valorar el
irrenunciable y difícil derecho a la paz. Cosa difícil de hallar entre cobardes...
El joven Tyson, inmerso en un mundo promiscuo y criminal por origen, sabe
que tiene que defenderse. Dirá luego, a sus 40 años, lo sorprendido que está de
haber alcanzado esa edad, viniendo de un universo que se caracteriza por
arrebatar a los jóvenes, en muerte súbita o lenta no importa, de desgraciarlos
temprano. En New York, en Caracas, Lagos o São Paulo que son nombres distintos
para una misma pobreza.
A pesar de que no hay ángeles, los hay a veces en lo trivial que nos
rodea. Y Mike lo encontró en un viejo entrenador que creyó en él en este
incrédulo mundo. Boxear, le explicó, no es simplemente destrozar al adversario.
Pelear es un arte, uno en que intervienen no sólo los puños sino las piernas,
el movimiento, la velocidad, la precisión. Lo dice un peleador que pareció
brutal por excelencia y lo dice en calma, con la tranquilidad del hombre que
vivió, que superó su sufrimiento, y que excedió el temor lógico de enfrentarse
a otro -temor que lo siguió siempre-. Parece extraño escucharlo decir de su
miedo.
Se debatió entre tentáculos de irresponsabilidad, vicio, inmadurez,
poder, dinero. Complicado tenerlo todo sin haber tenido nada. Pero a la larga,
y allí radica su gran lección de humildad, se da cuenta que puede golpear,
ganar o perder es secundario, pero que ya no siente el combate en su corazón, y
sin corazón ningún puño vale. Es porque llegó la paz, sin apuros y de
improviso. Y nada sabe mejor.
En la noche de la memoria seguimos Joaquín, Armando y Claudio golpeando las tapas personalizadas, mientras Alicia pasa y se sienta a leer La reina Margarita. Entre "nuestros" boxeadores no tuvimos a Mike Tyson. Llegó tarde a nuestra infancia.
05/10/2010
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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 21/10/2010
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 24/06/2014
Imagen 1: "Iron" Mike
Imagen 2: El gran Sam Langford, el Campeón Sin Corona
Imagen 3: Luis Angel Firpo, de Argentina, lanzando fuera del ring a Jack
Dempsey, septiembre 14, 1923
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