Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Nieva aún, así sea ya principio de abril. Las montañas de Colorado se miran blancas a lo lejos. Pienso en los interminables bosques de aspen; los pinos oscuros y los pinos azules.
Lagos congelados y paisajes que son reminiscencia del pasado, de niñez con filmes donde actuaba Richard Harris, el hombre llamado Caballo. Cierto que esta era región Cheyenne y Arapahoe... Ute, y se utilizaban escenarios locales para crear aquella mística del western que tanto nos tocó.
Sueño con los lívidos pasos del lince en su cada vez más estrecho territorio de caza; con los lobos cuya presencia se exterminó y que viven en la penumbra del recuerdo; con los osos negros que de cuando en cuando devoran el rostro de algún inoportuno paseante por la tierra de los animales. Hace frío.
Desde la ventana ya desaparecieron los helados picos. En la escarcha anoto los nombres de las ciudades del destino: San Francisco, Budapest... El dedo índice traza sendas, mapas en el vidrio mientras Java canta una "chanson réaliste". Me acuerdo de Villon.
En este espacio de diversidad donde un melancólico andino, como yo, sin quena y menos habilidad para la quena, tropieza a cada instante con las reflexiones de un anchuroso mundo, no es raro adquirir conocimientos y costumbres de pueblos tan raros como los judíos de Kazhakstán, de quienes aprendí a hacer la famosa sopa ucraniana "borsch"; no judía porque el borsch judío es frío. Esta rusificación de los amigos, que perdieron algo de su tradición yiddish, se la deben a José Stalin, que los trasladó de los pantanos de Bielorrusia hasta las estepas de Karaganda cuando invadieron los alemanes. Allí su borsch se hizo caliente, con una buena cucharada de crema agria encima para domeñar el fuego.
En realidad se puede hacer con cualquier tipo de carne. Ya depende de la ilusión del cocinero. Pero hoy, éste, que es decir yo, ante el ímpetu de quince grados bajo cero de afuera, elijo res y desdeño la crema, para no suavizar la temperatura.
El borsch es una mezcla de repollo blanco y roja remolacha, a la que se hermanan -como apéndices menores- papa, zanahoria, cebolla, tomate, ajo. Se suele preparar con perejil, italiano o chino, pero me enseñaron la receta de centurias, donde un eneldo picado fino le da toque fantasioso, potente.
Hoy temprano, antes de que el sol saliera y mientras la ventisca chillaba como zorra en celo, leí a Sholojov, un relato de guerra que iba desde Rusia hasta Poznán. Me decidí por el borsch y no por la quinua, por los poetas rusos y la estepa, por Marina Tsvetaieva...
30/03/09
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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2009
Imagen: Marmita con borsch ucraniano
Muy buena reflexión, muy bonita! Quiero preparar borsch esta semana, y ya encontré una receta muy detallada, a ver si me sale tan rico como se ve.
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