LILIANA CARRILLO
V.
Claudio Ferrufino-Coqueugniot ganó en Cuba el Premio de narrativa Casa de las Américas por su novela “El exilio voluntario”. Desde EEUU, el autor habla de migración y galardones.
Ambigua. Así define el escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot la naturaleza de la emigración. Este tema “saturado de penas y también de delicias” inspiró su novela El exilio voluntario que acaba de ganar en Cuba el prestigioso Premio de narrativa Casa de las Américas 2009.
El autor radicado
en Colorado (EEUU), que ya había obtenido el 2002 una mención en este certamen
internacional, se convirtió en el cuarto boliviano premiado por Casa de las
Américas después de Renato Prada Oropeza, Wolfango Montes (novela) y
Pedro Shimose (poesía). “Espero ser responsable en mi obra”, afirma Ferrufino
Coqueugniot en esta entrevista vía e-mail con La Razón.
Un exiliado (¿voluntariamente?) como usted escribiendo de exilio. ¿Cuánto de autobiográfico hay en la novela?
El tema de la
obra no es necesariamente el exilio. Sí en el sentido de que exilio es
alejamiento de la tierra de uno, pero sin connotaciones políticas. Exilio
existencial, voluntario, que al hacerse costumbre con el tiempo se aplaca sin
nunca desaparecer.
La novela juega
un péndulo entre los dos extremos geográficos de su protagonista, a decir
Bolivia y Estados Unidos. Pero, y ahí tal vez se hallen las connotaciones
político-económico-culturales, exilio significa la huida de lo pequeño, lo
cerrado, lo mezquino de una realidad que no ofrece lo suficiente a quien quiere
ver y hacer más.
Hay en la obra
mucho de autobiográfico y bastante de tantos inmigrantes, tan variados y
diversos, con quienes me crucé en los años. El inmigrante, casi todos, pasan
por los mismos patrones de reacción: dolor, nostalgia, hasta que al asentarse y
fundar otra vida se da paso también al contento, a la alegría. La emigración en
sí es un exiliarse voluntariamente. Los motivos pueden ser muchos, pero la
decisión es personal.
Usted ya visitó el palmarés del premio Casa de las Américas cuando el 2002 ganó una mención con El señor don Rómulo. ¿Hay relaciones entre esta obra, su primera novela y la que ahora es premiada?
No hay relación
temática y quizá poca en estilo entre El señor don Rómulo (que se publicó en
Bolivia) y El exilio voluntario. Creo que hay mejor manejo de lenguaje y mayor
madurez de forma en la segunda. Además, El exilio voluntario fue escrita entre
10 a 12 años, un mundo.
Estando lejos, ¿sigue siendo Latinoamérica el tema de su obra? ¿No es “antropológico” escribir de los otros desde Estados Unidos?
Bolivia en
esencia y algo de América Latina (Argentina, de donde es mi madre, en
particular) son fundamento de mi obra. Esta novela premiada discurre casi toda
en Estados Unidos, pero es vitalmente boliviana en tanto a espíritu y universal
en cuanto a tema y a ubicuidad.
No hay
“antropología” al mirarse uno mismo. A lo sumo hay un espejo de memorias,
presencias y ausencias. Aparte, y en esto hay que ser claros, el mito de
“jauja” en Estados Unidos es falso. Cuando uno se echa encima 20 horas de
trabajo, en condiciones de frío inhumano, con mala alimentación, con soledad,
apuro, como relato en mi libro, no puede haber miradas retrospectivas hacia el
país de origen con desdenes para los que uno no tiene tiempo.
Quienes lo conocen dicen que es usted un apasionado por los libros. ¿Cuándo el lector se transforma en el escritor?
La escritura,
cuando se centra en la formación de la belleza es literatura, así se hable de
economía o de poesía. Hay estructuras que separan lo literario de lo técnico,
mas un columnista puede ser un gran literato a la vez que un buen periodista.
No hay cánones excluyentes entre uno y otro.
A veces es
cuestión de simple fórmula. No estoy hablando de ficción, sin embargo, hablo
del manejo y construcción de las palabras que hacen de un texto cualquiera,
literatura.
Desde lejos, ¿cómo ve la literatura boliviana actual?
Hay talento y hay
oficio (en unos más que en otros). Tal vez atravesamos aún un período de
búsqueda y habitamos una caldera donde se cuece el futuro. Se van sentando las
bases de una sólida literatura nacional, aquella que parirá a uno o a muchos
autores grandes. Todavía no lo hemos alcanzado.
Quizá esos
grandes autores duermen allí, trabajan allí, ya están allí sin encontrar el
intersticio que los haga personales y trascendentes. Pero para encontrar la
grandeza se precisa de mucha humildad.
Con este premio se suma a Prada Oropeza, Montes y Shimose, ¿cómo asume esta responsabilidad?
Es por supuesto
un honor estar junto al poeta Pedro Shimose, al novelista de mi juventud que
fue Renato Prada Oropeza y a la talentosa frescura que Wolfango Montes trajo a
la literatura boliviana. Espero ser responsable en mi obra de continuar su
camino.
¿Dedica todo su tiempo y trabajo a la literatura?
Escribo realmente
cuando puedo y me encantaría escribir cuando quiero. Pero yo soy un padre
profesional y eso, a veces, muchas veces, impide que me convierta en escritor
de oficio. Pero escribo, escribo… y leo.
¿A que destinará el monto del Premio Casa de las Américas?
El monto del
premio irá sin duda al fondo de estudios de mi hija mayor, Emily, que sale
bachiller este año y que es ya una maravillosa autora de literatura fantástica.
Escritor Boliviano: Claudio Ferrufino-Coqueugniot nació en Cochabamba en 1960. Estudió Química, Sociología e Idiomas hasta titularse en Lenguas modernas en Denver, Colorado (EEUU), donde radica.
Obra: Cuentos
“Virginianos” (1991), Novela “El señor don Rómulo” (Mención Casa de las
Américas 2002) editada por Editorial Nuevo Milenio. Es columnista en prensa y
crítico literario.
Fragmento
El Alto. Noche
ya.
Una
casita de dos pisos, modesta. Unas gradas con casa, en realidad más gradas que casa. Esposa e hija adentro, qué grande ya y cómo no, si son 10 años desde que salimos
bachilleres y me tuvieron que arrojar al patio a través de la reja porque no
podía pararme, y papá que llora con camisa a cuadros, papá, papá de camisa a
cuadros un octubre tan viejo como mil novecientos setentaisiete, tan viejo ya
papá, frente al televisor, mirando “Sábado gigante” sin darse cuenta que es
domingo, o las tardes de la vejez, las de la infancia son todas iguales. Hijo,
y los brazos te reciben.
Padre; abuelo; y
los brazos te siguen recibiendo…
Ni me acuerdo el
nombre de la hija de Pepe. Vi a su esposa, años después, al otro lado de la
acera, cuando el camino de Oruro ya se había adueñado de tus piernas, y no me
acerqué. Pedí dos salteñas; apoyado en el codo derecho la vi pasar, sabiendo
que lo que no le preguntaba de ti entonces no lo sabría más. Carlos quiso así
guardar muy adentro una intimidad que no tenía espacio de muertos, ni que fuera
nicho, o cementerio, o simplemente no me da la gana de creer que mis amigos han
muerto. Las escaleras del grill se incendian y el oscuro amiguísimo de aquella
crepusculada se insume en una boca pintada con interiores de sangre, un beso
que rechazamos.
(Claudio
Ferrufino-Coqueugniot, de “El exilio voluntario”)
Casa de la
Américas
Premio • La 50
versión del Premio Casa de las Américas galardonó en novela al boliviano
Claudio Ferrufino-Coqueugniot; en testimonio, Mañana es lejos, del argentino
Eduardo Rosenzvaig; y en obras para niños, La doncella del Huillallaco, del
también argentino Yoli Fidanza.
Jurado • Fue
integrado por el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, el chileno Hernán
Uribe Ortega, el cubano-ecuatoriano José Ignacio López Vigil y el venezolano
Carlos Noguera.
Fuente: La Razón, La Paz, febrero 2009
Imagen: Papá y yo, Tarata, 2005/fotografía de Alicia Ferrufino-Coqueugniot
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