Tuesday, November 16, 2010

El Nobel turco/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Finalmente fue el escritor turco Orhan Pamuk el elegido para el Nobel de Literatura 2006. Y tal galardón es válido tanto en el campo de su exquisito talento literario como en el deseo (ya es política) de premiar a una voz abierta en el concierto cada vez más radical de los países islámicos. Aunque deseaba evitarlo y mezclar a un artista con un patán, debo hablar de George Bush, gracias a quien un país secular como ha sido Turquía en casi un centenario, comienza a inclinarse hacia el fundamentalismo que permea de intransigencia la región. Sin ser un dechado de virtud, y muchas veces con fuertes trazas de dictadura, Turquía evitó el mal de la extrema religiosidad hasta ahora; un hoy que pronto se convertirá en memoria.

Pamuk recibe críticas dentro de su país. Reconoce, como pocos, el genocidio en contra de la población armenia. Recurro a Viktor Shklovski en su inolvidable "Viaje sentimental", cronológicamente posterior a las masacres en cuestión, donde relata la inestabilidad y la violencia endémicas de la zona, con historial de muertes y abusos sin fin: turcos masacrando a armenios, armenios a kurdos, kurdos a persas, persas a asirios. Realidad que no disminuye, y menos desmiente, el genocidio turco pero que no libera de culpas y extremos a ninguno de los grupos actores. Por supuesto que el poder otomano y la desventaja numérica armenia pesaron en aquel drama histórico. Vale la pena rescatar una apasionada novela de Franz Werfel, "Musa Dagh", para aproximarse a lo sucedido.

Pamuk se autocalifica como el relator de Istanbul, su ciudad, urbe que incluso para Grecia tiene resonancias actuales iguales, quizá mayores, que las de Atenas. Istambul es la cuna del blues griego, la rembétika, cancionero popular de origen delincuencial. Universo inagotable para aquel que, como Pamuk, aspira a ser su testigo oral.

En Pamuk se premia a una lista de escritores regionales de vasta riqueza literaria, no sólo turcos, también albaneses como Ismaïl Kadaré, libaneses como Amin Maalouf, descendientes de una herencia multicultural común, unos elegantes, otros elegíacos, todos exuberantes. Me gustaría, a pesar de que podría parecer innecesario, pensar que este honor se adhiere a la memoria de tantos artistas, escritores, poetas y cineastas, cuya obra escondida, proscrita por lo general, se va olvidando: Nazim Hikmet, Serif Gören, Yilmaz Güney, y el siempre recordado Panaït Istrati, cuyas lecturas consumieron vorazmente mi juventud, y que en su Braila natal, en la desembocadura rumana del Danubio, rememora Turquía en su todavía innegable presencia, que, subiendo desde Istambul, atraviesa Edirne (Adrinópolis) y se introduce en los campos de la Dobrujda y Besarabia.
16/10/06

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Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre 2006

Imagen: Caricatura de Orhan Pamuk, del New York Times.

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