Monday, November 1, 2010
Página en blanco/MIRANDO DE ARRIBA
Ya es un cliché: el horror del literato ante la página en blanco. El mismo espanto que ante el vacío, la propuesta de la vida de una existencia solitaria, sin padre, ni madre, ni sírvete ni agua.
Pero, con un computador a mano, es sencillo. Se ajusta una tecla y el hechizo se rompe. No hay más encantamiento atenazante. Los dedos fluyen y el entorno se acerca al escritor, se le sube por los hombros, le sugiere, lo obliga, lo seduce con mil y una posibilidades. Así en la vida, cuando una puerta cerrada parece el fin del murmullo y el principio del silencio, siendo que es nada más que una etérea cortina de madera que al abrirse deja paso -si estuviera en Cochabamba- al aroma de eucaliptos y a los sauzales de Vinto; y, en Aurora, ciudad del llano que mira a las Rocosas, al nacimiento de los brotes de manzanos enanos dispersos por la ciudad, a un cielo tan azul como el del sur, a las voces mezcladas, una Babel de lenguas donde habrá alguna que sepamos entender.
No hay que temer páginas en blanco ni vacíos ni silencios. Un lapicero combate las primeras; coloridas paletas de Pechstein o de Van Gogh llenan los segundos mientras el jazz de Lester Young y su saxo arrinconan los últimos en el contorno donde se levanta la basura.
Una página en blanco necesita un toque, un punto donde se apoye un lápiz, una tecla que marca indeleble cualquier cosa que se anote. No es un monstruo aunque sí antediluviano sino una circunstancia parcial cuya vida decide el poeta, no al revés. Cuando los antiguos sumerios ¿acadios? graban la arcilla con las desventuras y veleidades de Gilgamesh, quiebran para siempre aquel nutrido temor de no saber qué escribir, o, en su caso, de quedarnos solos. La palabra es la esposa/el esposo que habita en las nervaduras de las manos, en los rictus de los labios. Palabra escrita o voz es el matrimonio que la historia nos ha dado para no perecer; para permanecer lo que es más.
El mito del espacio vacío cede paso a la nomenclatura de las voces, a la variedad del color. Cuando en apariencia la tarde se ha hecho oscura hay que mover las cortinas. En los haces de luz vienen los niños y la montaña, el vendedor mexicano de elotes, la muchacha de los tamales. La vida así como corta es larga y la indecisión de llenarla, como la del autor de crear, sólo aviva los sombríos nimbos que el viento trae.
Hace un momento esta página carecía de alma. Hoy, antes de salir a buscar a mis hijas de la escuela, es universo de promesas, de novelas, de cena caliente: un humeante lomo decorado con ramita de albahaca.
9/3/09
Publicado en Opinión (Cochabamba), marzo 2009
Imagen: Página en blanco
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