Monday, December 27, 2010
Bierce, el gringo viejo/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Releyendo, en las largas horas de viaje, "Gringo viejo", de Carlos Fuentes, me puse a pensar en la casualidad que me llevó a descubrir a Ambrose Bierce, la fuente inspiradora del autor mexicano, y uno de los más adecuados -diría- no favoritos, escritores de mi juventud.
"El club de los parricidas" me introdujo a su obra con la lúcida demencia del dolor y del talento. Carlos Fuentes roza la personalidad de Bierce y alude repetidas veces a ese trasfondo doliente, controvertido, culposo e insolente con que el gringo viejo enfrenta la vida y busca la muerte en un México que como él mismo afirma significa, para un norteamericano, eutanasia. Sin embargo fracasa en darnos una imagen total del artista. Se pierde en una azarosa historia de amor entre un general revolucionario y una institutriz yanqui y se enfoca en esa permanente contradicción entre los dos países vecinos y la relación padre e hijo de cada uno de sus caracteres, haciendo referencia a los parricidas de Bierce. Este, que debiera según el título ocupar un lugar central en el texto, llega casi como un forzado aditivo para conjugar dos placeres íntimos de Fuentes: la historia mexicana y su amplitud literaria. Mas cuando hablamos de imágenes, la novela excede expectativas y muestra como reza la contratapa un admirable aliento fabulador.
La película -producción de Hollywood- desmerece al libro. Comenté que habían hecho una mezcolanza de acontecimientos reales de la revolución con intención de juntarlos en uno. El escritor mexicano, sobre cuyo escrito se inspira el filme, hace lo mismo pero al menos lo cubre con un argumento de mayor complejidad que no lo desenmascara de inmediato. Es al final de la obra que se descubre una trama que intenta impactar a un público extranjero, introducirlo a la sui generis idiosincrasia nacional. Fuentes, en mi opinión, juega al mercado y el texto se convierte en objeto de venta.
El tema es en sí magnífico, un renombrado escritor norteamericano que decide en su senilidad viajar al México insurgente en busca -ambos- del mítico guerrillero Villa y de la muerte. Cuando habla de que ser un gringo en México implica eutanasia, Bierce concede que su objetivo final tiene que ver con su fin. La ausencia de detalles sobre sus pasos ya al otro lado da suficiente espacio ficcional para Carlos Fuentes o cualquiera que necesite especular al respecto. Un autor que juega con la fugacidad de la vida, más aún con la ridícula comedia de vivir y morir, hace una correcta decisión de su refugio final, porque México es surreal como su obra, igual de inesperado que sus personajes, dramático y absurdo a la vez. La atracción que México ejercita en artistas de occidente tiene en todos tintes similares. Ambrose Bierce espera hallar en esa tierra lo que Eisenstein "descubre" en las piedras milenarias; o la seducción fantástica, narcótica en esencia, que Artaud tiene con los tarahumaras; e incluso la intelectualidad de Breton que sugeriría en Bierce un análisis preciso de por qué México sería buen espacio para morir.
Me obsesionaba, en 1984, con aquello. Lo muestra así una publicación de prensa, mínima, que se desarrollaba a partir del asunto de la extranjeridad y la eutanasia. Luego, lector abisal de las referencias al conflicto mexicano, y villista por adicción, además de aprendiz de escritor, no hallaba instante mayor en la historia de la literatura que el momento en que Ambrose Bierce cruza la frontera con su caballo y se encuentra con la feroz solitud del norte. Su meta: dos figuras que quizá, asociadas, son una sola. Para entonces ya Francisco, Pancho Villa, es legendario entre el público norteamericano. Y la muerte, medieval en la textura bierceana, espera mientras viaja con aquel que va a sacrificarse, no en la inercia de un suicidio, leve e insensato, sino en la audaz y recelosa cabalgata del futuro muerto y su ama: como lo es en Durero y se duplica en Bergman.
No sabemos si Bierce encuentra a Villa; no interesa. Ambos tienen ya marcado un destino trágico. Suponemos que lo logran en la muerte. A pesar de que los devora el polvo de México, país que no cambia aunque la sangre lave las piedras de manera constante, hay cierta alegría en su final.
Desaparecido uno, asesinado el otro, Villa y Bierce pueden al fin establecer su diálogo de muertos. De fondo se pondría una toma de Eisenstein, multitudes de maguey, una serpiente azteca, la tonada de la Sandunga que dice que "tú no sirves para amores", que de nada sirve continuar.
20/07/05
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 24 de julio, 2005
Imagen: Ambrose Bierce
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