Thursday, December 16, 2010
Mi recuerdo de Adhemar Uyuni/ECLECTICA
Poeta y escritor boliviano.
No lo vi, pero lo vieron, en aquel bar de Madrid, regularmente, conversando con Juan Carlos Onetti; y me gusta imaginarlo, porque Adhemar Uyuni amaba la charla, el vino y la cerveza. Cuando reemplazó Madrid por Cochabamba, en sus innúmeros retornos, nos encontramos, rodeados de libros verbosos, librosos, verdosos, verduzcos, verdescos, un vaso, dos, tres, cuatro y las horas, una, dos, tres, cuatro. Del Metrópolis me sube al auto y pasea por la villa y el descampado, camino de Sacaba, subida a Taquiña. En la oscuridad los eucaliptos son negros, grises las casas de adobe; el pueblo se agolpa ante la luz mortecina del hogar. Ilya Kuriyaki y los Valderramas en la cassettera, el rap, porque quería aprehender el mundo de su hijo para poder también hablar con él. Así se instruyó como ninguno de su generación en música contemporánea. Cuando lo conocí, recién llegado de España, mucho antes del relato anterior, nos enfrascamos en la música de los Doors, de como se podía encontrar a Jim Morrison en los músicos actuales. De ahí en adelante presté más atención a los video clips que pasaban por televisión y dejé acostado un dogmatismo rítmico que sabía a ignorancia.
Cuantas veces -al pasar por mi camino, iba y venía yo, de arriba abajo la ciudad, como lobo acechando su sombra-, veía el automóvil de Adhemar detenerse y equivalía a salir de los límites de Cochabamba, vadear los cerros, ladear los ríos, con latas de cerveza a mano, febrilmente enfriadas, apoyarlas en la frente, solaz ante el calor, e infaltables canciones de vanguardia -no de protesta- sobre las que se podía elucubrar.
El 96 preparó una multitudinaria lectura de los escritores cochabambinos. A quien más recuerdo de la velada es a mí mismo porque eran los únicos escritos que podía repetir de memoria. La noche se extendió y hubo de todo. Adhemar me hizo leer el último, y como fondo de dos textos de guerra que presenté, Antietam y Falsuri, puso música de The Durutti Column (así mal lo escriben). Lo consideré un regalo, una muestra del cariño quel poeta me profesaba.
Cuando me llegó el amor de mujer de Brasil, Adhemar se alegró y juntamos singanis en el café Fragmentos donde se habló del nordeste, Canudos, de Chico Buarque y Milton Nascimento. Si la conversación se adentraba en las grietas de la bossa nova, genio oculto para mí, opción había del camuflaje de la espuma y ordenaba otra cerveza.
La esquina de la avenida Libertador Bolívar y la América, dos días antes de regresar a Colorado, seis de enero del noventa y siete, vi a Adhemar por postrera vez. Paró el coche, me deseó todo, en un papel su nombre y teléfono, desafiando el azar. Tú y yo tenemos mucho por tratar.
En un hospital, donde dijeron que convalecía, la enfermera aseguró que ayer salió ya con alta. Mentía.
Jorge Luis Borges señala que morir es una costumbre que suele tener la gente. Pienso en ti, Adhemar, y creo que es mala costumbre...
19/5/03
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), mayo 2003
Imagen: Pablo Picasso/Vénus et l'Amour, d'après Cranach, 1949
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