Sunday, February 20, 2011
La Praga de Borges/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Praga fue por mucho tiempo la ciudad judía por excelencia. Según el profesor checo Frantisek Vrhel, a diferencia de Berlín, Viena y Budapest, no contó con la masiva inmigración de judíos orientales venidos de Rusia. Los diarios de Kafka son claros al respecto. El autor observa a estos seres extraordinarios, que albergan posiblemente las respuestas a sus inquietudes de quién es él y qué hace como judío en un universo ajeno, como a bichos raros, con una mezcla de admiración, recelo y con cierta actitud de aquel que observa lo extranjero como folklore. Praga, al no haberse "contaminado" con esta gente de escasa educación y hábitos primitivos, portadora además de una cerrada ortodoxia, se presenta como el centro de la intelectualidad hebrea, en un rico medio donde se conjugan lo checo con lo germánico, un crisol de tres culturas.
La relación de Jorge Luis Borges es sobre todo con esa Praga alemana y judía, más que con la checa. En su obra, hace alusión de Jan Comenius, menciona al escritor Karel Capek y se detiene allí. En cambio, Franz Kafka le presta su mundo, y lo influencia en la construcción de sus textos referentes a la villa. En lo intrincado del ajedrez borgiano y sus múltiples reflejos de espejo se hallan los laberintos de Kafka, como también la tiniebla de Gustav Meyrink, asociada a los cuentos populares judíos sobre un homúnculo creado en la capital por el rabino Löw para defender su raza.
El Golem de Meyrink antecede al de Borges y asocia al escritor argentino con la penumbra medieval de la memoria judía. Bruno Schulz, a quien Borges parece desconocer, supuesto traductor y contemporáneo de Kafka, comparte el mismo espacio literario de leyenda y oscuridad. Schulz, quien vive entre Polonia y Ucrania en un habitat común con la judería oriental, se adscribe a Meyrink, Kafka -y Borges- debido a la influencia alemana. A diferencia de otros autores que escribieron sobre Praga, judíos o no, estos tres últimos permanecen en una ciudad de fines del siglo XIX, plena aún de alquimia. Otros, como Franz Werfel, Joseph Roth, Jan Neruda con sus cuentos de la Malá Strana, la ciudad chica, e incluso Rilke, nacido también allí, crecieron con el siglo, con la reestructuración de Europa y sus ideas, la guerra, la desaparición de imperios y el surgimiento de países nuevos. Su Praga es la de Masaryk, de la expedición checa en la Rusia bolchevique, del resurgimiento nacional y la muerte de Austria-Hungría.
La separación entre ambos grupos de escritores es marcada. Borges, adicto a las culturas judía y alemana, y erudito en ellas, intenta de algún modo conjuncionar las épocas. Su personaje Jaromir Hladík (El milagro secreto) que será muerto por la invasión nazi, resulta un tanto incongruente históricamente. Pero la belleza del texto hace superfluas las observaciones de que Hladík es más antiguo -kafkiano o meyrinkiano por decirlo así- que un hombre de mediados del siglo XX. Borges, anticuario de alma, no quiere un mundo dinámico, no aspira a la modernidad -ni yo tampoco-. Igual que Schulz, vive en un vaporoso mundo de mitos y rarezas.
28/04/03
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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), abril 2003
Imagen: Jiri Votruba/Golem-Praha
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