Tuesday, March 1, 2011
Emily a los quince/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Caminé apresurado por el centro de Washington DC, bordeé el parque y entré al George Washington University Hospital, para asistir al nacimiento de Emily. Tres años antes, desde el viejo aeropuerto de Cochabamba, partía hacia Virginia en búsqueda de rumbos nuevos que la casualidad me deparaba. Llevaba dos libros: la obra completa de Jorge Luis Borges que comprara en Buenos Aires el año 84 y la entera poesía de Emily Dickinson. La elección quizá no fue casual. Borges representaba una amalgama única de América y Europa que en un momento también perseguí y se prestaba a este preciso viaje. Dickinson era Norteamérica en su más íntima y profunda faceta.
Cuando nació mi hija el seis de marzo de 1991, ya su nombre estaba predispuesto; se llamaría Emily en recuerdo de Emily Dickinson. Nombre tenaz que pareciera haber ejercido en ella suavidad y ternura pero también solitud.
Ese libro se ha perdido en los múltiples traslados del exilio. Ediciones en inglés reemplazaron sus páginas. Sin embargo rememoro, como un anhelado fetiche, aquel volumen que traía desde la polvorienta Bolivia, encendido en sus páginas el hálito de quien habría de venir de mí para decorar la mentira mundana.
Emily fue una niña sonriente. Bailaba a la intemperie mientras el viento azotaba los desmontes mineros de Leadville, Colorado. Con los días -como todos- se ensimismó; crecer llaman a la tristeza. Por un período encerróse melancólica para luego despertar con brillo pícaro en los ojos.
Ahora tiene quince y se considera tan washingtoniana como cochabambina. De Estados Unidos le gusta la vida natural, la protección del ambiente. Ideas que desde ya joven la oponen a la centrífuga política de locura que acarrea este gobierno. De Bolivia recuerda los perros vagabundos que se paran al borde de los caminos esperando que les arrojen un trozo de pan. Le gusta caminar por la Cancha y revisar una a una las monedas viejas, cobre y níquel porque plata ya no hay, y comprarse algunas para su colección de historias que presume escondidas en el frío metal.
Lee, mira cine y es melómana. Mantiene su dormitorio como una cueva secreta con multiplicidad de objetos chinos, nativo-americanos, quechuas, africanos; un display de piedras y cristales coloridos, de ignota procedencia los más; una crítica sobre El Señor de los Anillos pegada en la pared, libros de magia y el núcleo de su biblioteca: los vampiros.
Me acusa (dulcemente) de haberla iniciado en el gusto por esos fantasmas de la noche. Tal vez porque a tiempo de ser ella y su hermana Alicia muy pequeñas mirábamos repetidas veces el negro romantismo del Nosferatu de Herzog. De entonces a ahora se convirtió en erudita del tema. Realizó una presentación escolar sobre Vlad Tepes, príncipe de Valaquia, y su actual relación con el mito literario-cinematográfico creado por Bram Stoker, tomando perspectivas históricas como ficcionales. De fondo puso en su computador personal una compilación de gitanos rumanos cantando penosas canciones campesinas, a la par que la voz de Stoker leía párrafos de Drácula. Consultó a Radu Florescu, Montague Summers y mapas relativos. Indagó en Turquía y Grecia para una muestra sorprendente.
Adora a U2 y presumo amor juvenil hacia Bono, el cantante. Talking Heads y Cat Stevens la acompañan, amén de magníficos corales sobre la tradición cátara. Dice que en ella se conjugan sangres irlandesa y noruega, hispano-quechua y colla; Rusia, Germania e Israel; Francia e Italia. Le contesto que le envidio la amplitud de sus razas, sus facciones que reflejan la extensión del universo. Así son sus gustos en comida. Se desvive por carne cocida al estilo mongol, por una pasta putanesca y delira por gnocchis; prefiere el chicharrón del sur al mexicano, y el fricasé. Un buen bife argentino puesto a la parrilla con sólo sal gruesa, como debe ser, y un gusto andino exclusivo por la papa.
Esa es mi Emily, hoy, quince años después.
I meant to find her when I came. Emily Dickinson habla en este verso de la Muerte; yo hablo de la Vida.
06/03/06
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), marzo 2006
Imagen: Emily pensativa
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