Thursday, March 10, 2011
Nostalgiosa Cochabamba/MIRANDO DE ARRIBA
Una postal de 1910, "Calle Amiraya, Cochabamba", muestra dicha calle, corriendo de sur a norte porque al fondo se ve la montaña, como una senda, en despejada mañana, hacia la nostalgia.
En un portón de alto muro blanco conversan dos "caballeros", mientras figuras de mujeres, de vestimenta oscura y chal sobre la cabeza, se alejan al lado del largo lote anexo al mencionado muro, con cerco de adobe, alto también, y gigantescos eucaliptos; el frente muestra una hilera de casas, de macizas paredes, que tendrían patios interiores y huerta detrás, invisibles en la fotografía. Esta orilla de la calle Hamiraya -o Amiraya- quizá tiene remanentes dispersos en la Cochabamba de hoy, tan dada al olvido del pasado, tan charra en sus gustos, tan pobre y tan triste en su apreciación de lo que fue, a la vez que dinámica en su imitación mixta y desenfrenada de cualquier cosa.
Aquel sector de la ciudad, la calle del tema, la Tumusla, la Falsuri, la final General Achá que terminaba en las escaleras de un bordello popular; la Santiváñez con casas viejas que poco a poco se derrumban, o las derrumban, con viejas sillpancherías a donde me llevaba papá tratando de reavivar su juventud y su historia propias, siempre cargaron para mí un dejo de tristeza incomprensible. Cierto, y vuelvo a mi padre y sus historias, que me enteré con los años del acontecer diario del lugar, la casa de la tía Zaida con un recordado arbusto de granadas, fruto que hoy, en las urbes del capitalismo mundial, se ha convertido como el arándano en fruta milagrosa, maravillosa. Les aseguro que no quedan granadales en Cochabamba, así como hay menos parrales casados con tumbos, o matas de hinojo creciendo al lado de las pilas mal cerradas de un lechugar.
No hay que esconder el cuerpo al progreso. Aparte de ser un destino suele ser beneficioso cada vez más para mayor número de gente. Pero ello no debiera significar la destrucción de la memoria. Qué queda de este patio inmenso que contemplo en fotografía de la calle Hamiraya, dónde están las frutas hoy desconocidas que plagaron la infancia. El hecho radica en aceptar lo que somos, aún más lo que fuimos, y relacionar ambos con las posibilidades de un mundo frenético y tecnológico. No hablo de tradición, menos de tradición mal interpretada, que podría nombrarse estupidez, sino de preservar detalles que nos hacen únicos, que aquellas calles hoy idas, las higueras al interior de las casas coloniales, el aroma del cedrón al amanecer, no estorban al progreso; el obstáculo vive en la idiotera natural de quienes desearían ser otra cosa, tener otro color, otro apellido, no haber nacido en esta desdichada pero hermosa Cochabamba.
10/3/08
Publicado en Opinión (Cochabamba), marzo 2008
Imagen: Plaza 14 de septiembre, Cochabamba/fotografía de Rodolfo Torrico Zamudio
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