Saturday, April 9, 2011
Caja de sorpresas/Un comentario sobre Colección de vigilias
"Colección de vigilias" es un libro sorprendente. Su autor, Raúl Rivadeneira Prada, ha logrado en él algo muy buscado por los autores nacionales: erudición y sencillez. Hay cuentistas y novelistas bolivianos, entre los jóvenes sobre todo, que intentan repetir a Poe, Cortázar, al infalible Borges y otros. Imitar bien puede ser interesante, pero no artístico. Encuentro quizá una única excepción: un par de cuentos de Pierre Mac Orlan que son muy similares a los de su idolatrado Schwob, y tan excelentes como los del maestro. Todos tenemos antecesores literarios, aunque no lo querramos, pero ese es un aspecto muy diferente al de la imitación. En Rivadeneira Prada se puede tener remembranzas de varios autores, y es que la maestría del escritor consiste justamente en despertar esas reminiscencias sin necesidad de emular estilos literarios. Se rememora un recuerdo, una imagen, pero sobre todo sensaciones, por eso en "La locura de Salomón de Caus", en su enclaustramiento, he pensado tanto en Sade como en Richelieu. En Sade por la prisión que es el premio de los visionarios, y en Richelieu por la oscuridad de sus actos.
Me place la trama de su cuento parisino "La tercera cita". Con él entro al subterráneo y visito de memoria cada una de las estaciones, incluso la muerte de un protagonista bajo las ruedas del tren. Es muy bueno su retrato, en un par de trazos, de un hombre y una mujer de París: grises, ajenos al universo alrededor, plagados de incomprensibles desgracias.
No intento enumerar cada uno de los relatos de "Colección de vigilias", no hay que molestar mucho a las vigilias, es mejor no remover los fantasmas creados en ese no sueño largo. Como en Panaït Istrati, Rivadeneira Prada encuentra la fatalidad de la vida, pero, contrariamente al rumano, no crea, al final, situaciones esperanzadoras que alienten la existencia. No quiere decir que Raúl sea cínico o pesimista, sino que deja la puerta abierta para el bien o para el mal, como sucede en la realidad. Claro que en "La tarjeta de Chela", igual a Istrati, dando a su protagonista la salida justa para pensar que no todo es tan malo y que las buenas acciones, en un karma inentendible para mí, sólo pueden traer otras buenas o mejores.
El relato más atractivo es "Igüembe". Tobas y chiriguanos se han reunido hastiados ya del blanco. En la plaza de Igüembe festejan su victoria. Y un fraile, idolatrado por los nativos, en un intento de despertar conmiseración o cordura entre los guaraníes decide hacerse oír, para lo cual dispara dos tiros al aire que el destino clava en las frentes de los dos caciques dirigentes, sus amigos. Ellos caen del campanario, tocados por la mano de Dios, y en su ausencia de este mundo dejan un tendal de flechas y lanzas en el suelo del pueblo cristiano; sus seguidores huyen, Fray Perinolli, el asesino casual se hinca a rezar... Son cinco páginas que sin hacer alusiones mayores, abarcan un universo. De estas líneas de "Igüembe" se pueden hacer tesis, libros de historia, de brujería y teología. Eso es lo que hay que alcanzar, un laconismo que sea tan rico como la más grande retórica.
La universalidad de esta obra es personalmente animosa para mí. Raúl Rivadeneira Prada pasa de un París contemporáneo a un pueblo guaranei más viejo que cien años, y de la primera máquina de vapor en los campos de Francia a cualquier cárcel criolla de un villorrio boliviano. Como seres humanos hablamos un mismo idioma, y nuestro ancestro es común. El no prestar atención a las delimitaciones geográficas o temporales nos da la exquisita libertad de ser artistas.
Publicado en Arte y Cultura (Primera Plana/La Paz), julio-agosto, 1996
Imagen: Raúl Rivadeneira Prada
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