Wednesday, July 13, 2011
El lugar más allá del mundo/MIRANDO DE ARRIBA
Rudyard Kipling, nacido en la India, aunque con las manías de un inglés, exploró la mitología y el folklore de esa tierra. Su literatura se desarrolla casi exclusivamente en un ambiente no europeo. El hecho de que los personajes, por decir principales, sean británicos aclara el hecho de una situación histórica determinada, pero no resta la magnitud del entorno que le da vitalidad y color. El Libro de la Selva, relatos de mangostas contados por aves, la cavernosa voz de las cobras, la inteligencia, valor o temor de otros animales, el maligno tigre, el oso, el lobo, seres casi humanos, nos sumergen en una región donde hay dioses elefantes y se idolatra a las vacas. Pero más allá de India, cruzando el paso Khyber, alzándose por el Hindu-Kush, el poder de Inglaterra se desvanece, domina el ambiente el eco de la historia en amalgama con el mito, la cronología como representación del humo. Cerca de Tibet, el Pamir, a izquierda o derecha, habitan las riquezas innombrables de Kafiristán, el oro de los siglos, las gargantas y ventisqueros que guardan tesoros.
Kipling convierte a dos aventureros ingleses en santones afganos que viajan a las montañas donde no penetran los blancos. El autor mismo se representa como el testigo del contrato de estos dos, siendo corresponsal de su majestad. No cree en su fantasía pero no deja de proveerlos con lo necesario para intentar lo irreal, germen contundente del espíritu inglés que perece con la misma parsimonia batallando a los zulúes, o cabalgando en imposible ataque, cuesta arriba, contra los rusos en Crimea.
Sólo la perspicacia de Kipling puede narrar de manera magnífica y detallada excursión semejante. La idea es llegar y apoderarse de joyas que dejaron helenos, mongoles, iranios en algún ignoto punto de la cadena montañosa. Mas el resultado excede sus expectativas. Descubierta la blanquedad de su piel, en medio ya de Kafiristán, un hecho afortunado, una flecha que se dobla en una pieza de metal escondida en el pecho de uno de ellos, convierte a éste en reencarnación de Alejandro Magno, rey y esperado dios.
Cuento que termina mal. El rey de Kafiristán es obligado a saltar al vacío y expiar su mentira de no ser Alejandro. El otro sobrevive el tormento y alcanza a llegar hasta Kipling con el relato de lo sucedido. Ante el descreído periodista deja la constante de una corona de oro, la del griego, que llevó su amigo. Kafiristán, en el noreste de Afganistán, bordeando Cachemira, conserva, en el siglo XXI, el mismo rostro impenetrable. Hay nuevo rey pero también leyenda.
27/7/03
Publicado en Opinión (Cochabamba), julio, 2003
Imagen: Foto actual de Kafiristán
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