Monday, July 11, 2011
Emily/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
De su nacimiento, una larga memoria de Washington DC, más larga la lluvia que caía en Cochabamba, el tiempo se apresuró para mí, dejó espacios ya insalvables de la infancia de mi hija. Miramos por la ventana, el álamo parece el mismo hace siete años, y al interior de la casa todo crece, crecen las paredes, se ensanchan los cuadros de Kazimir Malevich, Emily estira el lápiz que marca su estatura en el vano de la puerta. Por más que intente bajar la regla, su cabeza va hacia arriba, sus pupilas se agrandan.
La hija mayor se acerca, arreglamos la videoteca juntos, escogemos el arte de la noche. Emily me alcanza una caja, La sombra del emperador, película que historia al primer emperador chino, el que se hizo enterrar con ejércitos de arcilla, cuya tumba conforma una montaña, todavía inviolada. En su interior ocultó una reproducción precisa de su imperio, en bóveda excavada en roca. Un cielo de gemas, que imita las estrellas, relampaguea a la luz de candiles eternos ardiendo bajo tierra gracias a un intrincado laberinto de aceites. Al medio del nicho yace el monarca cubierto de armadura de jade, lo que le garantiza eternidad. Emily quiere que la veamos juntos. Le digo que es sangrienta, que las cabezas chinas ruedan por miles como cosecha de ciruelas moradas. Me responde que sabe y que no le importa, que hace mucho que no cree que el rey y la reina se van a casar. Le gusta el Nosferatu de Herzog, finalmente es un relato romántico, pero su atracción no va hacia la jerga gimiente del amor, se acomoda en los campos húmedos, en verde oscuro, de las estribaciones de los Cárpatos, en el raterío inundante de Delft y sus canales de hermosa arboleda. Vampiros de F.W. Murnau, íncubus y súcubus contemporáneos de Anne Rice.
La observo con sus audífonos, mientras viajamos en coche. La mirada fija; a veces sonríe. ¿Qué escuchas, Emily? -pregunto. Montsegur, responde. Los acordes poderosos, entre alegres y tristes, quizá esperanzados, de la tragedia cátara. Siglo trece. Quizá oye a Cat Stevens sobre quien me pide escribir, o a U2. Con U2 se engendró, con los árboles de Virginia sobre los que corría el viento sibilantesilbantesilabante del frío y la música.
A los cinco años marchaba con la banda de guardias escoceses de la reina. Su marcha favorita era la que tocan en Barry Lyndon, cuando los soldados de azul luchan con los soldados de rojo; los hombres caminan, bayoneta gacha, hacia la muerte segura; los de atrás pisan a los de adelante y el suelo se hace alfombra de carne. Todo al ritmo de tambores.
Aprendió a bailar irlandés, y en filme la tengo de blusa blanca y falda verde, saltando cuando pasan los gaiteros de San Patricio. Hoy ha crecido, e Irlanda, que viene a ser un octavo de su sangre, la llena. Se compró un disco compacto, Rifles of the IRA, con una fotografía de los revolucionarios de la pascua del año 16. En la poética simple, violenta, cargada de presagios del Ejército Republicano Irlandés, Emily, la mirada perdida donde la atmósfera se hace historia, sueña.
22/07/03
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Publicado en Lecturas (Cochabamba), julio, 2003
Imagen: Estudio sobre Emily/Aly Ferrufino-Coqueugniot
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