Saturday, August 13, 2011
“El exilio voluntario” de Claudio Ferrufino Coqueugniot, muestra la vitalidad del oficio
Con “El exilio voluntario”, el escritor cochabambino Claudio Ferrufino Coqueugniot ganó en febrero uno de los galardones literarios más prestigiosos de habla hispana, el Premio Casa de las Américas de Cuba.
La novela tiene ahora una edición boliviana, a cargo de El País y la primera antes de la edición oficial, que fue presentada recientemente en el Centro Simón I. Patiño de esta ciudad, y antes en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra.
La historia, en partes autobiográfica según dijo su autor, se ambienta en Estados Unidos y toca temáticas como la inmigración y las diferencias culturales.
“La novela observa cómo el ‘sueño americano’ se convierte entonces en una pesadilla. Formalmente vertiginosa, narrada con enorme vitalidad y dominio del oficio, en ella se despliegan diferentes planos a lo largo de tres décadas. Por otra parte, las referencias literarias, culturales y políticas, no incorporadas por mero voluntarismo, agregan mayor riqueza a la obra. Finalmente, cabe destacar la corriente de humor que recorre toda la escritura y de la que no escapa la autoironía del narrador”, señala la apreciación del jurado de Casa de las Américas.
A manera de presentación, Elena Ferrufino Coqueugniot refiere: “Con sorpresa veo que el escripto, guión dirán, de la película checa ‘Éxtasis’, 1932, lo hizo Viteszlav Nezval, mi poeta favorito, con Julian Tuwim y Esenin, de 1985-86. Pero lo triste es que este filme se conoce porque la bella Hedy Kiesler, estrella como Hedy Lamarr, aparece desnuda en una escena lacustre y en una carrera en que el viento y los arbustos le tocan las teticas autriacas. Se ha olvidado a Nezval”.
Arquitectura narrativa
“Y es 1999”
Así empieza la novela y comienza así un decurso de vértigo, pincelado de historia, cine, literatura, política y experiencia de vida alucinada. Tres décadas transcurren por sus páginas, que a tiempo de enfatizar el desplazamiento del personaje principal hacia los Estados Unidos, sorbe tragos de infancia, de pasado y de futuro, transgrediendo el espacio estrictamente textual. El exilio voluntario se constituye en leit motiv para estructurar una arquitectura narrativa donde confluyen destierro y marginalidad. Donde los tiempos se entrelazan y los espacios se funden en lo que Ramón Rocha Monroy ha llamado un “presente vertiginoso”.
Claudio Ferrufino Coqueugniot explora una serie de estrategias de representación que revolucionan no sólo la memoria y el hilo narrativo sino, sobre todo, el lenguaje.
“Los caminos de la vida”
Me atrevería a decir -refiere Elena Ferrufino- que la más importante experiencia del exilio que nos presenta el texto es, precisamente, el inusitado –casi desmesurado- manejo del lenguaje, la superposición de planos, la coincidencia de tiempos y espacios en el universo de un mismo párrafo, de un texto único que no respeta normas, que trasciende los rigores lingüísticos y de estilo, que nos destierra de una narrativa “regular” y nos obliga a deambular con narrador y personajes entre las intempestivas argucias del recuerdo y la nostalgia:
“He vuelto a Springfield una vez más, diez años después, para ver a mis amigos Jimmy y Julio, constantes en su vida de penumbra. De Lorgio no supe más, sino unos chismes que no escucho. Las cosas cambiaron. Arlington y Alexandria que en algún momento reemplazaron a Cochabamba –uno encontraba hasta a sus enemigos en la calle; los Condenados paseaban cadenas con el mismo desparpajo que en el Prado; los de la calle Uruguay jugaban fulbito sin que tiempo y espacio se hubiesen alterado. Las salteñas sabían casi igual y en el Cecilia’s, alguien de Generación 2000 había instalado un sistema de video en el baño de mujeres para verlas cagar, el sumum de la escatología, cosas de músico dirán aunque los federales no piensen igual”.
Escribir deviene recurso estético e irónico que le permite a Claudio no sólo recorrer “los caminos de la vida” sino proponer una aguda crítica de los mecanismos de significación dentro del texto y una particular mirada del mundo. Desde una perspectiva siempre marginal y contestataria, la novela se puede entender como un cuestionamiento de la mentalidad social, la historia y la ideología de una realidad concreta que se llama “exilio voluntario”.
Crudo e irreverente
Todo en el texto representa una provocación. Comenzando por el uso del lenguaje, el abordaje temático, siguiendo con el recurso de la numeración de los capítulos que parece seguir un patrón estable durante los primeros 34, para luego comenzar un desenfreno donde la narración vuelve al capítulo 25 y se alterna con números romanos, números arábigos, nombres de personas, nombres de lugares, letras, números en inglés, bilingües, respetando espacios o uniendo palabras, hasta llegar al capítulo final que se llama simplemente “último”.
La novela expone un tratamiento crudo, irreverente, de la sociedad norteamericana, de sus políticos y de sus costumbres, mientras desnuda la historia privada de la Cochabamba del suburbio, de las chicherías, de la farra… Carlos Flores, personaje central y alter ego de Ferrufino Coqueugniot se localiza siempre en lo marginal, en lo prohibido. Desde ese espacio articula la remembranza, la nostalgia de la familia y los amigos y las transmuta en filo atrevido que lacera y fragmenta aquel “sueño americano” que fuera dorada imagen de un siglo ya pasado.
Transcurre, sin embargo, un deleite de arte, música, cine, literatura entre las páginas matizando guerras, matanzas, gringos y putas. Y se crea así una suerte de magia, gama, maga, daga que nos ilustra, pero también nos reta a una lectura comprometida, diferente, marginal… desde nuestro propio exilio. Nos obliga a despojarnos, a ampliar nuestro horizonte de expectativas, nuestros más callados secretos, nuestra mojigatería y nuestra falsa moral para enfrentar un texto crudo, torpe a veces, agresivo pero, a la vez, profundamente humano, plagado de humor, ironía y vida.
Desde el abandono de la casa paterna hasta el matrimonio y las hijas en tierra norteamericana, la novela nos ofrece un espectacular paseo por la historia no sólo de Bolivia y Estados Unidos, sino del mundo. Chechenia, Iraq, Afganistán. Jorge Negrete, George Bush, Saddam, Lula. Klimt, Los Beatles, Borges… excesivo y complejo ese “universo difícil” (en el que) “no quedaba otra alternativa que construir mi propia leyenda”, confiesa Claudio.
“El exilio voluntario” puede leerse como la lúcida metamorfosis de uno mismo, de autor, narrador y lector. La condición del exilio articula un constructo desde donde Ferrufino Coqueugniot despliega una narrativa alucinada que transmuta el mundo. Todos los espacios, todos los tiempos, todas las sensaciones se compactan, contradicen, se fragmentan a través de un lenguaje único, de un estilo absolutamente personal que no puede sino situar a Claudio en un lugar privilegiado en las letras bolivianas e internacionales.
Leído por Elena Ferrufino-Coqueugniot, Centro Portales (Cochabamba), junio, 2009
Publicado en Opinión (Cochabamba). junio, 2009
Imagen: George Grosz, 1920
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