Friday, September 23, 2011
Mujeres chiítas de Irak/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La edición dominical del Times de Nueva York trae una impresionante fotografía. Mujeres chiítas marchan en protesta por la intervención norteamericana en Irak. Llevan velo oscuro, tirando a verde y negro, sobre los rostros; una muestra mínimamente los ojos. Hay un patrón en el color y la forma de la vestimenta, algo más que una moda: obligación religiosa. Semeja un grupo que sale de un extraño y triste aquelarre, no de aquél donde en honor del demonio se cede a la orgía y la desnudez, sino de uno donde la austeridad y el sojuzgamiento de la mujer al hombre, al sacerdote y a Dios, pinta el universo de ocres tonos indignos de ser vividos.
Estas protestantes de la Armada del Mahdi (el Elegido) llevan, en su agresivo silencio, ambiguas imágenes de pretérito y futuro. Por un lado podrían haber salido de una Bagdad medieval; por otro, su presencia resulta tan drásticamente lejos de lo que anhelamos por modernidad que se pueden asociar con el campo de la ciencia ficción, de filmes y revistas de Spawn o Star Wars. Flotar entre el pasado y lo fantástico es lo que hacen. Sería inocuo si tan sólo se tratara de eso, pero la realidad se muestra menos lírica, se asoma tinta en sangre.
Si dejamos de lado, por un momento, la saña y la inconciencia de la intervención yanqui en Irak, causa en mucho de fenómenos como el de la fotografía de hoy, se debe hablar del riesgo de situaciones semejantes. No existe mal mejor, pero en cierta medida el megalómano Saddam Hussein frenaba la expansión del fundamentalismo islámico con éxito. En su caída recurrió a él, quiso hacer de una guerra nacional una religiosa, despertar la vieja oposición entre Oriente y Occidente. Al final salieron todos perdiendo y el único engendro vivo del conflicto será el peor, el de los "elegidos" que consideran tener el verbo de la divinidad en los labios y en las manos su justicia. Esta casta de barbones, la misma que impera en Irán, que reinaba en Afganistán con los talibanes -a pesar de sus mutuas enemistades de favoritos del cielo- parece afirmarse en la Mesopotamia.
La lástima es que no hay opciones decentes que las confronten. Apelar por la religión es hacerlo por la ignorancia. Fueron ellos los que quemaron los libros de Averroes, al igual que sus contrapartes cristianas que atizaban herejes al gusto. Errores como el cometido por los Estados Unidos -recurrente además- sacan de las tinieblas estos desfiles de muertos.
03/04/04
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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril, 2004
Images: Mujeres del Ejército del Mahdi, Irak
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