Sunday, October 2, 2011
Las vueltas del vino/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Entre las ventajas de vivir en ciudad grande, aunque Denver tenga sus deficiencias de urbe central y no costeña, está tropezarse a cada paso con interesantes muestras de la cultura mundial, siendo el vino una. No es extraño entrar a un shopping semi vacío, a licorería con dueño coreano, y hallar botellas de vino georgiano. El coreano, todo sonrisa y genuflexión, o soberbia ante la presencia de un ser de raza despreciada -nosotros-, intenta venderme el vino con inventadas historias de falso connoisseur. Lo detengo y le pregunto si ha leído las memorias de Arthur Koestler, porque si lo hubiera hecho consideraría mandatorio probar él mismo ese claro licor que ofrece. Koestler, en su visita a la Unión Soviética, detalla una borrachera en Georgia, con profusión de vino blanco y de política; tipos de vino que venían sin interrupción y una bula oral que destacaba particulares de cada trago. Pensar que, si cuento desde mis quince años, cuando agarré sus libros por primera vez, tuve que esperar casi treinta para saciar mi sed curiosa y honrarlo de algún modo.
Escojo botellas con calma; una licorería es casi una biblioteca. Variedad de opciones, países, colores. Me decido por una: "Vampire" dice la etiqueta, cabernet-sauvignon de Rumania. Algo pomposamente, los viñateros afirman que Platón proclamó la superioridad de los vinos de la región transilvana sobre los del resto del mundo. No hay tiempo de buscar en Platón sus gustos alcohólicos; sólo creerle. Parece que no se equivocó; éste es un elixir suave, con cuarenta siglos de antigüedad, más viejo que los vampiros que le prestan el nombre para indicar que las leyendas enraizaron allí: la de los muertos vivos y la de la supervivencia del vino cuyas cosechas, cien años antes de Cristo, un tal rey Burebista mandó destruir para desanimar a los sucesivos y sedientos invasores extranjeros a quienes atraía su encanto. Una mano sabia ocultó algunas plantas a la destrucción y hoy todavía se hace vino en Transilvania siguiendo "los ancianos secretos del folklore".
Usé tijeras para cortar racimos de la primera cosecha 86 de Beaujolais en el sur de Francia, compartiendo vino y noche con portugueses, marroquíes, españoles, estudiantes de la Sorbonne, actrices de teatro y lunáticos. Mucho antes, en una Bolivia que se quitaba de encima -parcialmente- la lacra del banzerismo, cosechamos uva que se amontonaba en rectangulares cajas de madera en las afueras de Tarija. De tierra roja la lluvia creaba riachos de sangre mientras hacia el fondo Sama se desvanecía en los vapores del agua. De la caja al camión y de allí a la viña San Pedro en los valles de Cinti. La mayoría del producto iba para el singani y el resto de menor calidad se convertía en rústico vino oscuro. Sin embargo, en el patio interior de alguna hacienda, piso de lajas cuadradas, soledad, emparrado y bancos de madera soportada por hierro, que presumiblemente viera a Camargo y a Castelli, con un fondo de multicolores piedras que los fabricantes de mesones llaman "aguayo", aquel vino tenía el peculiar sabor del tiempo inmóvil.
13/04/04
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril 2004
Imagen: Pueblo rumano
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