Thursday, November 10, 2011
¿Kace Farsta?/ECLÉCTICA
Hay unos programas televisivos sobre antigüedades y arte en general que me atraen. Algunos vienen de Inglaterra, otros son locales. En ellos, un público seguramente preseleccionado trae objetos que tienen de herencia, que encontraron, que compraron en tiendas de descuento, de cosas viejas, inservibles, de segunda mano. Los reciben expertos en los más diversos campos, doctores universitarios, subastadores profesionales, marchantes... que tasan cada muestra y explican con detalle lo que piensan trascendente de aquello que evalúan. Semanas atrás apareció un hombre de mediana edad con unos objetos de boxeo que le legara su abuelo: una entrada a una pelea, un par de fotografías, un autógrafo, una pequeña bandera norteamericana que el boxeador anglo-neozelandés Bob Fitzsimmons había llevado en los pantalones cortos el día que conquistó el título mundial de peso completo en 1897 y un par de cosas más. Según el tasador de Sothebys el conjunto era único y tenía un alto grado de conservación. Presentaba los objetos concretos que se veían en las fotografías. El precio: treinta mil dólares.
Gente que adquiere un cuadro en la calle, en una venta "de garaje" tan usual en Norteamérica y que resulta ser el óleo de un pintor setecentista que se va haciendo popular. El dueño alega que pagó cincuenta dólares por él y el experto le dice que alcanzaría entre entendidos una veintena de miles. Historias similares me llevan siempre que puedo por las tiendas de viejo tratando de encontrar en medio de la basura joyas del olvido.
Por supuesto que me equivoco y un esbozo en papel que quiero asegurar es de Pascin resulta nada. Soldaditos de plomo, bronces, esculturas africanas, nuevas y antiguas, pasan por las manos que al contacto van adquiriendo cierta maestría para distinguir entre lo falso y lo valioso, lo real y lo impostor.
Así paseo por estantes con cafeteras y ollas, cestas de mimbre en forma de patos y pavos y de pronto un vaso de cerámica de veinte centímetros de alto que parece incrustado de cuadraditos de piedra o barro cocido con una pátina encima sugiriendo mano hábil, quizá tacto de genio. Miro el precio: $5.99. Lo levanto y en la base interna un sello de "Studio"; un año, 1945, raspado a mano en el costado y una firma que lee "Kace Farsta".
No dice mucho. Lo más cercano a "farsta" es "farsi" y puedo imaginar un objeto de arte iraní aunque demasiado contemporáneo. Luego pago, todavía algo compungido por no saber si mi ignorancia me engaña otra vez en una compra absurda. En casa, recurro a la computadora y en Google pido "Kace Farsta" y el servidor me dice que no hay tal entrada, que si no es, tal vez, "Kage Farsta". Acepto y de pronto se extiende en innúmeros archivos, ante mí, la obra del -ahora- famosísimo ceramista sueco Wilhelm Kage (1889-1960), creador de dos líneas de cerámicas: "Argenta" y "Farsta" de renombre mundial. Uno de los textos afirma que su trabajo está entre los más finos del orbe y es ampliamente coleccionado, y que sus creaciones se encuentran en los mayores museos europeos y en los de Arte Moderno (MOMA) y Metropolitano de Nueva York. Además hay sitios con subastas de sus cerámicas, o tiendas sofisticadas de San Francisco que ofertan Farstas y Argentas con precios que van desde algunas centenas hasta diez mil dólares. Lo que vale el mío es información superflua; el éxtasis no consiste en vender o acumular sino en contemplar. Tener esta pieza en casa, hábilmente dispuesta por mi esposa entre dos mínimas vasijas omereques, sabiendo su unicidad y adivinando el movimiento de las manos que la inventan da mayor placer que contar monedas.
26/11/04
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2004
Imagen: El ceramista Wilhelm Kage en 1919
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