Monday, November 21, 2011
Papa muerto/MIRANDO DE ARRIBA
Quizá parezca a los creyentes acto impúdico el de hablar de distinta manera de la muerte del Papa, fuera de la absurda retórica religiosa y de los ritos, bárbaros en mi opinión, de velatorios y cuerpos embalsamados. No hace mucho miraba un documental sobre Stalin y su beatífico rostro fallecido, maquillado para perdurar al lado de Lenin en admiración futura de cada generación. En el velorio público de "su" santidad la comparación se hizo presente; no en el sentido de la actuación política o humana de estos personajes de importancia y sus singulares diferencias sino en la preservación de un ritual morboso que oferta a la multitud cuerpos muertos como fundidos en cera y que no representan ninguna característica personal de aquellos que los poseyeron. Cúal el gozo de la gente por observar un objeto inerte, disfrazado con sus mejores atuendos que ya en la muerte no dan garbo pero sí ridiculez y lástima. Cuál la necesidad de ahumar al difunto con sahumerios: determinado número de oscilaciones en las cuatro caras del féretro, llevadas a cabo por los más altos dignatarios de las iglesias conocidas: coptos, ortodoxos, armenios, católicos... con atuendos que no dejan de tener prestancia si se quiere pero que también parecen trajes de luces venidos de la última actuación en el sambódromo de Rio de Janeiro.
Un toque de sencillez en el Papa Wojtila: su burdo ataúd de madera de pino, sin elegancia ni riqueza vaticanas, posiblemente un honorífico recuerdo a quien lo antecedió en nombre, el Papa Luciani, Juan Pablo I, quien como una de sus primeras medidas quería vender, para beneficiar a los pobres, algunas sagradas reliquias de la institución.
Si obviamos el barroquismo de la ceremonia fúnebre, la presencia irreverente de un cuerpo a quien se le ha arrebatado la humanidad, y la realidad de que el asunto no es otra cosa que juego político del Vaticano para mostrar el inmenso poder de la Iglesia, quedan restos de interés como las siempre seductoras misas cantadas. Lástima que no alcanzara -o no lo dijeran- a oír cuya composición era la que se interpretó en esta ocasión, de profunda belleza. Desde la misa del Papa Marcelli, de Palestrina, a la música coral sacra de Schütz, Ockeghem, Jacob Obrecht y Tomás Luis de Victoria, la música religiosa ha llenado un considerable espacio de mi tiempo sin arrebatos de santidad. Simple es morir y simples debieran ser las despedidas.
9/4/05
Publicado en Opinión (Cochabamba), abril, 2005
Imagen: Konstantin Andreevich Somov/Arlequín y la Muerte, 1918
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