Thursday, November 17, 2011
Viajar con Verne/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En la antesala del dentista, leyendo National Geographic acerca de su centenario, y con el artículo de Miguel Esquirol Ríos sobre Nantes, ciudad donde nació Julio Verne, decido escribir unas líneas de -como la de cada joven por varias generaciones- una especial relación con el escritor francés.
No tuve la dicha de Esquirol de caminar las calles de su ciudad, en búsqueda ideal de lo que su entorno podía haber dado a este prolífico escribiente. Puerto sobre el Loira, aduce el articulista, que en sus barcos de exótico bagaje o fantásticos destinos podría descansar la imaginación del autor. Nantes personalmente me refiere a las lecturas de la Revolución Francesa, donde en arrugado cuaderno hacía una lista tentativa de cada caudillo de entonces, los grandes y los chicos, los elusivos como Anarchaise y los atroces como Carrier que justamente en Nantes había inventado un ingenioso medio para deshacerse de los enemigos de la causa, o los suyos. Diseñó una embarcación que recibía su carga de prisioneros, navegaba hasta el medio del cauce, y allí se desfondaba dejando caer en las aguas al grupo de desgraciados, ahogándolos.
Las naves, antiguas historias de las guerras de religión, la simple magnificencia de la desembocadura del Loira, cada detalle que mixturado en su cerebro febril produjo narraciones de mundos alejados que nunca visitó, de hombres crueles, como Carrier, atenazando con sus pasiones enfermas la vida ajena: recuérdese El faro del fin del mundo. Hay que anotar que este faro existe, en un remoto rincón de Tierra del Fuego, y que en honor a Julio Verne se llama hoy "el faro del fin del mundo", brumoso en la casi permanente noche del sur, con memoria de piratas, onas sacrificados a la codicia del hombre blanco, más los espectros marinos de Pedro Sarmiento de Gamboa.
Me gusta el Verne viajero por encima del Verne visionario, que usualmente es el que se comenta. No desmerezco la imaginaria tecnología de De la tierra a la luna, de Una ciudad flotante e innúmeras obras, pero prefiero la ingenuidad del Viaje al centro de la tierra o los argumentos relacionados con la diversidad del planeta. La culpa la lleva mi madre porque ella trajo consigo la marcante aventura del correo del zar, Miguel Strogoff, que me puso la impronta de la estepa -y de Rusia, y de Verne- de por vida. Había en nuestra infancia una suerte de competición respecto de los libros, y envidiaba entonces el hecho de que mis dos hermanos mayores poseían un ejemplar de Un capitán de quince años (nunca lo conseguí), de misterioso encanto. Por otro lado no podía quejarme. En mis anaqueles estaban los dos volúmenes de Los hijos del capitán Grant, El país de las pieles: primer libro que compré con mi dinero, cuyo tema eran los cazadores de la Compañía de la Bahía de Hudson en el invierno ártico. Libro en el que pensé cuando con Metin Seyhun atravesábamos los bosques canadienses en el invierno de 1986; El Chancellor, Cinco semanas en globo...
Un Verne en especial me rememora los días de ayer: Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el Africa austral. Fines de los años sesenta. Mi hermano Armando recostado sobre su cama recibiendo de lleno el hermoso sol de tarde de Cochabamba. En su vieja grabadora de cinta los Beatles cantaban Eight Days a Week. Yo leía el texto en cuestión. Ese Verne y los ingleses de Liverpool me asocian de forma imborrable a nuestro cuarto fraterno compartido.
Se ha escrito mucho acerca de Jules Verne, más ahora que se han cumplido cien años de su muerte. Hay estudios eruditos, incluido Foucault, y sobrante y árido análisis literario, pero prefiero guardar ese sentimiento de asombro que siempre me produjo, sin inmiscuirme en minucias académicas que si bien pueden ser de interés no me interesan.
Enumerar las lecturas tendría valor simbólico; rito de homenaje. En Verne uno se hace subterráneo, submarino, espacial, mongol, pigmeo, contramaestre, soldado. Su narrativa no respeta secretos, descubre: el soberbio Oricono, el horror de los Cárpatos, la riqueza de la Begún. No hay límites.
¿Viajar con Verne?... Soñar con Verne.
07/04/05
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Publicado en LECTURAS (Los Tiempos/Cochabamba), abril, 2005
Imagen: Edición juvenil de El soberbio Orinoco
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