Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cómo si hubiese algo que festejar; quizá 40000 iraquíes muertos si no más, y soldados yanquis vestidos más para un filme de ciencia-ficción que para la batalla. A veces, respecto a esto de los trajes de campaña, pienso que el número de norteamericanos caídos en este conflicto sería mucho mayor de no usarse chalecos antibalas y gran suerte de artefactos protectores. Vuelvo a pensar en ellos, que se creen tan bravos, y cuando los entrevistan en televisión la cámara no sabe si apuntar a tanto elemento ajeno a un soldado o al hablante, no muy fluido por lo general, ni en idioma ni en ideas. Los insurrectos, por otro lado, llevan traje civil y sandalias, y no se diferencian del público en general a no ser por las armas. Así y todo, casi desvestidos, le dan baile continuo al mayor ejército del orbe, a la mayor estupidez.
Tres años de masacre y el Trío de Oro, los Tres Chiflados, los tres jinetes del apocalipsis -que no falta un cuarto-, Cheney, Bush, Rumsfeld, alegan que todo va bien, que el pueblo de Irak valora su libertad. Para asegurarlo presentan historias individuales, lacrimosas e irrelevantes, que sugieren una alborada entre los dos ríos de Babilonia; un alba tinta de sangre.
Los demócratas, cobardes como se usa, critican con marcados límites. Temen este retornado imperio del macartismo y no pueden dejar de ser patriotas, porque patriota se asume este pueblo cuyas madres loan la muerte de sus hijos en nombre de ficciones beatas que manipulan un grupo de desalmados. Ese el riesgo del exceso de poder, de permitir que a nombre de algo, supuestamente peligroso para la seguridad colectiva, se convierta en un monstruoso instrumento de coacción. No sólo en los Estados Unidos donde un payaso se ha puesto a opinar con éxito, también en el mundo, en Bolivia misma que comienza a confundir una posibilidad de cambio con manifestaciones mesiánicas de huacas iluminados en medio de la tormenta.
Nadie es dueño de la libertad de los otros, ni por las mejores intenciones, que ahí comienza el drama y luego se tiene que festejar, aunque ese festejo huela a cuerpos descompuestos y a pólvora, injustas guerras como ésta.
Nieva hoy, y mientras conduzco y resbalo, prefiero apagar las noticias, cambiarlas por un compacto de la Sonora Matancera. Puro trópico en contraste al invierno. El vocalista inicia un bolero -ella cantaba boleros-; quémame los ojos, susurra mientras la ajusta, y en sus caderas hay un fuego mejor que el de cualquier conflicto.
20/03/06
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Publicado en Opinión (Cochabamba), marzo, 2006
Imagen: Miniatura anónima del siglo XI sobre la destrucción de Babilonia
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