Ramón Rocha Monroy
Lo más difícil de la estructura dramática es la construcción de un personaje. ¿Qué se llama el del Diario Secreto, de Claudio Ferrufino-Coqueugniot? No importa, pero es un psicópata muy bien construido, a la usanza de Maldoror o de los catarreos de Luis Ferdinand-Céline, pero contemporáneo y cargado de las taras de la vida contemporánea, entre ellas el continuum de la soledad. Las frases cortas, la adjetivación precisa, la fuerza de las imágenes malditas de esta novela fascinan, es decir, atraen y repugnan, como los excesos de la pasión sexual, que no conoce de frenos. El personaje es misógino, cómo no, y las mujeres no son parte de su vida amorosa sino de su biografía sexual, de sus fantasías eróticas (Dales la vuelta / cógelas del rabo / chillen, putas).
¿Cómo ha sido construido el protagonista? Es un hombre encerrado en sí mismo; no comprende el mundo que lo rodea si no es por la óptica de sus padres: un empleado de Banco, que no puede salir de la pobreza, y una emigrada que no entiende cómo putas pudo llegar a un país de indios, donde la gente caga en la vía férrea porque está en descampado, donde no hay instalación de agua potable y alcantarillado en una ciudad donde no sucede nada más que la farra, el sexo temprano y las sevicias de una mancha urbana que crece en terrenos de cultivo, con ojos de agua, canales de riego, estanques y parajes llenos de vida vegetal y animal. Se comienza matando renacuajos, aplastando gatos de suburbio, estrangulando sapos o clavándolos en las espinas de un cacto. ¿Quién no ha cometido esas módicas maldades en esa ciudad de origen, que apenas ya tiene áreas verdes? El protagonista comienza así y termina en Bosnia, como sargento de un ejército que comete muerte pero ahora con seres humanos.
Aquí no radica lo fuerte o anecdótico de la novela, sino en la mente del protagonista, cuyo propósito es explorar los linderos de la vida y la muerte, tan parecidos al eros y thanatos enfrentados en la cópula. Hay un background cultivado en el barrio, en el colegio, en la vida universitaria, que justifica la crueldad del inmigrante solitario en un país que lo ha vomitado hace rato, incluida la mujer que lo ha dejado varias veces y que aparece en un final que Tennessee Williams hubiera envidiado.
Mataban renacuajos, sapos, gatos, avispas; torturaban a sus compañeros de curso; robaban sándwiches de las caseritas; manipulaban a sus mujeres; les encantaba coger per angostam viam pero, sobre todo, la tortura psicológica a ellas. No entendían otro contexto que su pequeño mundo. Ah, si hubieran pensado menos en sí mismos, menos en la revolución y más en la gente de su propio país… Pero no, se encierran en sí mismos, en sus taras, iba a decir, pero qué hermosas son, por lo mismo que malditas. Con estos elementos, cómo no escribir la mejor poesía, la mejor narrativa. ¿Qué puede ser más trágico, más patético, más ritual y más verdadero que la interrupción provocada de la vida, el asesinato, la muerte?
--Pará, pará, pará –diría un crítico argentino--. ¿Qué hablás de la clase media si vos también sos un clasemediero? ¿Para quién si no es para los clasemedieros que escribe un escritor, sobre todo si pertenece a este lado del mundo?
Es verdad. La mayoría, si no todos los lectores que conforman el universo editorial, son de clase media; junto a ella hay una o varias clases y naciones indiferentes a la escritura de ficción, y no sólo las más desposeídas. No olvido a un joven causídico, que se disculpó en el sauna porque la profesión no le daba tiempo para leer, pero ganaba una fortuna.
Como siempre, yo colocaría en primer plano el lenguaje vigoroso y la rotundidad de las imágenes reales u oníricas de la afiebrada mente del protagonista de esta novela. Por lo demás, un ejercicio de la prosa que ratifica los picos de El señor don Rómulo y de El exilio voluntario, un estilo muy personal y reconocible que lo ubica entre los mejores narradores del país, con los mejores augurios para merecer premios y ediciones en otros países.
20/2/12
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 23/02/2012
Imagen: Ramón Rocha Monroy