Sunday, February 26, 2012
Las dos voces de Boris Vian: Ramón Rocha y Claudio Ferrufino
Wilson García-Mérida
Me aventuro en afirmar que dos de los grandes novelistas que ha parido Bolivia en el tránsito de los dos siglos que arrastramos como entidad nacional, tienen un Boris Vian en sus dos facetas tan radicalmente opuestas, el Jano stevensoniano.
“La Espuma de los Días” es la luminosidad festiva de Ramón Rocha Monroy, ese piano eléctrico de hacer helados tutti frutti con sabores definidos trigonométricamente por las corcheas y semifusas, Duke Ellington, playa y sol, run run, cha cha chá, quimba y bien le cascaremos, tardes de sibarita en la Isla de la Fantasía, maceraditos de manzana en el Viva Vinto una tarde camaradera de septiembre, hijitay, ojitoy.
“Escupiré sobre vuestra tumba”, el otro lado de Boris Vian, es la implacable soledad cósmica de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, el cuarterón de ojos azules y alma de negro que terminará linchado en el tormentoso camino de hallar su identidad humana vengándose de un mundo deshumanizado por la categorización racial y política, la canción aguardentosa de Billie Holiday, la taberna brumosa detrás de la UMSS, la confabulación de los ángeles caídos de Anatole France (Arcadio ex Abdiel) craneando retomar el cielo por asalto montados en corceles de cosacos, desde allí, en la UTCH, nuestro underground —la chichería, institución tutelar de los cochabambinos a decir de Yoyo Komadina—, entre tangos de Discépolo entonados a voz en cuello por el Chino Navarro, mientras el Flaco Montero, alma bendita, repetía de memoria la prosa maldita de Rimbaud.
Albricias para la literatura boliviana. Ramón Rocha y Claudio Ferrufino constituyen una complementariedad imprescindible en el espectro novelístico boliviano contemporáneo, tras un prolongado vacío dejado por aquellos grandes “antagónicos” como en su propio tiempo fueron Alcides Arguedas y Franz Tamayo o Augusto Céspedes y Fernando Diez de Medina.
La incorporación de Ferrufino-Coqueugniot en el top de las letras bolivianas al conferírsele el Premio Nacional de Novela 2011 (Rocha Monroy lo obtuvo en el 2001) es un acontecimiento que debemos celebrar por el aporte rupturista que significa elevar la narrativa nacional, con la osadía y el talento necesarios, a una saga universal poco frecuente en el país, al menos con la rigurosa calidad literaria expuesta por Claudio en su tercera novela premiada, “Diario Secreto”, una obra maestra de humor negro, de literatura pulp.
Recomiendo al viceministro de Descolonización leer la novela galardonada de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que la disfrute mientras se toma unas chelitas, antes de juzgar y condenar el Premio Nacional de Novela en base a un artículo de opinión política del escritor (opinión con la que también discrepo, del mismo modo en que suelo discrepar politicamente con Ramón Rocha), pues no es nada serio acusar de “racista” a quien sólo critica las concupiscencias estalinistas de una cúpula palaciega y etnicida de los Pacahuara, a la que el gran Palacio Quemado le va quedando demasiado chico.
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llactacracia@yahoo.com
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 26/02/2012
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