Que el ministro
Romero tiene buena vista, se nota, de cerca y de lejos. Pero no sabíamos que buen
oído también. Escucha incluso donde no debe, donde lo prohiben las reglas del
juego limpio. ¿Acaso somos ilusos y no nos dimos cuenta de que ellas no rigen
más? Resulta que estamos en campo abierto; todo vale, como en esas peleas de la
tevé que están de moda; codos o rodillazos sirven… cualquier cosa con tal de
ganar, en el fútbol o en la presidencia. Será, como elucubraba un periodista
ayer hablando del tutelaje a que desde siempre nos someten, que no servimos
para nada y lo que comemos debe ser primero masticado por otros. De ser así,
mejor nos vamos y les dejamos la tierra a los cocaleros, a ver cuantos años
tardan en alcanzar la edad de piedra, la antropofagia y demás frutos que trae
la estulticia como norma.
La diputada Marcela
Revollo -no importa a qué agrupación pertenezca- tiene derecho a la privacidad,
y otro derecho a dar, regalar, entregar su dinero o el del grupo a quien
quisiere. Pero en el paraíso que ha excedido cualquier revolución conocida
hasta hoy, el país de la improvisación, trueque y chaqueteo, se ve sedición por
todos lados, hasta el extremo que una ministra, que reclama ser para el
presidente lo que las ucranianas a sueldo eran para el occiso Gaddafi, asegura
que Doria Medina guarda un “deseo oculto” que es clara figura sediciosa. Estos
no son agoreros sino magos, cientistas y no pajpakus, cuya perspicacia y
facultades sensoriales no se veían desde el último grito de la ciencia ficción o
algo de Disney. Ya no hablamos de “enfermedad infantil”, como dirían los
obsoletos marxianos que no tuvieron la dicha de conocer a la pléyade boliviana
de genialidades para reestructurar la economía política, mas de algo que ha
superado los límites del embeleso. Dichosos nosotros que lo contemplamos, que
tendremos que escribirlo y publicar porque nadie va a creer. Casi diría que nos
faltan profetas para iniciar la nueva Biblia desde el génesis. Profetas
lampiños -esa imagen también habrá que cambiar- porque por estas tierras del
Ande no hay barbados hebreos ni talibanes.
Una cosa no
comprendo, haciendo recuento de lo que sucede en el mundo. De los reyezuelos y
sargentos africanos que han enlutado esa tierra en las últimas décadas, muchos
ya han muerto. Otros son juzgados, con demasiada decencia tal vez, en cortes
internacionales. Hay enfermedades que no presentan sarpullidos ni escozores,
difíciles de detectar, y una de ellas, la peor, afecta a este tipo de
individuos que llegan a o se hacen del poder. Acomodados en tan beneficiosa
circunstancia olvidan su condición humana y arman jugarretas para eternizarse.
A algunos les resultó; la mayoría fundó, o quiso, dinastías. ¿Para qué? Para
que venga la muerte y les siente la mano, ya que a veces sus congéneres dudan
en hacerlo o les falta capacidad. ¿Será tan intenso el orgasmo del poder que
cualquier castigo posterior no cuenta? En lo personal no me interesa
averiguarlo, porque si me interesara, ya de hecho y de lleno me meterían al
saco de los golpistas y rebeliosos (no existe la palabra y qué), por no darme
cuenta que el imperio de los mil años arribó, y que el mesías se volvió dios.
Hablaba de ojos y
termino perorando acerca de la mística plurinacional. Aplaudo a quienes
colaboran, con comida o con plata, al único resquicio de dignidad que nos queda
y que son los marchistas del Tipnis. Ellos harán historia. Los otros y sus
amenazas de juicios y procesos que continúen la carrera al vacío. La letra es
arma de doble filo, y lo que se redacta hoy también podrá ser usado mañana.
¡Pobre Sancho!, que sentado en un tonel creyó en susurros de vanidad.
Romero se lanza
contra los marchistas, la diputada Revollo, gil y mil. Contra los médicos a
quienes un día ha de recurrir, al menos al oftalmólogo, porque dudo que se
anime a visitar a alguien que le sugiera para el mal de ojo emplastos de coca,
y no un par de buenos lentes oscuros que además de aliviarlo lo harán parecer
estrella de The Sopranos.
12/05/12
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 15/05/2012
Imagen: Mircea Suciu/Parable of The Blind, 2012
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