Mi amigo Claudio Ferrufino ha ganado el Premio "Casa de las Américas" 2009 con una novela que lo coloca en relieve. Me alegra. Y mucho. No tanto por el premio sino, incluido el mismo, porque constata que su prosa ya era un camino seguro: es una prosa sobria, casi seca, de oraciones breves pero evocadoras -lo mismo de imágenes que de sensaciones-: el suyo es un arte de recreación de la memoria. Testimonio vivencial y propio de un tiempo común, que -singularmente- es el estilo de tiempos que se autorrefieren de ese modo. Y más, sus narraciones tienden a la reflexión: y al retrato. Un escritor maduro e incómodo. Visceral en el sentido pleno de lo escatológico: una afirmación doble de lo físico: tripa de digestión y tripa sensual; ambas comulgan en una liturgia exultante: el placer físico se superlativiza en placer espiritual y estético. F-C es un escritor extraño.
Me explicaré. Claudio F-C pertenece a la generación de escritores bolivianos que, para serlo, puede prescindir de "lo boliviano", pues su horizonte es el idioma castellano. Un idioma que florece al incorporar artes disímiles y temperaturas de narración de tradiciones ajenas a la castellana. Si bien es cierto que su temática es local, digamos, su lenguaje es universal. En el sentido alemán del término. Lo universal deviene boliviano.
Dije que el premio me alegra, no porque sea un aumentativo del valor de su aporte literario, sino porque es una constatación. La canalla literaria de escaparate tiene bastante que rascarse bajo la luz que ahora atiende una literatura asentada y vigorosa, no un fenómeno escritural que pondera la figuración y la fama que proporcionan los medios de comunicación, hijos de la publicidad y sirvientes de lo erróneo.
Trashumante por condición no cochabambina sino constitucional, CFC nos proporciona un mundo que siendo suyo es extrañamente nuestro. Y de todos los hombres.
Alegrías hay. Y esta es una de ellas.
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Inédito,
Cochabamba, junio 2009
Foto: Hannah
Starkey/Hotel La Solitude, 2001
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