No es apropiado, lo sé, discriminar de tal forma -darle un color, un único contexto- a un poemario multicolor como el de la escritora Blanca Garnica, pero no encuentro otra manera de hablar de lo apacible de sus textos que resumirlo en algo que asumimos bueno y puro.
Cuando Blanca me entregó sus originales, decía que intentaba este libro ser uno para niños. tras una primera leída la llamé con la opinión de que no me parecía necesario incurrir -otra vez- en una caracterización limitada porque creía, y creo, que su belleza abarca un espacio más amplio, posible de leerse a cualquier edad sin desmerecimiento de su palabra. Situarlo en la categoría de literatura infantil le restaría posibilidades; bien sabemos del extraño comportamiento humano que haría que muchos adultos eludieran leerlo solo por este quizá pragmático asterisco de catálogo. Mejor quedar -quedarse- en que algo que tiene "la frágil ingenuidad esencial de lo que nunca será completamente visible" (según reza el epígrafe de su último libro) no necesita calificativos, vive y crece solo, infante y mayor, sueño y ensueño.
De nuestra charla inicial y las hojas primarias que me entregó a hoy, varios meses de transcurso, Blanca Garnica ha realizado cambios en su texto original. Me encuentro entonces con dos poemarios que siendo el mismo tampoco lo son. ¿Juego con palabras? Tal vez, pero a ello obliga el peculiar y sutil entrelazado de los versos de Blanca donde a veces el juego está en la imagen: "Las higueras enjuagan/Pañales verdes/Para sus niños"... "Pañales extendidos/Sobre los hombros/De la piedra", y otras veces en la palabra, en la letra incluso, como cuando refiriéndose a un fantasma la autora dice:
No pisa
El piso
Y pasa
Sin peso
Sssssss
Retomo las dos versiones del libro y recurro a los primeros versos de uno de sus poemas esenciales, Lavandera, para mostrar como el poeta, en sus varios intentos de alcanzar lo que desea, de asir lo que ve, tiene el don de multiplicar la belleza. Imaginemos, lo hemos observado muchas veces en Bolivia, una mujer que lava al borde del agua, generalmente en comunión con otras. Blanca también la ve y escribe en su esbozo:
Con un lucero
En la espalda
La madre
Saca del río
La joya
De unos ajuares.
Y luego, en su versión definitiva:
Con un lucero
en la espalda
la madre saca del río
dos manojos de colores
como joyas
y los extiende
sobre el corazón
de la verdolaga
verde.
En ambos casos, la madre campesina, en el rito del agua, tiene la capacidad de transformar la realidad en sueño, de urdir los destinos suyos y de sus cercanos para soslayar la penumbra de lo real y convertirlo en manojo de color y de esperanza.
Todo el poemario tiene este mismo aire, un espíritu risueño y juguetón que la acerca a Lorca en algo de su ritmo, en su ruralidad, en el embrujo más que inocencia donde el sol es "un cesto de damascos que ruedan por el tejado, por tu patio y mi ventana", donde el zapallo, tan atractivo y tan nuestro, parece un sol caído en la casa del vecino, de donde lo sacaremos, como lo hacíamos en la infancia, entrando a hurtadillas por un agujero del alambrado.
Blanca trae consigo aquella nostalgia por lo que fue y hace que sus poemas no sean para niños sino para quienes no quieren olvidar que fueron niños, para los que en las tardes cálidas del valle perciban y sientan el poder del agua, de la piedra, la voz de la lluvia y la casualidad de la materia donde los objetos inertes toman vida y la dinámica de la existencia hace que un camélido, una llama, alce "sin asombro el abrigado lirio de su cuello", como una magia, animal y vegetal al mismo tiempo, de la puna.
Aurora, abril del 2005
Introducción al poemario El reloj anda descalzo, de Blanca Garnica, 2005
Foto: Blanca Garnica
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