La tragedia de
Newtown, Connecticut, ha despertado disparatados comentarios entre nuestra
gente. El usual: que los gringos son gente enferma, sociedad podrida; entre
líneas se lee un falso “no como la nuestra, bucólica, deliciosa, tranquila”.
Hay más agresividad en las calles bolivianas, mayor irrespeto y extrema
prepotencia que en las de Estados Unidos. En Bolivia el Otro, a pesar de ser un
pueblo amistoso a decir verdad, es el Enemigo. Pan de cada día, observable a
simple vista, de fácil detección e imposible entendimiento. Con ello no doro ni
quito culpas al asesinato en los Estados Unidos donde matar no es una de las
bellas artes, según el viejo De Quincey, sino una costumbre.
La Segunda Enmienda,
nacida a raíz de la guerra de 1812 contra los ingleses solo corrobora una
práctica bien acentuada, o dos que podrían hacerse entender como una:
autodefensa y avasallamiento. El hombre, con la venia de la escasa -en inicio-
sociedad que lo rodea crea su propio bienestar, no se lo entregan. No espera
que el gobierno vele por él, toma las cosas. Decisión trágica que moldea un
país en el empeño y el tesón de su gente, y en la desgracia de quien se cruce
con él.
Octavio Paz
analiza las masacres en Norteamérica y las piensa como última expresión
individual en una sociedad en que el individuo va perdiendo esa identidad. Sí y
no, porque a pesar de ser una tierra regida por leyes muy duras, castradoras,
en aras, se dice, de mejor convivencia, mantiene dentro de los límites de una
casa, hogar o comunidad, un férreo individualismo, mayor mientras más rural y
menos educada su gente.
¿Qué podía hacer
para defenderse un individuo en el pasado, un inmigrante europeo por ejemplo,
aislado en medio de la nada, del bosque horrísono e infinito? ¿En quién confiar,
en el gobierno? No, su única seguridad era su rifle, la capacidad de activar el
gatillo cuando necesitase sobrevivir, o decidiera ampliar sus posesiones.
Práctica dual y antigua en la que hay que buscar las respuestas de hoy. La
única defensa era la propia y en Estados Unidos, muchas veces o casi siempre,
esa defensa se ha confundido con ataque.
Va desde la más
humilde casa de Apalachia, donde hay hambre, escasos recursos, pero sobran Dios
y armas, como en la crónica americana de Joe Bageant, Deer Hunting with Jesus, útil para entender la idiosincrasia de un
pueblo todavía joven cuyos soportes han sido estos dos: religión y armas de
fuego. De allí hasta las grandilocuentes expresiones de la Casa Blanca a tiempo
de destruir objetivos que atentan contra la seguridad nacional. Derecho a
protegerse, a reaccionar por cualquier medio ante la amenaza. A eso se añade
una pizca de situación patológica y ya tenemos otra vez Newtown, el asesinato
de los niños. Pero, deseo ser objetivo y afirmar que Estados Unidos, así no lo
parezca, y los norteamericanos, son país y pueblo de profunda autocrítica.
Queda esperanza.
24/12/12
Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 30/12/2012
En tiempos históricos son sólo pestañeos, amigo Claudio. Las vértebras culturales no se cambian fácilmente. Sin embargo, considerando la magnitud de la población estadounidense y la cantidad de armas disponibles, los sucesos sangrientos parecen ínfimos. Lamentables, pero ínfimos. Si estuvieran de verdad medio locos de violencia no quedaría nadie vivo.
ReplyDeleteUn abrazo
Tienes razón, Jorge. Es algo que no se analiza con calma. Yo no soy partícipe de las armas y no creo necesario tener una en casa, menos un fusil de asalto, pero hay que diseccionar los detalles con mucho cuidado, leer opiniones tan certeras como las de Paz, saber leer las estadísticas, etc. Complejo y controvertido. Pero hay una violencia peor en nuestras tierras, la violencia que acarrea la miseria pero se le da menos pantalla mediática que a la matanza de un desquciado como en CT, EUA. Abrazos.
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