Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Me sorprendió escuchar en Cuba bromas de subido tinte político, algunas que ni perdonaban al vetusto profeta. No ha de extrañar en un país que siempre se caracterizó por una pujante intelectualidad, inteligentsia que apostó bien o con errores pero que dejó la impronta de su pensamiento. ¿Por qué habría de ser distinto hoy? Lo monolítico del esquema soviético, por sofisticadas que estén sus instituciones de espionaje o represión, no impide a totalidad ni la crítica ni el sarcasmo.
Me sorprendió escuchar en Cuba bromas de subido tinte político, algunas que ni perdonaban al vetusto profeta. No ha de extrañar en un país que siempre se caracterizó por una pujante intelectualidad, inteligentsia que apostó bien o con errores pero que dejó la impronta de su pensamiento. ¿Por qué habría de ser distinto hoy? Lo monolítico del esquema soviético, por sofisticadas que estén sus instituciones de espionaje o represión, no impide a totalidad ni la crítica ni el sarcasmo.
¿Por qué hablar
de Cuba? Porque allí en el mismo tono se contaban chistes y se hacía mofa del
régimen comunista coreano. Contaba un cuadro femenino que en viaje de
solidaridad revolucionaria con Corea notó que el entramado de espías, fisgones
y denunciantes cubría todo el panorama. Tan eficiente resultó, o tan
deplorable, que al llegar ella al aeropuerto para el viaje de regreso, ya la
esperaban los camaradas para devolverle un calzón que había olvidado ni
recordaba dónde. Otro, luego de algunas ironías acerca de la isla que un amigo
aconsejó no repetir, recordó algo que oyera de visitantes cubanos en Pyongyang.
Como cualquier “paraíso de trabajadores”, Corea del Norte carecía de papel
higiénico. Sabemos por costumbre universal, tal vez descartando a los
musulmanes, que el cuarto de baño es casi salón de lectura. En la biblioteca o
en el inodoro se halla la paz precisa para aprender y razonar. Por eso es común
hallar in situ material para leer. Corea no era excepción, pero los periódicos
ya habían sido consumidos por algo más que la lectura. Quedaba la portada de
una revista con la foto del difunto supremo Kim Il-sung. ¿Qué hacer? Hasta el
gran Lenin hubiese optado por la única respuesta: utilizarla. Debiera ser fin
de historia y no lo fue.
Siendo estudiante
fue llamado a declarar ante el directorio y miembros de la secreta. La prueba
estaba sobre la mesa, denigrante y sin embargo tan humana. Era, según ellos, un
insulto vil a la memoria del Constructor, lo que había hecho. Cualquier cosa
relacionada con los líderes de la revolución y padres del pueblo merecía ser
reverenciada. Y he ahí que un camarada extranjero, quizá más por ignorancia que
disidencia, se atrevió a profanarla. Merecía una lección socialista que sus
propios dirigentes tendrían que aplicar. Jamás puede ser motivo que un ansia o
necesidad terrestre se coloque por encima de la personalidad y las enseñanzas
de los maestros. No comprenderlo implica contrarrevolución.
Esa Corea explota
bombas atómicas. Su pueblo muere de hambre. Sus mujeres se venden y venden a
sus hijas en China por un puñado de arroz.
13/2/13
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Publicado en Séptimo
Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 17/02/2013
Foto: Niños
norcoreanos
'Casi salón d lectura'...jaja! Así mismo es. Profundas y entrañables meditaciones allí se suceden.
ReplyDeleteGraciosas anécdotas d una penosa realidad, de lo irracional, del fanatismo comunista q se resiste a extinguirse como cualquier otro vicio primitivo.
Saludos cordiales, Claudio.
Eso, Achille. Quería escribir esas anécdotas que anotaran la irracionalidad y la ignominia de estos tipos, que son lo mismo en Corea que en Bolivia. Saludos. Feliz domingo.
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