Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Escribo de memoria; no deseo ser exacto porque de esta historia me gusta su nebulosidad. Imagino a Martínez de Irala, en las fronteras del Paraguay, con hombres rudos cuyas carnes sin embargo no eran tan duras. Se los comían los indios, como a Juan Díaz de Solís, desgraciado, o se devoraban entre sí dentro de los paredones de la villa de Buenos Aires (que malos tenía). Refiéranse a Mujica Laínez para saborear los muslos de un ahorcado.
Escribo de memoria; no deseo ser exacto porque de esta historia me gusta su nebulosidad. Imagino a Martínez de Irala, en las fronteras del Paraguay, con hombres rudos cuyas carnes sin embargo no eran tan duras. Se los comían los indios, como a Juan Díaz de Solís, desgraciado, o se devoraban entre sí dentro de los paredones de la villa de Buenos Aires (que malos tenía). Refiéranse a Mujica Laínez para saborear los muslos de un ahorcado.
De Irala se
desprendió un lugarteniente, adentrándose en montes y pampas buscando lo que el
hombre ha buscado siempre: aventura, riqueza, poder, para con ellos comprar
luego afecto, solaz, afincarse en cualquier lugar ya que en la tierra de uno no
se puede. Inmigrantes, al fin, los conquistadores, tanto como los que cruzan
las bardas perforadas de Arizona o los que corren por el desierto sin agua ni
calzoncillos.
Ñuflo de Chaves,
el oficial, que con lo único que traían: huevos recalentados en la entrepierna,
se lanzó a la nada, tan distintos a los afeminados españoles de hoy que se
creyeron del Primer Mundo. De las aguas inmensas al sur, en expedición de
demonios, lo aseguro, cortaron el canto de los pájaros, degollaron sospechados
rivales, bebieron agua donde la bebían los caimanes hasta que plantaron un
poste con un nombre común en ellos: el de la Santa Cruz, ese par de maderos
cruzados que no era otra cosa que magia judeocristiana, de un chamán barbado e
iracundo que insultaba a los mercaderes del templo en arameo.
Así nació Santa
Cruz la Vieja, en un rincón desconocido, donde el conquistador enterró el acta
al pie de la cruz, o del madero que afirmaba población. De niño, luego de leer
a un cronista cruceño, Hernando Sanabria, me prometí un día largarme a
encontrar ese centro ceremonial iniciático, en cercanías de ríos, de sierras,
donde fuere. No lo logro, ni lo lograré, con nieve hasta las rodillas, pero eso
no me impide soñarlo.
Apologizar al
invasor no intento. E invasores somos todos los humanos que desplazamos día a
día a los demás. No niego que me fascinan las historias de hombres arrojados,
con coraza ibérica o americana desnudez. De ambos provengo, de la mixtura
violenta de los males de una época, que con el tiempo se convirtieron en
mejores quizá.
En alguna parte, hechos
polvo, montículo que apenas sobresale del suelo, estarán los remanentes de
aquella fundación. Lo pienso un domingo de noche, en su plaza principal, con
Ignacio Warnes de pie y espada aguardando la muerte o mirando al más allá que
es lo mismo. Aquí no tengo amigos, no conozco a nadie, y puedo observar
tranquilo transcurrir la vida, como la catedral enfrente: ladrillos y sombras.
Por cuatro siglos y medio.
Sirve café dulce un
mozo de librea blanca. Me escondo en la noche de Santa Cruz. Doblo el diario de
ayer y camino al hotel de una ciudad que apenas comienzo a entender.
26/02/13
_____
Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 03/03/2013
Imagen: Ñuflo de Chaves en un sello postal español
Imagen: Ñuflo de Chaves en un sello postal español
Buenísima reseña, Claudio. Expone diáfanamente el eterno abanico d motivaciones en 'simples' individuos, d cuyas acciones el tiempo revela luego magníficas o terribles consecuencias colectivas. Q los males d ayer se convirtieron en mejores..no cabe duda. La vileza no solo mejoró, se ha perfeccionado. Hace minutos ví un valioso documental d la caída del imperio Inca: mezcla de oportunismo conquistador(casi confabulación divina), conflicto familiar, envidia entre hermanos, ambición, arrojo, ingenuidad, amante nativa, ansia de status, rebeldía, traición, perfidia, suegra conspiradora, etc..La misma e idéntica receta con q la mano humana moldéa la historia. Grandeza y bajeza juntas, siempre al mismo tiempo. Y no deja d sorprender, por mucho q se repita la dramática puesta en escena.
ReplyDeleteInvasores somos todos, bien dicho. Porque todos luchamos, por conquistar, por hacernos d un espacio. Sublime.
Saludos cordiales, estimado Claudio!
Gracias, Achille, lo dices mejor que yo. Alguna vez escribí sobre las Black Hills, que los sioux consideraban suyas y fueron arrebatadas por el blanco. Terrible, cierto, el expolio, el exterminio, no menos que el de los sioux con los crow u otras tribus de la pradera. Nada justifica nada, pero hay que contar la histora como fue, que no es la de buenos o malos sino la de buenos y malos al mismo tiempo y según las circunstancias. Abrazos y buenas noches para ti.
ReplyDelete