Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Se dio la
casualidad de una visita del embajador norteamericano a casa. Él había sido
alumno de mi padre en Columbia, Missouri, y tenía, como todos sus otros
compañeros, una afición rayana en idolatría hacia mi progenitor. Fue en el 65 y
esto ocurría el 88.
Ofreció una visa
para el hijo descarriado y alisté maletas. Dejé el trago y los espectros
femeninos que aterrorizaban mi Cochabamba y partí con rumbo nuevo. De
Norteamérica guardaba una historia rica, hechos y personajes sobre los que
constantemente hablaba y escribía, y, tal vez, para mí, la mejor literatura.
Desde muy niño leí a Mark Twain, y se me ofrecía la posibilidad de ir allí, sin
colas inútiles ni preguntas indiscretas acerca de mi condición económica.
¿Qué buscaba en
Norteamérica? Era el país de Ronald Reagan, lo cual decía poco de su capacidad
reflexiva, pero también el de Thoreau, de Demspey y Cassius Clay. Emerson, los
dos Crane -Stephen and Hart- Dos Passos, Hemingway, Faulkner, Anderson y las
fascinantes sombras de Poe y Lovecraft. Cómo no ir.
En Bolivia viví
como niño rebelde. Estaba cansado de eso. Ahora el desafío se presentaba con un
invierno atroz; el poco dinero que llevé lo agoté en putas. Me hice de una
leñadora amarilla, una boina; traía botas y me lancé a la brega diaria. A vivir con las
manos, con el trabajo a pulso, a huevo como dicen, a la manera en que se formó
esta nación, incluyendo sus literatos, que creo salvadas excepciones fueron
siempre hombres de acción, no de té rummy ni mamitas ni abuelitas.
Desde esa
perspectiva, la de buscarse escritor mientras se vive, contemplé Bolivia y sus
características, su literatura, deseando que sucedieran quiebres importantes en
ella, maldiciendo la condición de apatía y bucolismo que las circunstancias le
crearon, pero también la idiosincrasia. No es que haya mejores y peores, pero
mi elección, con mucha suerte de por medio, creo que fue la correcta, la de
explorar otros mundos que sumados a mi pasado bien podrían dar algún fruto.
01/13
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Fotografía: Chema Madoz
Fascinante trajin de fascinantes vivencias, Claudio. Matices q ni imaginan los q dicen, los q acusan q la distancia nos sume a los -eventualmente- Odiseos en la anodina complacencia. Q saben los complacidos con la anomia, de ese cordón umbilical q ninguna distancia corta, por muy duras y cojonudas hayan sido las escalas. Porque aunque muy lejos de la prima casa uno vaya, todo acaba siendo un nutritivo periplo. Y si, muy cierto: No hay mas auténtica voz que aquella d quien ha sufrido mil infiernos y ha sacado d ellos, pateándole el culo, al mismo Coludo.A mano limpia, a "pulso", como solo los grandes saben. Abrazos, estimado Claudio.
ReplyDeleteComo en Vallejo, Achille, ni padre, ni madre, ni sírvete ni agua. De eso aprendí. Abrazos.
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