Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Leo a Roberto Arlt. El universo de los pobres es el mismo en todo lado: traición, robo, insultos, padres suicidados, alcohol.
En el mercado de abasto de Washington era así. Willy, chofer negro, había asesinado a su madre siendo casi un niño, ofuscado en droga. Tyronne pasó trece años en prisión por robo con "asalto". En las noches de la calle Morse se contaban historias; ron y licor malteado entre los dientes. Olor a mariscos; húmedas paredes y autos policías que cruzan lentos sin parar. Cada hombre hundido en su miseria. Olvidado ya el tiempo en que se preguntaba ¿qué hago aquí? Cuando las esperanzas brillan mal.
Wayne y yo caminamos hacia la esquina de los mendigos. Allí hay droga fácil y prostitutas de a diez dólares. Un amigo cuyo nombre me es borroso se sentaba en un desventrado sillón, en medio de la calle: el trono de la oscuridad.
Wayne compra piedrecillas blancas, opacas: cocaína adulterada. Al lado de una reja de amontonada basura, fuma. Medianoche de verano, sin sueños ni futuro.
No está la luna, se oculta en las callejas. Los pobres no tienen sombra, son pálida oscuridad.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 17/04/1992
Fotografía: Ghetto de Washington DC/Helen Burroughs
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