Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Juan Pablo II ha sido un papa prolífico en materia de santos. Dos de los últimos fueron el indio Juan Diego, que aseguró la presencia de María madre de Cristo en México, y el controvertido monseñor José María Escrivá de Balaguer -uno de sus varios nombres (Escribá, Escrivá Albás, Mariano...)- fundador del Opus Dei.
A Juan Diego le tomó muchísimo más tiempo que a Escrivá alcanzar el grado de santo. Este último pasó de Venerable (1990), a Beato (1992) y ahora a Santo en fulgurante carrera desde su muerte en 1975. El milagro de Juan Diego es la virgen de Guadalupe, patrona de una inmensa población católica envilecida, empobrecida, mestiza o india y sin embargo todavía creyente, aparte de milagros menores como curaciones, etcétera, que no se toman en cuenta porque hasta a Pancho Villa muerto se le atribuyen algunas y al cráneo de Mariano Melgarejo en la catedral de Tarata otras. Monseñor Josémaría no hizo milagros, los utilizó. Supo dónde, cómo y cuándo, insertar hechos maravillosos que avalaran lo que él necesitaba validar.
Juan Diego fue humilde, otra cosa no podía ser -o hacer- en las circunstancias que le tocaron vivir. Finalmente uno no elige la desgracia de ser indio o la buenaventura de ser español. Pero ya pasó y no se puede dar vuelta a la historia. El altivo monseñor Escrivá pregonó la pobreza y el desafecto por las cosas materiales. A pesar de ello no tuvo impedimento en reclamar para sí, en 1968, el título de marqués de Peralta. Quizá a un santo se le pueden perdonar ciertas veleidades como la de pretender aristocracia: la ambición no es pecado. Tampoco apoyar la tiranía y la muerte. Francisco Franco "salvó" la cristiandad y 1939 fue, a decir del propio Escrivá, "el año de la victoria". Los sanguinarios gobiernos militares de Argentina y Chile parecían no discordar con los principios de los miembros del Opus Dei que los apoyaron.
Tenemos dos personajes ya santos. De ambos se conoce poco: de uno por la cronología y la profusión de hechos que se confunden. Quizá el misterio lleva aureola de santidad. San Juan Diego era una necesidad de la iglesia católica, la de consolidar su credo en un multitudinario universo de gente morena: es hora de darles su San Indio; San Escrivá, porque dudo mucho que alguien le rece a San José María marqués, de la urgencia del grupo vaticano más conservador. La política no solo se juega en palacios presidenciales sino en los confesionarios. Y aunque no veremos a fraile alguno pintando "vote por" en la pared, a eso se reduce.
12/10/02
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 10/2002
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