Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Leo a Nathan
Wachtel en su Dioses y vampiros-Retorno a Chipaya. Fascinantes
temas que merecen ser relatados en texto aparte. Uno, el del kharisiri, nakaq,
pishtako, u otro nombre que el “sacamantecas” recibe en los Andes, me ha hecho
pensar en el tiempo actual, de supuesto poder indígena y retorno a los
ancestros. Estos últimos son cuentos, alimentados primero por el infame
canciller y luego -no menos- por el tampoco menos infame vicepresidente. La
retórica es el arma de los felones, aprovechados ellos de la turba informe e
inconsecuente que nutre los modelos sociales de hoy en América Latina.
Se asociaba -y
continúa- al kharisiri con el hombre blanco. Wachtel dice, hablando de
historias similares españolas, que posiblemente la leyenda se importó de la
península, aunque afirma desconocer literatura al respecto. Sin embargo, como
lo anoté en un artículo de hace décadas, en la crónica de la conquista del
Mississippi por Hernando de Soto, los soldados ibéricos aprovechaban la grasa
de los indios muertos para aliviar heridas o encender candela. Es muy antigua
la idea, sin duda mucho más que la invasión del nuevo mundo. Vendrá de un
utilitarismo antropófago que muy profundo compartimos todos.
A qué viene esto,
a lo de aprovecharse del otro, desangrarlo, chuparlo hasta dejarlo exangüe. El
atávico temor al silencioso asesino parece haberse transformado en veneración,
ahora que nos gobiernan kharisiris hábiles para dorar la píldora de sus
fechorías y para hacer, mediante concesiones en dinero o cargos, que se
aprueben y respeten sus acciones. Lejos está el día, a pesar de que para los
míseros que caen bajo la sospecha de pertenecer al macabro gremio el fin sigue
siendo terrible y brutal, en que se los vigilaba y buscaba su exterminación. El
fenómeno se ha vuelto discriminador: no toca a los poderosos, se ha maquillado
de tal forma que disfrazado se ha vuelto incomprensible para ese alto
porcentaje de la población manejada por tales espejismos o creencias
culturales.
Cuenta el
antropólogo francés que en Orinoca (tierra fértil para la humanidad, sugieren),
casi a fines del siglo pasado, se quemó vivo a un kharisiri (basta entender que
no hubo juicio ni defensa) y que el polvo de sus huesos se echó al viento para
borrarlo de la memoria. De Orinoca salió otro kharisiri que no corre tal
suerte, uno más sofisticado en el sentido de la sofisticación del tuerto en
región de no videntes. Me pregunto cómo pasó desapercibido, o si las facultades
del espectro no son innatas sino que pueden adquirirse. En buen romance: la
ocasión hace al ladrón, porque el mito no trata de otra cosa que del hurto de
propiedades, de religiones, de dioses, virtudes, lenguaje, virginidad, hasta la
vida y la muerte. Trata de un ratero al que las circunstancias le crearon una
narrativa acorde al espacio/tiempo para hacerlo no solo asequible sino temible.
La leyenda se quedó mayormente allí, en esos parámetros, no sin sufrir según
anota Wachtel transformaciones: la grasa ya no servía de ungüento y sí de
producto de exportación a los Estados Unidos (fatídico imperio). Algo como el
“carintador” (kharina significa cortar con objeto filoso) del altiplano
convertido en una especie de Batman.
Sigo con las
preguntas: ¿merecen los kharisiris gobernantes interés antropológico? No, lo
suyo es una actividad tan vieja y tan comúnmente extendida como vender el
cuerpo. El término les cae en la acepción mencionada, la de atracador. No pasa
por metafísicas ancestrales ni por disquisiciones filosóficas acerca del ser o
no ser. Estos son, y basta; bien lo sabemos.
A su lado, como
puntales, endebles si no los acaricia el beneficio, habitan otros grandes
secuestradores de grasa, de esfuerzo y trabajo: cocaleros, cooperativistas,
chuteros, una pléyade de contundentes, prácticos, capitalistas, esquizoides y
bárbaros analfabetos. Ni siquiera tienen el misterio de esa sombra que se pasea
en los alrededores de Sicasica, de Sabaya, de las pétreas hondonadas de los
Lípez.
07/04/14
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 08/04/2014
Imagen: Zakariya
al-Qazwini (1203-1283)/El monstruo de Gog y Magog
Certero texto para describir la inaudita conjunción d alimañas q se, literalmente, morfan al país. "La ocasión hace al ladrón", nunca mejor asociado ese sabio aforismo. Hace mucho q se cavilaba acerca d la irremdiable calaña d "el boliviano", y vistas todas las gracias" desencadenadas por el narco profeta y su canosa china morena, no hacemos más q presenciar una y otra y otra vez hasta lo incontable lo triste y -definitivamente- irremediable d su naturaleza. Todo se reduce a un cuotéo y acuerdos entre compadrerío rechoncho d matuteros, narcos, abyectos obreros y ahora último: los nunca más inefables mineros devenidos en astutos empresarios rank'eros d a su vez el Rank'ero mayor q encandila a sus idiotas e ignaros con la exitosa retahíla d generoso, impoluto y "digno y soberano" redentor socialista.
ReplyDeleteSe han partido crismas y hasta matado entre pacos y mineros. Sentí hasta gozo viendo sangre y heridos entre esas ratas q no dudad en volar a dinamitazos; y pena, lástima por los paquitos, q de tan tontos (subiendo en fila india para recibir rocas y cobarde dinamita) tuvieron lo q por ser serviles y someterse a un vil cocalero, bien se lo merecieron.
Abrazo, estimado Claudio.
Sin medias tintas, estimado Achille. Tampoco me dejo llevar por falsos humanismos de paz y amor. Hay amigos y enemigos, tan simple como que estos son kharisiris en su acepción más burda: atracadores sin misterio ni galas, ni iluminación. Abrazos.
DeleteMonstruosa descripción para una época monstruosa que nos toca vivir a todos los bolivianos. Estamos tan inmersos en una suerte de barbarie que cuesta creer que todavía haya gente que se quede fascinada, literalmente con la boca abierta, cuando el cacique mayor desciende en su helicóptero con toda la solemnidad de un semidiós que llega a otorgar favores y otros privilegios a simples mortales. Por algo será que el astuto vice alienta a la plebe extasiada a rezar por el “tata Evo” y adornando el ambiente de un ridículo misticismo, dándole cierto aura de sagrado a todo lo que rodea al redentor de Orinoca. Si un simple p’ajpacu reúne en cualquier plaza a muchos, resulta fácil y sencilla la tarea para los grandes pajpacus que se han encaramado para medrar en esta tierra de seculares analfabetos. Un saludo.
ReplyDelete"(...) resulta fácil y sencilla la tarea para los grandes pajpacus que se han encaramado para medrar en esta tierra de seculares analfabetos". Preciso, José. ¿Qué más decir?
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