Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Beatriz Rossells
me ha pedido un prólogo para la cuarta edición de su magnífico libro La
gastronomía en Potosí y Charcas, siglos XVIII, XIX y XX. Cosas como esa
ayudan a sobrellevar la penuria que significa ser boliviano. Prefiero escribir
sobre alfeñiques y otras delicias, sobre carbonadas y pollos rellenos que sobre
los rateros de palacio. Lástima, a pesar que la comida es asunto diario, que no
podamos -o no sepamos- vivir en un mundo ilusorio con la mesa bien servida.
Muchas veces me
he preguntado acerca de qué come el monarca-curaca del edificio quemado en La
Paz. Si uno escuchase su enrevesada retórica, no porque las circunvoluciones de
su cerebro sean en extremo complejas, sino por cuestiones más simples, diría
que la pasa con chuño y pito. Me han contado que es un déspota con los
sirvientes. Es usual que los seres inferiores actúen así con quienes les
recuerdan sus propios pesares. Aquello que el señor Morales Ayma ataca en sus
discursos: el blanco, el capitalismo, el imperio, los oligarcas, es todo lo que
anhela ser. No quiere imaginar a su hija como modesta aymara, la quiere
Carolina de Mónaco. Despotrica contra España pero le lame el culo al Borbón en
su presencia. ¿Chuño? Las pinzas, filet mignon muy por abajo, porque los
ladrones en concierto sueñan con imitar a los que galoparon por sus espaldas
durante siglos. Lo hacen sin “clase”, por utilizar una palabra en boga, igual a
los mafiosi italianos, venidos del hambre de Calabria y de Sicilia, que se
rodean de mármoles y vinos finos, entre otras cosas del mundillo kitsch de los
imbéciles y los corruptos.
Me niego, digo
cada semana, a escribir sobre los delincuentes venidos a conferencistas y
doctores, pero también me repito que no se debe callar. Comprendo, porque la
angustia y la ira conjugadas explosionan de manera violenta, la sangría que
siguió a la revolución cubana e iraní, sin mencionar en qué devinieron. La
muerte del corrupto es catarsis deliciosa. A la larga no sirve de mucho,
cierto, pero el chop chop de la guillotina, en medio de profundos errores,
sirvió de alguna forma para encauzar la Francia moderna. Hay crímenes que no
pueden olvidarse, y el robar al pueblo es el peor de ellos. Entonces, el peor
castigo…
Pero decirlo en
Bolivia no es lo mismo que hacerlo, porque el problema idiosincrásico de la
región elude cualquier estudio de comportamiento humano. Será que la conjunción
de lo asqueroso de una cultura con lo asqueroso de otra produce resultados
insalvables. Ojalá que no. Leo en el ordenador a un escritor alteño relatando
una guerra del fin del mundo, ficción; a otro en la cinematografía japonesa de
seres monstruosos; uno más con detalles de la Aullagas potosina, y se enciende
la esperanza. Un amigo chef cocina con tunta y chirimoya; Beatriz Rossells
desnuda la herencia vasca de la culinaria sucrense. Hay gente que trabaja y
piensa, que lucha por la supervivencia mientras crea. Vivimos entre rateros que
gobiernan. Siempre fue así. Es que hay que plantearse alguna vez, de manera
casi definitiva porque no hay absolutos, que no se puede continuar por esa
senda. Las fronteras internas de la república con las republiquetas del narco
se achican. Chapare, Yapacaní son tierra de los cárteles, que ponen su óbolo
para que los ladrones prosigan con su labor destructora. No hablemos de patria,
no perdamos el tiempo. Hablemos de dignidad y respeto. Dejémonos de mitos de
ser lo que no somos, y creer que los de arriba son lo que no son. Somos un
pueblo ultimado por maleantes, pero somos muchos y costará matarnos a todos. Lo
opuesto es más fácil.
21/04/14
_____
Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 22/04/2014
Imagen: Ejecución de Luis XVI
This comment has been removed by the author.
ReplyDeleteCon chuño y pito. Hace unos días pude apreciar ese trato déspota del mencionado curaca hacia un sirviente. Ocurrió al bajarse del avión presidencial. Su ayudante no corrió suficientemente rápido a pasarle algo y la respuesta fue un prepotente tirón, acompañado de un gesto de arrogante desdén. Soy sensible a esas cosas porque las he visto toda mi vida, sobretodo en esta tierras de tanto venenoso clasismo. Pero me fui para otro lado. Muy buen texto, estimado amigo
ReplyDeleteNo soporto eso, Jorge. Ni siquiera el desdén de las estrellas del tenis cuando piden y tiran la toalla a los solícitos niños que las dispensan. Menos en la política; mucho menos en quien se dice socialista y se empeña en ser todo lo opuesto: blanco y millonario. Abrazos.
DeleteHace unos tres años, la rosada y canosa concubina del pensador camélido llegaba pomposamente a la planta de gas San Antonio pa filmarse una mentirosa propaganda y a perorar luminosamente acerca d los "logros" d los míticos Yacimientos PFB, disfrazado él d ridículo petrolero [pues no hay nunca un petrolero aputosado ni mucho menos rosado como una rata baby - los verdaderos son curtidos por duro trabajo bajo sol y frío inclemente], cruzó la puerta principal rodeado y seguido d sus muchos lacayos, a los costados de la calle nos apostamos parte del personal entonces presente.. a darle una cabal bienvenida, a mirarlo como a bicho raro. No hubo naturalmente, ni un solo aplauso, abrazo ni efusivo estrachar d manos, nada! Turbada y evidentemente intimidada por aquella agrísima comitiva inesperada d hombres rudos -por verdaderamente laboriosos- quedó el fantoche.. Al señorito conferecista se le cayó d repente el esmalte: temeroso y abochornado, se detuvo tras dar unos tres titubeantes pasos, giró hacia sus lacayos y buscó a una mujer tb disfrazada, para humillarla en público. Alzando el brazo izquierdo (como para disparar un sopapo) y torciendo -característicamente- la muñeca para apuntar los extendidos dedos hacia el piso, gritó furibundo y afeminado 3 veces: "Necesito q me digas qué haceeer!! Pero necesito q me digas qué haceeer!!". La mujer lacayo, notoriamente miedosa y tb turbada por el agrio recibimiento en los umbrales d la megaplanta, pedía y no dejaba d pedír perdones a la iracunda y desairada princesa mientras trastabillaba hojeando una agenda para dirigir los suaves pasitos del fantoche "petrolero". Ese fue un sublime y revelador momento: cocalero y consorte son d la misma calaña, probados cobardes como impostores. Mojan la enaguas ambos malenates ante el mínimo disgusto o circundante descontento. Y descargan cobardemente su ira -cómo no?- con los débiles y con los serviles.
ReplyDeleteA menos d un metro, una d las viles ratas estuvo aquel día, y pensamientos kamikaze inundaron entonces la creatividad d un todavía desconocido Hyde..
Somos muchos, es verdad, y apremia tomar conciencia d ello.. Porque ambos maleantes -protegidos cobardes- tiemblan como hojas secas, incluso ante unos cuantos, pocos quizá, pero muy determinados sabedores d su verdadera esencia.
Gran texto y grandes luces, como siempre. Abrazos, estimado Claudio.
Imagino si Hyde hubiese estado allí. Fantoches y cobardes; sobre todo cobardes, ambos. De ahí la iracundia femenina. Dignos representantes de la lacra que los sustenta, los otros cobardes: cocaleros, cooperativistas mineros, milicos, chuteros, intelectuales de escasa pluma y lengua rugosa. Hay que barrer la escoria, no existe otra solución. Saludos, Axhille.
DeleteTal vez no sepamos qué comen los inquilinos de Palacio Quemado, salvo cuando llegan visitantes extranjeros y se sirven potajes exóticos con el cuento de revalorizar los alimentos ancestrales. El único que ha revelado sus secretos culinarios es el canciller papalisa, con sus juguitos de moconchinchi como aperitivo, ja. Los demás privilegiados disfrutarán de filet mignon para arriba, seguro, como todos los nuevos ricos. Eso sí, para los “hermanos” de los movimientos sociales, espeso ají de fideo y chicha alcoholizada, nunca podrán sentarse a la mesa del cacique y su corte de aduladores. La misma estampa grotesca en sus frecuentes cumbres y aniversarios patrióticos donde hasta insultan la pobreza de este pais televisando los almuerzos en hoteles cinco estrellas con actuacion de grupos folcloricos de fondo. El asunto es tan sabroso que da para "cocinar" una ópera bufa a lo Jarry. Saludos.
ReplyDeleteUbú rey, redivivo. Este carnaval puede ser muy prolífico para el arte. Nos hacen falta un Ensor, un Daumier, un Goya, para retratar los asnos con togas de doctores. Un Gogol que desnude las miserias y flaquezas de la estulticia general. Grotesca, grosera es la fiesta del chivo andino. Saludos, José.
Delete