Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Un tango. El húmedo callejón y la lluvia. La barranca cubierta de plantas lleva las vías del tren en su fondo. Un hilo azul denuncia el paso de los vagones; es el vapor huyendo del frío.
Transito el sector 15 de París, al sur. El límite está en la Porte de Vanves. Barrio antiguo con calles arboladas y baldosas negras. Cerca, la Ciudad Universitaria, con muchos y variados edificios. Jardines que en aquel agosto tenían árboles de troncos rojos, como los de Vlaminck, pensaba. Me recuerda a Hervé en el quinto piso: Montaigne, Bach, The Kinks; dos mujeres, una en Lille, la otra en Radolfzell. El automóvil corriendo por los cafés; una cerveza en copa; un desayuno. El bulevar Brune con su correo. Cartas de queja y de amor. Estampillas de Giacometti y de André Masson. Septiembre.
¿Es Baudelaire, su estatua, en el Luxemburgo? Sí. Y el busto de Sainte Beuve. Tres de la tarde en los jardines. Gente. Una mujer de negro, como Goya, como España. Una estudiante norteamericana mirando la gran fuente al lado del palacio. El sol es extraño. O extraña la sensación de estar aquí, buscando originales de Petrus Borel, bebiendo en la barra, quizá esperando un alma sola. París de Víctor Hugo. Busco el lugar de las barricadas de 1832, por donde era el mercado. Hoy son callejas bohemias, de adormecidos tenderos. No vive ya Gavroche ni corre. Miro pasar la gente y me mantengo en mi sueño. La sombra de la Bastilla se levanta ante mí, aunque solo quede una parte de sus basamentos dentro de una estación de subterráneo.
En el Jardin des Plantes los esqueletos de los animales más altos asoman por las ventanas. Jirafas y elefantes, sin ojos, con las cabezas dirigidas a los bancos y flores del parque. En una cima el kiosco donde solía sentarse Levy-Strauss. Es lugar melancólico, de plantas como petróleo verde. Senilidad alrededor... La Gare D'Austerlitz, toda pena, con los trenes que se van.
Asocio el nombre de la Salpetriere, el hospital, con la demencia. No sé bien por qué. Hay literatura y guías muy viejas de la ciudad que tienen relación con ello. Es grande como un castillo, toda piedra, toda blanca de sábanas y delantales, toda muerte.
Voy por el Marais. En una noche del Sena, la serpiente Sena, un libro de Panizza se me va de las manos. El destinatario es un fantasma, un hombre que ha perdido el rostro ¿o es mujer? Si hembra, es la ciudad, y el brillo de las aguas me estremece, como miedo.
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Publicado en Pueblo y Cultura (Opinión/Cochabamba), 17/10/1991
Foto: Brassai
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