Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Me abrasé de frío. Trémulo, percibía Uyuni a través del hielo. Acongojado, ahuyentaba las horas tratando de dormir. Sombras que pasan afuera del tren. Durmientes apilados como ogros a punto de engullir los vagones. Me cubrí la cara. Me mecía, o deliraba, en la putrefacción de singani y excremento.
Un cúmulo de noches se apretujaba hasta hermanarme con la pampa. Al descender del tren miraba el fantasma luminoso de la estación mientras rostros codiciosos y enfermos se me acercaban.
No eran los hombres significativos allí. La voz del piso congelado era lo extraño; las calles anchas como infancia: un susurro. La muerte convocando al exceso.
Entre idas me fui quedando. Acogido en el pajonal, supe de mi ceguera larga de salar. Reuní estrellas en los bolsillos para sembrarlas en tierra no vista. Comprendí las fronteras de mi soledad mientras entendía las fronteras de la patria.
Viajero, cuando pases de noche por aquellos bordes observa las almas. Piensa que escucharon la vida inmóvil, que conocieron que los vientos sumados al polvo cubrirían siempre sus mismas huellas. Viajero, tus pupilas hacen el horizonte.
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Publicado en Nispa-Ninku (UMSS/Cochabamba), 29/05/1986
Fotografía: Juan Gnecco
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