Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Pésima noticia. El señor Bergoglio debiera quedarse callado
al respecto, porque aunque a él le gusta jugar a ser el adalid de los pobres,
masticar coca en su llegada a Bolivia muestra lo contrario. El juego se lo hará
a jerarcas, a oscuras fuerzas bastante visibles en la tierra de la coca. Por
supuesto, aparte de un sopor en las encías no sentirá nada. Tendrá que declarar
que la hoja no es droga, y quizá acceder a declararla sagrada. Morales, que
despotrica contra reyes pero se agacha con gran servilismo ante ellos, habrá
obtenido otra victoria gracias al emperador espiritual de los cristianos, una
que el país no necesita cuando cocaleros y oportunistas quieren lanzarse como
bestias contra parques protegidos y tierras indias, por el progreso según…
Habría que proponer al Vaticano que ya que el pontífice ha
pedido acullicar, también le dieran un pitillo de pasta base y algo de
clorhidrato de cocaína, porque el objetivo expreso de la expansión de la coca
es el narcotráfico y no puede un advenedizo de sus características desmentirlo
con una tonta movida política. Supongo que los servicios secretos del papado,
ilustrados con siglos de práctica, habrán informado a Francisco que “el
presidente indio” no existe, que el individuo en el trono, así tenga otro color
de piel y cabello de cepillo, no representa a los desposeídos sino a una
burocracia corrupta de “deregentes” y cosas mucho peores. Que juega a
originario cuando es un cúmulo de ambiciones que emulan más a los financistas
de la Bolsa que al campesino todavía olvidado de Bolivia, aquel cuya pobreza le
impide participar en la repartija del crimen o que debe someterse como pongo en
la reedición de esta monarquía
asiática o africana que nos toca vivir.
Debiera pedir, ya que va a hacerlo, masticar coca chapareña.
Tal vez amargándose la boca piense que las delicias sagradas de esta cosa no
deben ser tales si su sabor es insufrible. Digresiones que no impedirán que los
poderosos hagan lo que les dé la gana y obtengan beneficio, que a por ello van.
Recuerdo una magnífica película uruguaya, “El baño del Papa”
(César Charlone & Enrique Fernández, 2007). Melo, ciudad fronteriza con
Brasil, se prepara para recibir la visita de Juan Pablo II. Se dice que
asomarán cincuenta mil visitantes, multitud que tendrá que gastar, comer y
cagar. Un bagayero, contrabandista local, tiene la idea de construir un baño
público para la ocasión y cobrar por su uso; con tal objeto se mete en gastos y
problemas que son el argumento del filme. Al final nada resulta: el papa cruza
Melo y la multitud se desvanece. Los vecinos se quedan con empanadas,
choripanes, papel higiénico, barridos por el polvo. Nuestro personaje, con una
desazón que lo hace dudar de su espíritu cristiano. La visita del fraile polaco
queda como mala anécdota, una tromba que en lugar de producir ha deshecho.
No arguyo que suceda lo mismo ahora en Bolivia. Otras las
características. Lo que será igual es que al ciudadano de a pie, el que vive de
esperanzas y carece de poder, le daría lo mismo que el argentino pase o no pase
por allí. Quienes lucran con eventos semejantes viven arriba y los besos que el
prelado mande solo se guardarán como anécdotas.
Nada mejor para “el presidente Evo”, como lo llama
embelesado el segundo del escalafón, que tamaña presencia en su terreno. Su
quid está en mostrarse en cualquier lugar que lo promocione. Si la FIFA cae en
conflicto, ahí está con su sapiencia futbolera, su habilidad con la rodilla en
condiciones de ventaja. Habrá que admitir que tienen razón los nuevos
sociólogos cuando comparan todo con el fútbol. Esta visita del de pronto
acullicador Bergoglio suena a goleada. Pero detrás, ya que estamos en el
oficio, Bolivia arrastra un bolsón con diez goles que les metieron sus peores
enemigos en la última Copa América. Lo que se ve es, no es, o tal vez sea, o
no. Al vozarrón de las tribunas se lo lleva el viento. En Melo, los choripanes
terminaron en las fauces de perros vagabundos. Veremos entonces.
29/06/15