Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Están por terminar dos torneos de fútbol internacional: la Copa Mundial Sub-20 y la Copa Confederación. Ambos se realizan en Europa, En Holanda y Alemania, como lujoso preámbulo al torneo mundial del próximo año en la Alemania unificada. Sedes serán Berlín, Hannover y otras ciudades grandes del occidente, pero también Leipzig en el este, como lo han sido ahora en el campeonato Confederación.
La república alemana veía esta ocasión no solo para demostrar su consabido poderío futbolístico, sino porque de alguna manera representaba una revancha con la historia, una que la había forzado a la separación luego de un cruento conflicto bélico.
Nada hubiera sido mejor que el festejo de un título nacional, en un país que a pesar de las desmembraciones geográficas obligadas que sucedieron a la guerra volvía a representarse como un todo, rico, progresista y fuerte. Sin embargo, la asimilación de la Alemania Democrática (DDR) ni fue fácil ni termina. Es paulatina, por no decir lenta. Respecto al fútbol, son los clubes y jugadores de la ex Alemania Federal los que priman a nivel de selecciones, torneos y contratos. La memoria de dos países rivales quizá se esfume con el envejecimiento de las generaciones de la Guerra Fría.
Volviendo al punto: Alemania necesitaba ganar hasta que encontró a Brasil. A Holanda, en su terreno, le pasó lo mismo y tuvo que ceder ante Nigeria, en los juveniles. Ahora resulta que todos los europeos participantes ya se eliminaron y que en el mundial sub-20 habrá una final tercermundista: el ganador de Argentina-Brasil contra el ganador de Marruecos-Nigeria. Caso similar en la Copa Confederación donde el título se decide entre los dos grandes sudamericanos ya mencionados.
Europa, de anfitriona se convierte en espectadora. Cede lugar a un fútbol pujante, joven, emotivo y pasional, del mismo modo que sus sociedades se abren, por necesidad o fuerza, ante el imparable flujo de la inmigración proveniente de los países pobres.
¡Quién hubiera pensado, veinte años atrás, que Inglaterra, Alemania, Holanda, Francia -incluso Polonia- contarían con semejante número de atletas "de color"! El mejor jugador francés es argelino, y así se suman los ejemplos.
Algunos suponen los deportes como asunto alejado de pensamientos elevados o profundos, según se midan estos de arriba o de abajo, pero son también parte de cultura e historia. De ahí su interés... y su belleza.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 28/06/2005
Fotografía: Zidane
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